Una nueva ola de crisis mundial, distinta de esa absurda disputa sobre Grecia que está hundiendo la UE en arenas movedizas, parece cada vez más probable. El foco de la crisis radica, de un lado, en la relación entre precios de las materias primas y productos alimenticios; de otro, en el crecimiento de India y China, y en cómo se integran estos dos fenómenos en las decisiones especulativas de los mercados financieros.
A mediados de abril, el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, refiriéndose al aumento de precios de los productos alimenticios, afirmó que decenas de millones de personas en los países en desarrollo están a un paso del precipicio. Además, la inflación estimula burbujas especulativas en los mercados de productos alimenticios, es decir, especulaciones actuales sobre cosechas futuras. El crecimiento de China, y en menor medida el de la India, constituye el principal factor de la expansión de la demanda de productos alimenticios y materias primas. Sin embargo, los precios no están siguiendo la dinámica de la demanda real de los productos en cuestión, sino que crecen de acuerdo con las expectativas de lucro que se derivan de la compra de productos financieros derivados emitidos sobre materias primas. Un componente creciente de la demanda proviene de las sociedades financieras occidentales que colocan fondos que obtienen del Estado en instrumentos derivados. Ello se aplica también a los campos destinados a cultivos.
Una reciente investigación de la BBC ha revelado que el precio de una hectárea de tierra cultivada con trigo en Kansas, cuya producción se exporta en gran parte, ha pasado en poquísimo tiempo de $ 750 a alrededor de $ 1300. Los agricultores sostienen que quien compra un campo a ese precio no puede esperar beneficio alguno. Sin embargo, el aumento de valor de la tierra no se debe a la entrada de nuevos productores, sino a inversores financieros que esperan, debido al crecimiento de China y la India, una ulterior inflación de los precios de los cereales.
Centrándonos en China, observamos que la inflación de materias primas industriales importadas comprime los márgenes de beneficio de las empresas, mientras que la de los precios agrícolas recorta los salarios en un contexto en el que el factor alimentario representa una gran proporción del gasto familiar, muchas veces superior al porcentaje occidental. Así pues, la inflación de productos alimenticios crea en China una ruptura social peligrosísima, ya que en muchas partes del país se dan situaciones de revuelta. Además, la inflación general está inflando la asombrosa burbuja inmobiliaria, que supera ya la de hace cuatro años en EE.UU.
Esta coyuntura acelera la necesidad de reorientar todo el proceso de acumulación en China, lo cual es extremadamente difícil de llevar a cabo; tanto es así que Pekín no parece ser capaz de cambiar este régimen de crecimiento sin pasar por una crisis. En cualquier caso, China sólo puede mitigar el impacto inflacionario de los precios de los productos alimenticios y materias primas reduciendo sustancialmente su tasa de crecimiento económico, de lo contrario no haría sino reforzar las expectativas especulativas referidas a un exceso de demanda estructural de productos primarios.
Volvamos ahora de Pekín a Chicago y Nueva York, pero también a Londres, Zurich y Frankfurt. Desde que los precios de las materias primas y de los productos alimenticios comenzaron a subir sistemáticamente, se emitió una gran cantidad de productos derivados que versan sobre ellos. Las operaciones en los mercados de futuros son globales y no pueden controlarse fácilmente mediante el reglamento puesto en marcha en Basilea 3. Escapan a cualquier supervisión. La especulación en los mercados de futuros y, por extensión, en los campos de trigo de Kansas, resulta hoy posible gracias tanto a la amplia liquidez proporcionada por los Estados a los bancos a tasas de interés casi nulas como al hecho de que el mercado inmobiliario occidental carece ya de impulso, por no hablar del estancamiento de la inversión industrial. Las sociedades financieras que invierten en productos financieros derivados sobre el cacao y el trigo de Kansas lo hacen porque la revalorización de la tierra puede financiar dividendos, amén de fondos de pensiones, y dar capacidad para efectuar pagos, lo cual es importante en los EE.UU.
Si China lograra controlar la inflación, todo el mecanismo de los mercados de futuros tendería a la baja con una deflación en los precios de las materias primas, productos alimenticios, campos de trigo y demás. Los fondos de pensiones se verían descubiertos como en el caso de los créditos subprime, pero a escala global, de Australia a Brasil pasando por otros países de América Latina. El peso de China en los precios y los mercados de futuros de materias primas y productos alimenticios es tal que incluso la idea de una pequeña reducción en su tasa de crecimiento conlleva una grave disminución de los precios de los productos básicos, lo que vaciaría de nuevo los derivados del valor potencial en el que se basan, hoy más que nunca, las finanzas globales. La otra alternativa es la continuación de la burbuja de los mercados de futuros y de los campos de Kansas que conduciría rápidamente al cumplimiento de la predicción de Zoellick.