El primer paso es reconocer cuando algo esté funcionando mal. Parece simple, pero muchas veces es lo más difícil, sobre todo si la voluntad de rescate no es compartida y ya se ha valorado como opción la ruptura del vínculo
Leonardo y Graciela se casaron hace 27 años y desde entonces viven en un cachumbambé de frecuentes peleas y reconciliaciones. El hijo de ambos ya se había resignado, pero su pequeña de tres años preguntó hace unos días si ella también tenía que gritarle a la abuela. «O se divorcian o aprenden a respetarse, al menos en presencia de la niña», reclamó el joven a los más adultos de la casa, quienes piden ayuda para salvar familia y matrimonio.
El primer paso es reconocer cuando algo esté funcionando mal. Parece simple, pero muchas veces es lo más difícil, sobre todo si la voluntad de rescate no es compartida y ya se ha valorado como opción la ruptura del vínculo.
El segundo paso es entender cómo nació y qué alimenta esa hipersensibilidad entre ustedes. Puede ser una infidelidad manifiesta, una pérdida significativa (trabajo, estatus, salud, un ser querido), incompatibilidad en las rutinas, inconformidad con el manejo de los recursos hogareños, incomunicación, deseos insatisfechos…
Pero ese reconocer implica manejar alternativas, no solo listar errores y señalar culpables. Quien tiende a cultivar la culpa exige muchas pruebas de amor y luego se niega a perdonar deslices. Esa actitud socava las bases de la relación y la convierte en tortura.
Al decir de Pilar Sordo, sicóloga chilena experta en temas de familia, usar las hostilidades para mantener el control no es un acto de amor, sino de violencia. Muchas parejas agravan sus problemas «al convertir un disgusto baladí en guerra campal, en la que solo se gana resentimiento, decepción y frustración». Por eso sugiere buscar en la autoestima la raíz de nuestros miedos, en vez de perpetuar esa conducta perniciosa de achacar todo al entorno.
También la terapeuta española Miren Larrazabal aconseja eliminar las acusaciones mutuas que solo llevan a destruir cualquier buena intención. La frase «nadie es perfecto» es muy cierta, y es legítimo que broten muchas diferencias de opinión, sentimientos y necesidades.
Antes de contestar una palabra que nos ofendió, es imprescindible escuchar con calma y respirar profundo, dando tiempo al cerebro a sopesar la información en sus matices emocionales y lógicos. Filtrar las consecuencias de cualquier reacción ayuda a quedarte con la esencia de lo factual: el motivo que urge a la otra persona a reclamar, más allá de cómo lo dice.
Si en condiciones normales se respira amor, cuando este falta hay que desmenuzar las partes oscuras, buscar sus raíces con delicadeza, limpiarlas y dejarlas estar, no desenterrarlas por la fuerza a cada rato, porque eso daña cualquier intento de asegurar la comunicación.
Aunque a veces parezca que leen sus pensamientos, esa conexión no es permanente, por mucha afinidad que hayan logrado. Es mejor aprender a decir con claridad lo que necesitan y dar pruebas de paciencia aún sin garantía de recibirla. Ese altruismo es uno de los componentes más importantes de un matrimonio exitoso.
Siempre habrá circunstancias que generen molestias, pero si tu pareja amaneció triste o necia no tienes que sumarte a esa frustración. Aprovecha para observar en silencio, codifica sus angustias, conviértelas en lecciones de vida y en cuanto mejore el «clima» conversen sobre ellas. No dejes crecer un muro de resentimiento porque el vínculo pierde sentido y terminan provocándose más daño que placer.
Incluso con la mejor voluntad no hay cambios milagrosos: por buenas que sean las intenciones, se pueden repetir los episodios incómodos. Es asombroso el número de reacciones automáticas y algunas de esas rutinas dañan sin propósito, por distracción, a quienes no lo merecen, explicaba el monje budista Luang Phi Pasura en el reciente Encuentro Internacional de Meditación celebrado en La Habana.
Hay que esforzarse por cumplir lo prometido porque una buena relación se basa en la confianza, y esta se gana cuando las expectativas se cumplen a través de acciones. Crea nuevos patrones positivos viviendo cada instante con tu pareja a plena conciencia, hasta que tu cerebro los incorpore como hábitos y tu familia los admire como ejemplos.
Para empezar, celebren los éxitos y consuélense mutuamente ante los fracasos, porque la vida está llena de altibajos y todo no se puede lograr en un instante. De vez en cuando dedíquense a recordar cómo comenzaron, cuán felices se sentían y qué era eso tan especial por lo que estaban dispuestos a aceptar sus defectos. Si pueden ser felices y confiados en su interior, si valoran todo lo que han creado juntos, las dificultades se manejarán con inteligencia.
También es importante analizar lo que sofoca el matrimonio por falta de independencia personal. Ayuda mucho tener una o dos horas solamente nuestras para hacer lo que nos gusta: jardinería, leer libros, hacer deportes, jugar… Cada parte de ti que recuperas es una señal de vida plena.
Y si tu pareja se rinde diciéndote: «Yo soy así», puedes responderle que tú también tienes tu «Yo», pero el Nosotros se construye y puede ser diferente para que no los lleve al infierno, por muy empedrado que parezca el camino.