Bulgaria y Rumania serían los nuevos elegidos para el sistema antimisilístico de EE.UU. en Europa. Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 04:55 pm
Como el juego de los niños —«¡mamá, mira a Roque! (tócame, Roque, tócame…)—, EE.UU. vuelve a buscarle las cosquillas a Rusia, y Europa, en el medio, se queda cogiendo los sopapos por no tener voz propia.
Ya el presidente Barack Obama había descartado el escudo antimisiles, proyectado por su innombrable antecesor como un sistema de radares en la República Checa y cohetes interceptores en Polonia. Todo ahí, en las narices del Kremlin irritado.
Pero ahora se apea con un nuevo escudo en… Rumania y Bulgaria. Un sistema con misiles interceptores SM-3, mucho más baratos que los componentes del proyecto anterior, y capaz de neutralizar cohetes de corto y medio alcance como los que posee Irán, un país, valga decir, que jamás ha emprendido una guerra contra nadie. Y esto mientras, por otro lado, Washington negocia con Moscú un nuevo pacto para la reducción de armas nucleares, que sustituya al START-1, caduco desde 2009. En una mano, un garrote; en la otra, una paloma medio asfixiada.
¿De cuántas armas nucleares estamos hablando? Mmm…, pues, según la Agencia Internacional de Energía Atómica, hay en el mundo unas 27 000 ojivas, y el 95 por ciento de ellas está en manos estadounidenses y rusas. La meta es recortar el número hasta 1 500 o 1 600. Unas bombas menos siempre serán algo intrínsecamente positivo.
Pero esto huele a dedo cogido con la puerta, pues la Duma (cámara baja del Parlamento ruso) ha adelantado que no ratificará ningún papel acordado con la parte norteamericana, si esta deja fuera de la letra el punto de que no es viable ningún escudo ni cosa que se parezca.
De modo que, en temas de seguridad mundial, quizá estamos volviendo adonde nos dejó George…
Lealtad (y dinero)
El académico austriaco Peter Stania, director del Instituto Internacional por la Paz, de Viena, es conocido en nuestras páginas, donde abordó en su momento el anterior proyecto antimisilístico. Consultado por correo electrónico, envió sus consideraciones sobre la nueva criatura bélica que amenaza con nacer en Europa.
—¿En qué consiste básicamente el proyecto?
— Empecemos por decir que, después de la no favorable opinión acerca del sistema antimisilítico en Polonia y República Checa, el Pentágono tuvo que revisar sus planes. La idea no tenía el apoyo del pueblo checo, y también hubo cambios en el panorama político de ese país.
«EE.UU. tenía necesidad de mejorar las relaciones con Rusia, pues quería su apoyo en Afganistán (Moscú trabaja con la OTAN en el combate al narcotráfico afgano, y permite el paso por su territorio de suministros no bélicos hacia el país centroasiático) y en relación con Irán. Es por eso que técnicamente se mueve todo el proyecto antimisil hacia el sur, y se modifican ciertos parámetros en cuanto a las posiciones de los cohetes interceptores, que se podrían lanzar desde bases marítimas.
«Sin embargo, se necesitaba tierra firme, y así EE.UU. se dirigió a países que tradicionalmente, después de los cambios políticos y económicos en Europa, han mantenido posiciones extremadamente leales a Washington, como Rumania y Bulgaria, una “lealtad” que les trae ventajas monetarias, y otra vez no se les pregunta a los pueblos si quieren o no. Es decir, posiciones no muy democráticas, como siempre, tal cual ocurrió en el tema de las prisiones secretas de la CIA en Rumania y otros sitios».
—El planeado sistema rumano-búlgaro, ¿se puede considerar acaso menos lesivo para la seguridad de Rusia, en comparación con el checo-polaco?
—En términos militares, el hecho de que todo el sistema se mueva geográficamente hacia el sur, y por tanto, más lejos de Rusia, se puede interpretar como un «alivio» en las tensiones entre Washington y Moscú. Pero la diferencia es muy pequeña.
«Lo mas importante entre ambas potencias ahora son las negociaciones sobre el armamento nuclear. Los dos países tienen arsenales atómicos outdated, o sea, ya viejos y peligrosos, y encima de eso, su mantenimiento es carísimo.
«Por ello se quieren deshacer de estas armas, y acuden a negociar, cosa en sí positiva. Desde luego, para el mundo es mejor si hay menos misiles nucleares, menos amenaza. Pero esto también significa una modernización de los medios de exterminio masivo, de los que todavía quedan suficientes para aniquilar el globo terráqueo varias veces.
«Por otro lado hay que observar todo el sistema del Tratado de No Proliferación, donde hay un desorden bastante grande. Existen cada vez más armas nucleares en manos de más y más gobiernos, lo que vuelve menos seguro el mundo.
«Ahora bien, todo esto se relaciona con la política contradictoria del presidente de EE.UU., quien en su programa electoral, se mostró partidario de un mundo sin armas nucleares, y lo dice hoy también. La realidad, sin embargo es otra: EE.UU. sigue siendo la potencia número uno, y mantiene su fuerza militar, parte de la cual es el armamento atómico. Allí está la contradicción entre la posible voluntad del presidente Obama y las realidades del poder de EEUU.».
—¿Qué consecuencias traerá para la seguridad europea, en caso de materializarse?
—Para Europa será el mismo dilema de siempre. EE.UU. actúa con sus caballos de Troya, y la unidad europea se pulveriza. Además de eso, hay que constatar que la Unión Europea no consiste solamente de miembros de la OTAN; hay otros, como por ejemplo Austria, que mantiene una posición estrictamente antinuclear. El Tratado de Lisboa ha entrado en vigor, pero nada se ve de una política de seguridad y defensa común por parte de la UE.
«En caso de que el sistema antimisilístico de verdad funcione, cosa que no está clara todavía, podría erigirse de alguna forma en escudo para la seguridad europea. Pero el núcleo del problema radica en la incapacidad europea para implementar políticas que prevengan la amenaza. Hoy día Rusia no constituye ese peligro, pero EE.UU. sigue siendo el capo de la OTAN.
«El escenario de amenazas para Europa se está redefiniendo —una de ellas es el monstruo del neoliberalismo—, y ya hay voces importantes que piden una defensa propia. En otras palabras: subsiste la contradicción entre los intereses de EE.UU. y los de la UE, si bien se ha hecho menos visible tal vez por la figura del presidente Obama.
«El peligro para los europeos consiste en confiar en las “buenas intenciones” de Obama, y olvidar a la vez que EE.UU. se esfuerza por conservar su imperio. Está pasando de cierta manera en America Latina, donde la marcha atrás ha empezado. Ahí la política del ex presidente Bush quedó tan desacreditada, que hasta los mejores amigos de EE.UU. perdieron la confianza, y EE.UU. perdió fuerza.
«Europa tiene que poner mucha atención. Los problemas de la crisis mundial golpean a los pueblos europeos como a todo el mundo, mientras los que tienen la culpa de esta crisis siguen gobernando y mandando en el llamado Occidente, y los pueblos votan por ellos. Es de hecho un proceso mucho más peligroso y complejo que antes, pues ya se observan lesiones en las redes democráticas, en los Estados de Derecho, donde la ultraderecha levanta su cabeza repugnante.
«Todavía tienen tiempo los europeos para construirse un mundo sin guerras, sin xenofobias, sin agresión y sin racismo. Pero no queda mucho; es más difícil hoy que ayer, y será más difícil mañana que hoy».
Matriculados en la lista
Cuando checos y polacos amagaron con embrazarse el anterior escudo, Rusia protestó porque el radar que se instalaría al sur de Praga era capaz de ver muy adentro del territorio ruso y de detectar muy rápidamente cualquier intento de respuesta a un primer ataque.
Por tal motivo —y porque decir que un cohete iraní o norcoreano podía golpear a Nueva York era tan cierto como que un ratón y una calabaza pueden convertirse en una carroza y su corcel—, Moscú no bostezó: decidió colocar misiles en Kaliningrado (un pequeño enclave ruso entre Polonia y Lituania) con la mirilla enfilada hacia los que hospedarían el sistema. Desestimada después la idea estadounidense, la tranquilidad volvió a la región.
Hoy, al parecer, rumanos y búlgaros pudieran atraer sobre sí la ira que ayer se granjearon otros. El presidente de Rumania, Traian Basescu, ha dado el «sí» en primera instancia para que el escudo quede listo en 2015, y en Bulgaria la bola no ha salido clara de la mano del pitcher, pues el primer ministro Boyko Borisov dijo que apoyaba el plan, y después su Cancillería negó que hubiera negociaciones con la administración Obama para tal fin.
Sea como fuere, el Kremlin aprobó en febrero su nueva doctrina militar, en la que la ampliación de la OTAN hacia las fronteras de la Federación y el escudo antimisiles son considerados peligros de primer orden. Y un añadido: «Rusia se arroga el derecho a emplear armas nucleares en respuesta al uso en su contra o contra sus aliados de armas atómicas y otros tipos de armamentos de destrucción masiva, y también en caso de agresión contra Rusia con armas convencionales».
Como se ve, Sofía y Bucarest, miembros de la OTAN en las cercanías de Rusia (comparten el Mar Negro) y ahora posibles anfitriones del nuevo sistema antimisiles, se matriculan ellas mismas —y de paso a la Unión Europea, de la que son miembros— en la lista de potenciales peligros para el gigante euroasiático, que además ha recobrado en la región un aliado antes perdido, Ucrania, donde la reciente victoria presidencial de Víctor Yanukóvich y el repliegue de las fuerzas prooccidentales suponen para Moscú un dolor de cabeza menos.
Juzguen búlgaros y rumanos si vale la pena seguir adelante…