En Japón se realizan varios festivales (matsuri) dedicados a mostrar una visión desprejuiciada de la sexualidad y su disfrute
¿Cómo puedes ser siempre feliz? Olvídate del siempre y entonces serás feliz.
Sri Sri Ravi Shankar
El pasado domingo se celebró en varios países el Día internacional del orgasmo femenino. Por razones obvias, su agasajo público transcurrió sobre todo en el espacio virtual con memes, postales y pósteres para explicar la función del clítoris, protagonista por excelencia de la festividad.
No faltaron internautas que se escandalizaron con esta «novedad», y aseguraron que jamás la humanidad había sido tan desfachatada. Al parecer esas personas desconocen el origen erótico de los carnavales y su herencia grecolatina, por no mencionar la exacerbada sensualidad de los actuales.
Igual puede decirse de muchas fiestas dedicadas a patronos de ciudades y villas, que en su momento derivaron de rituales «paganos» en los que se cantaba, bailaba y competía en diversos deportes solo con la «ropa» que cada cual trajo al nacer, y no pocas de esas jornadas de gratitud incluían un final orgiástico para bendecir la tierra que les daba sus frutos.
Hay referencias de rituales parecidos en las culturas escandinavas, africanas, de India, países del Medio Oriente y también del lejano Oriente, región acusada de pacatería en cuanto a las expresiones de la sexualidad, lo cual muestra desconocimiento de sus matrices y tradiciones.
Según narra la feminista japonesa Takamure Itsue, autora de Historia de las mujeres, en las primeras poblaciones japonesas estaba permitida la promiscuidad en determinadas festividades, con el propósito de agradecer y reverenciar el orden natural que proveía de belleza y futuro a los seres vivos.
Actualmente quedan vestigios de estas costumbres en Japón, que reúnen en primavera a decenas de miles de seguidores, turistas y curiosos. Por la explicitud del objeto celebrado, los más significativos son los festivales (matsuri) dedicados al pene o la vagina, en los que se exalta la armonía sexual.
Entre estos destaca el Kanamara matsuri, celebrado en el santuario de Kanayama, Kawasaki (próximo a Tokio), y su altar Wakaiya Hachimangu, con la escultura de un gran falo metálico al que se dedican plegarias desde el Período Edo (1603-1868), muy significativo en el desarrollo sociocultural de Japón.
Por más de dos siglos se han dado cita allí devotos de un culto que se asemeja a la veneración del Lingam de la cultura tántrica, pero responde a los códigos, rituales y leyendas del sintoísmo, religión nacida y desarrollada en Japón. A rendirle honores acuden familias de renombre, jóvenes irreverentes y trabajadoras sexuales, motivadas por la misma inquietud de garantizar su salud sexual y reproductiva.
Una de esas leyendas cuenta que cierto demonio se introdujo en la vagina de una joven, y si el marido intentaba penetrarla mordía su pene para herirlo. Un herrero les preparó una funda de metal, con la cual rompieron los dientes del demonio y lo expulsaron del «recinto» de placer y procreación.
La historia es una alusión literaria a las ITS y la protección de barrera durante el coito, sin duda la más segura desde tiempos remotos. Por eso también acuden supersticiosos en busca de suvenires o curas mágicas que ayuden a prevenir esos males. La celebración atrae a miles de turistas occidentales, y lo que se recauda se destina en buena parte a la investigación y tratamiento del VIH/sida.
En otros matsuri significativos, como el Hodare y el Hōnen, la procesión porta penes gigantes de madera. Las chicas montan sobre ellos porque se dice que conceden felicidad conyugal.
En cuanto a festivales dedicados a la vagina, el sitio web Japón secreto destaca el Hime No Miya Hōnen Matsuri (fertilidad de la princesa), célebre porque desfilan varios mikoshi (altares móviles) llevados a cuestas por jóvenes de la localidad, y uno lleva un gran mochi (dulce de arroz) de forma sugerente, pues el arroz y la vagina son símbolos de vida y prosperidad.
Lo que más sorprende a quienes describen esos festivales desde una perspectiva occidental, es el contraste entre el pudor habitual de la población de ese archipiélago y la desenvoltura que muestran en esas celebraciones, donde ríen, algunos salen semidesnudos y todos comen dulces y caramelos representativos.
Siglos atrás no era un problema en la cultura nipona mostrar el cuerpo. La influencia inglesa impuso otros valores que contradecían esa disposición natural y se perdieron tradiciones de las que solo quedan referencias aisladas. Pero eso no ha impedido a las nuevas generaciones esforzarse para rescatarlas, así sea de modo alegórico y divertido, más que religioso, pero igualmente dedicados a celebrar la salud y la capacidad de replicar la vida en el planeta.