La población juvenil cubana, sobre todo la masculina, considera el matrimonio una atadura sin retorno. Para aceptar que de verdad está comprometido hay que encontrarlo con hijos o con un anillo en el dedo. De lo contrario, muchos se dicen solteros…
Antes de dar el corazón se debe conocer de qué está hecho.
Anónimo
Se gustan. Las conversaciones telefónicas se alargan hasta las cuatro de la madrugada y las notificaciones en el móvil son constantes. Cada uno cela los movimientos e intereses del otro, y todo parece indicar que en algún momento el desenlace será el evidente… Pero mientras, ¿están juntos?
¿Cómo declararse ante una situación no oficializada, exenta de las convencionales etiquetas? Cuando la pregunta se hace a una mujer, puede que con timidez responda que es soltera, pero una risa pícara la delata si mantiene algo especial con otra persona.
En tanto, el hombre difícilmente se limitaría de esa forma. En estos tiempos, soltería es sinónimo de mayor libertad, y lo más común es que ante el cuestionamiento se disponga a decir: «¡Soltero y sin compromisos!» (medio en serio, medio en broma), aun cuando se encuentre en una relación.
La población juvenil cubana, sobre todo la masculina, considera el matrimonio una atadura sin retorno. Para aceptar que de verdad está comprometido hay que encontrarlo con hijos o con un anillo en el dedo. De lo contrario, muchos se dicen solteros… hasta que se les demuestre lo contrario.
A modo de experimento, nos acercamos a un grupo de jóvenes de la Universidad de La Habana, y sus respuestas fueron: «Yo soy libre: totalmente libre», frase que iba acompañada de una risa conspirativa de los demás en el grupo.
Luego de insistir con los amigos, nos enteramos de que todos los entrevistados mantenían relaciones esporádicas con más de una muchacha, quienes los veían como su pareja (no formal, pero sí exclusiva). Aun sabiendo esa situación, ellos se seguían declarando sin vínculos, porque «eso no es nada…». Nada tan fuerte para el reconocimiento público.
Las mujeres sondeadas, más conservadoras, consideraron la soltería un estilo de vida temporal. Y basta un pequeño romance para dejar de considerarse libres. Algunas presumen de eso, otras son más discretas, pero igualmente cambian su comportamiento, sobre todo en los espacios de ocio.
De todas formas, estas jóvenes no ven tales relaciones como cadenas que las envuelven, sino al contrario: como una experiencia para disfrutar y contar a personas escogidas. Gozan de su soltería cuando la viven, pero anhelan mucho más la vida en pareja y el afecto proporcionado por esta.
Tal vez esa apreciación proviene de tiempos remotos, cuando la soltería era vista como sospechosa y una de las peores desgracias que podría sufrir una familia era tener un hijo o hija solterones.
Las más complicadas en tal sentido eran las muchachas, porque el varón podría ganar prestigio en las ciencias o el clero, pero la educación de las niñas se enfocaba en el futuro matrimonial y hasta la vocación para el servicio religioso se cuestionaba cuando había «buenos partidos» interesados en recibirla en matrimonio para perpetuar sus apellidos con los hijos (y la dote) que ese acto garantizaba.
Esta visión, que eleva el machismo a su más alto nivel, aún tiene mucho peso en las familias donde se perpetúan prácticas de desigualdad inconsciente. Mientras las niñas esperan la edad adecuada para comenzar un noviazgo, incluso para planteárselo, los muchachos son mejor vistos si tienen más de una chica que puedan etiquetar como «sus» novias.
Al cierre de 2018, la Oficina Nacional de Estadísticas e Información reportó que la tasa de nupcialidad, al menos en la última década, ha oscilado alrededor de cinco por cada mil personas. Eso confirma que muchísimas parejas en Cuba son solo uniones de hecho: personas que se juntan como proyecto de vida, sin firmar en el Registro Civil, y como la nueva Constitución protege sus derechos, es muy probable que esa tendencia se mantenga a mediano plazo.
De hecho, los datos de 2017 muestran que unos 87 590 nacimientos fueron de mujeres acompañadas y 7 872, de solteras. Todo esto sumado representa el 83 por ciento de todos los nacidos, y el mayor peso está en las menores de 35 años.
En este siglo, la soltería no responde a carencia de afecto o virtudes, y mucho menos a una elección cobarde. Muchas jóvenes lo vemos como un tiempo para fomentar el amor propio y enfocarnos en nuestra construcción, sin dejar de brindar y recibir amor.
Por fortuna los padres son mucho más liberales y se ha comenzado a educar a los dos sexos por igual, pero falta mucho para la equidad. La mujer puede ser soltera mientras quiera, si desarrolla una profesión u otras alternativas de independencia económica, y aun así recibe mucha presión de la familia o las amistades, pues no falta quien pregunte cuándo se casará o tendrá hijos.
Sin embargo, el hombre disfruta de un número mayor de relaciones a corto o largo plazos sin ser mal visto por la sociedad, y cuando alguien le pregunta por su estado, jocosamente responde: «La casada es mi mujer».
Al no haber evidencia legal, la madurez y el respeto es lo que lleva a reconocer la naturaleza de esos vínculos, pero mientras no ponen un anillo en el dedo de su cónyuge, ellos siguen defendiendo su soltería civil como sinónimo de libertad sexual, y exigen que «sus» mujeres se sientan, declaren y comporten como casadas, para cuidar su moral ante la comunidad.