En la familia unipersonal se enfatiza el estereotipo de ser «madre y padre a la vez» para velar por las necesidades materiales y espirituales, la salud y la educación
Aunque las familias uniparentales no constituyen la representación perfecta de la familia tradicional, cada vez son más frecuentes en nuestro país y en casi todo el orbe.
Académicamente, se conocen como familia monoparental, hogar unipersonal o de progenitor único. En esencia se trata de una madre o un padre a cargo del cuidado de la prole sin ayuda del otro, al menos para el grueso de las tareas cotidianas, aunque también se dan estructuras más diversas, como abuelas o tías a cargo de la chiquillada.
La Doctora Patricia Arés define a la familia como unión de personas que comparten un proyecto vital de existencia que se pretende duradero, con fuertes sentimientos de pertenencia, compromiso personal entre sus miembros e intensas relaciones de intimidad, reciprocidad y dependencia.
Como grupo primario básico para el desarrollo emocional, físico y sicológico del individuo, su labor educativa es la más relevante, aunque para considerarse funcional no debe fallar en el sostén económico, la garantía vital y los espacios para manifestar afectos.
Es la instancia intermedia entre lo individual y lo social, escenario de las primeras vivencias donde aprendemos a comunicarnos, desarrollamos nuestra personalidad e incorporamos mecanismos de comportamiento para la vida cotidiana.
De su riqueza cultural depende el desarrollo de las nuevas generaciones, pero lo más importante no es cuántos adultos asumen tal responsabilidad, sino qué estilo eligen para llevar esa nave a feliz puerto.
Vivir el reto
Las causas de monoparentalidad más frecuentes son el divorcio, la viudez, la maternidad independiente, la emigración, la privación de libertad del cónyuge, el cumplimiento de misiones en el extranjero y los contratos de trabajo en otras provincias. Fuera de Cuba también aumentan la adopción en soltería y la reproducción asistida con donantes desconocidos de semen o de óvulos.
En la familia tradicional suelen repartirse de modo asimétrico los roles de cuidador y proveedor, aun cuando ambos progenitores trabajen en la calle. En la unipersonal se enfatiza el estereotipo de ser «madre y padre a la vez» para velar por las necesidades materiales y espirituales, la salud y la educación.
A veces otras figuras cooperan en el cuidado cotidiano de esos menores y alivian la carga parental. Lo bueno y lo malo de esa ayuda es que se convierten en confidentes y patrones de referencia sobre asuntos cruciales como hábitos higiénicos, relaciones de pareja, gustos culturales y elección de amistades, y como se trata de un favor es más difícil marcarles límites o imponer condiciones.
La sugerencia es aplicar un estilo de crianza democrática que propicie el desarrollo estable de la personalidad e invite a la libre expresión infantil en cuanto a dudas e inconformidades. Nada es más duradero y gratificante que la complicidad de un vínculo en el cual se pueden mostrar temores y afectos a cualquier edad, sugerir nuevos ideales de esparcimiento o rutinas hogareñas y problematizar los cambios sicobiológicos de cada etapa sin temer a la burla, el castigo o el silencio culpabilizador.
Ausentes presente
Aun cuando la responsabilidad recaiga sobre un solo horcón, esas personitas tienen dos familias con sus presupuestos filosóficos, valores, riqueza cultural, tradiciones y modos de afrontamiento.
Por lo general, esos lazos reaparecen en algún momento, incluso por iniciativa del menor, que anhela ver completo el cuadro de su existencia. Lo más ético es permitirles el contacto desprejuiciado con ambas historias, reflexionar sobre el distanciamiento sin condenar a sus protagonistas y brindarles recursos para aprender de lo que consideramos errores ajenos.
Ayuda mucho pedirles su criterio sobre la forma en que encaramos esta crianza unilateral, no para rebatirlos si nos duelen, sino para tomarlos en serio y esforzarnos honestamente en mejorar, para beneficio mutuo.
También es importante mirar hacia el futuro. A veces con el agobio se repiten los esquemas fallidos que llevaron en primera instancia a esa situación. La gran mayoría de los hogares monoparentales están regidos por mujeres que sin percatarse reproducen la cultura patriarcal y machista.
Una madre cuyo adolescente varón no la apoya en las tareas hogareñas no debería culpar a la ausencia de un buen ejemplo paterno, sino a sus propios estereotipos en juego y su falta de previsión o de reflexión oportuna.
Por otro lado, una de las principales funciones parentales es la protección sicosocial. Es posible que los menores imiten gestos y reacciones de ese ser que admiran sin concientizar que se identifican con el sexo opuesto.
El fenómeno subjetivo de la construcción sexual es mucho más complejo que la imitación de roles en casa, y además antes de los 18 años no hay nada definitivo en gustos o prácticas.
Aun si la identidad de género o el deseo erótico no son los esperados por la familia, no tiene sentido culpar a la madre porque crió sola al varoncito o tuvo una vida amorosa «desordenada», ni al padre porque llevaba a su hija al estadio de pelota.
Como en cualquier familia, lo que toca es proteger a la prole, aconsejarles sin irrespetar sus elecciones y ofrecerles un amor sin censura, para que siempre tengan un nido al que regresar, por muy duros que sean sus trayectos.
*Doctora en Ciencias Pedagógicas