Así recibieron los egipcios a la Clinton cuando fue a El Cairo, días después que Morsi asumiera el poder. Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 05:25 pm
Desde el estallido de las revueltas populares en Egipto, en enero del pasado año, Estados Unidos dice estar «comprometido» con la democracia en ese país; pero sus movimientos han estado dirigidos realmente a evitar transformaciones de consecuencias funestas para sus intereses y los de sus amigos sionistas en la región del Medio Oriente.
En Washington siempre hubo temores de un ascenso islamista en El Cairo, porque ello podría tensar las relaciones con ellos y con Israel. La renovación de la dirigencia en Egipto se dio, pero el actual presidente, Mohamed Morsi, es consciente de que, aunque quiera romper con viejas prácticas y políticas económicas que tanto sufrimiento trajeron a su pueblo, tiene que evitar enojos en la Casa Blanca o con los inversores norteamericanos.
Morsi necesita apoyo internacional. El país norteafricano no solo debe enfrentar una transición política. También es económica, y en ella hay temas tan espinosos como el papel de las Fuerzas Armadas en esa esfera y la lucha contra la pobreza; la injusticia social y el enriquecimiento desmesurado de minorías, que constituyeron elementos movilizadores de las revueltas populares que, en tan solo 18 días, obligaron a Hosni Mubarack a dimitir.
Uno de los primeros movimientos de Morsi como jefe de Estado fue su viaje a China, donde obtuvo un préstamo de 200 millones de dólares y la firma de varios acuerdos de inversión. Fue su primer itinerario fuera de la región, lo cual puede ser interpretado como la búsqueda de alternativas, más allá de Estados Unidos. De seguro, esa fue la lectura que hicieron en la Casa Blanca, y preocupó. Pero tendrán que aguantarse, porque el encuentro de Morsi con el Presidente estadounidense no será hasta finales de este mes. De todas maneras, ya Barack Obama se ha apresurado a ofrecer algunas zanahorias.
Muchos señuelos
Usando, como en otras ocasiones, guantes de seda, el mandatario estadounidense, Barack Obama, pretende seducir al islamista. Sabe que el Gobierno egipcio necesita levantar la devastada economía nacional. Y la cartera llena de millones de dólares siempre ha sido una de las armas más efectivas para Washington a la hora de influir en el rumbo de otras naciones.
De manera que la Casa Blanca no esperará a la presencia allí de Morsi, según una visita ya anunciada. Los ofrecimientos llueven. Por ejemplo, la reducción en mil millones de dólares del monto que le adeuda Egipto, valorado en 3 200 millones. La revisión de esa carga fue una promesa que hizo EE.UU. a El Cairo el año pasado, y que reiteró su secretaria de Estado, Hillary Clinton, cuando visitó Egipto en julio, apenas 15 días después de que Morsi asumiera la jefatura del Estado.
El diario estadounidense The New York Times informó que Obama también «ofertó» un crédito de 378 millones de dólares a Morsi para apuntalar los negocios de varias multinacionales estadounidenses en Egipto, así como un fondo de inversiones para incentivar que empresarios de esa nación emprendan nuevos negocios.
Hasta El Cairo también llegó esta semana una delegación de 117 importantes empresarios estadounidenses que representan a 50 compañías de ese país, y que ya trabajan en Egipto o buscan oportunidades de inversión en el país. El nutridísimo grupo —catalogado como la mayor delegación comercial norteamericana de la historia a la región— estuvo encabezado por el subsecretario de Crecimiento Económico, Energía y Medio Ambiente, Robert Hormats, y se reunió con Morsi, quien les habló sobre los incentivos para la inversión en Egipto.
Por si fuera poco, Estados Unidos también le dio visto bueno al crédito de más de 4 800 millones de dólares que actualmente negocian el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Gobierno egipcio, un acuerdo que debe estar listo para fines de este año.
Ese apoyo podría adquirir un valor especial ahora, cuando las instituciones financieras internacionales se muestran recelosas para prestar a una nación que valoran como inestable, mientras, de gira por Europa, Morsi hace parada en Bruselas, sede de la Unión Europea, para recabar préstamos.
En verdad, la situación de Egipto tiene tintes grises. Un reporte de su Banco Central revela que la deuda pública ascendió a 1 386 billones de libras, lo que representa una escalada de 136 billones desde fines de junio, cuando el actual mandatario asumió la presidencia. Por otra parte, el monto que debe a sus acreedores internacionales oscilaba en junio alrededor de los 33 400 millones de dólares. A esta cifra habría que sumar los desembolsos hechos por Qatar (2 000 millones de dólares) y Arabia Saudita (500 millones de un paquete de mil millones prometidos).
Un tilín o nada sirve para presionar
Los de Estados Unidos y el FMI no son gestos de buena voluntad, ni mucho menos solidarios con la difícil situación que transita la nación africana.
Washington quiere irrigar la vieja alianza con Egipto, que durante décadas le sirvió para asegurar sus intereses y los de Israel en el Medio Oriente, que aún no sale del susto de tener en El Cairo a un presidente islamista, que dice estar comprometido con la causa palestina.
La deuda siempre ha sido un instrumento de presión política y económica de los países ricos. Por eso no se la condona, como lo demandó la ministra egipcia de Planificación Internacional, Fayza Mohamed Aboulnaga, durante una visita a la Cámara Estadounidense de Comercio, en abril, alegando que esa medida ayudaría a reactivar la economía y a crear empleos para los jóvenes; tema este último bastante delicado en la nación más poblada del mundo árabe.
La respuesta es rebajar solo, aproximadamente, un tercio del monto. La condonación de la deuda también es «un premio» que se debe ganar. Y si quedan dudas, solo habría que recordar que EE.UU. le perdonó a Egipto unos siete mil millones de dólares de sus débitos cuando El Cairo accedió a apoyarlo en la Guerra del Golfo, en 1991.
El FMI tampoco se queda atrás y estudia conceder un nuevo préstamo. Pero ese dinero no podrá ser destinado a la creación de empleos o a la inversión en el sector público. No. El Fondo pone sus reglas, y estas siempre han sido la apertura de las economías a las transnacionales, la disminución de la influencia del Estado en la participación de la economía, y el recorte de los recursos estatales destinados a la educación, salud, empleo, la privatización del sector público, entre otros puntos del denominado Consenso de Washington. Las mismas recetas neoliberales que tanto estrago causan hasta en la desarrollada Europa.
Verdaderamente, Occidente y sus instituciones financieras deberían lavarse la cara con la que tanto predican la defensa de la democracia, después de apoyar durante tres décadas a Hosni Mubarak, su mejor cliente y el responsable de un Egipto endeudado y con una precaria situación interna.
Sus préstamos sirvieron para apoyar al dictador y engrosar sus arcas personales, como las de otros del mundo árabe, entre los que se cuenta el también defenestrado Ben Ali, de Túnez. Las millonarias prestaciones no se emplearon en beneficio de estos pueblos, cuyo futuro está comprometido con deudas.
Se estima que Mubarak dejó su cargo con 70 000 millones de dólares que acaparó durante sus tiempos de rais, mientras el 40 por ciento de los 80 millones de egipcios vivían con dos dólares o menos al día.
Eso lo sabían los acreedores, pero se hicieron los de la vista gorda, porque señores como Mubarak estaban al servicio de los intereses geoestratégicos de los prestamistas, principalmente de Estados Unidos, quien lleva la voz cantante en el FMI.
El cambio que muchos quieren
Luego de la dimisión de Mubarak en enero de 2011, los egipcios miraron con resentimiento a Estados Unidos por el apoyo que durante 30 años dieron al ex mandatario, y la postura vacilante que mantuvo durante las revueltas, a pesar de que las fuerzas de seguridad, bajo las órdenes del dictador, asesinaron a más de 800 personas e hirieron a miles.
Muchos en Egipto quieren que su Gobierno cambie su relación con Washington. Las manifestaciones contra Mubarak no solo tuvieron un trasfondo social y económico; también se levantaron consignas contra un régimen servil a los intereses de Estados Unidos e Israel, y a favor de la causa palestina. Tildaron de vergonzoso el acuerdo de paz de Camp David firmado con Tel Aviv en 1979 con la mediación norteamericana, y por tanto exigían su desconocimiento. Esta es una demanda muy presente en la sociedad egipcia.
A finales de agosto, también se reportaron protestas de rechazo a la entrega del préstamo por parte del FMI y el Banco Mundial, pues muchos consideran que ello solo empobrecerá aún más a la población. Los manifestantes marcharon hasta el edificio donde la directora gerente del Fondo, la francesa Christine Lagarde, mantenía una reunión con miembros del Gobierno para ultimar detalles del crédito.
Una de las alternativas que proponen los egipcios para que el ejecutivo no tenga que recurrir al préstamo internacional es que recupere el dinero desviado por Mubarak y por otros miembros del gabinete, que hicieron fortunas con los recursos del país.
Ahora mismo, el repudio a Estados Unidos está en ebullición.
La llama la atizó una película que se mofa de Mahoma, el profeta del Islam, y por tanto, es una ofensa al mundo musulmán. Desde el martes no cesan las protestas en El Cairo contra Washington. Los manifestantes exigen la retirada del Embajador de la nación norteamericana y una disculpa oficial pública, que hasta el momento la Casa Blanca no ha dado.
Pero no son solo protestas contra la profanación del islamismo, religión que practica la mayoría de los egipcios. Es también un grito de aborrecimiento a las políticas de Estados Unidos hacia la nación norteafricana y a la región. Por eso, las manifestaciones ya no son solamente frente a la Embajada norteamericana, ahora se apropian nuevamente de la plaza
Tahrir, desde donde el pueblo todo, musulmanes y cristianos, derrocó a Mubarak y apostó por un nuevo Egipto.