El frenillo del pene está presente en casi todos los varones hasta su iniciación sexual
No hay médico para el miedo.
Proverbio escocés
A propósito de la página anterior sobre el sentido histórico del himen y sus características, varias lectoras nos sugirieron que dedicáramos un artículo a otro frágil desconocido: el frenillo.
Es curioso que el pedido viniera de mujeres, y mucho más que compararan ambas estructuras por su valor sentimental o como equivalentes de virginidad, lo cual es en ambos casos una asociación cultural, ya que se puede perder la «inocencia» sin que el frenillo o el himen sean dañados, y también se pueden perder estos en traumas o manipulaciones sin intenciones eróticas.
El frenillo del pene está presente en casi todos los varones hasta su iniciación sexual, a menos que exista una condición anatómica poco común, como la hipospadia, o si han sido sometidos a una intervención quirúrgica para eliminar el prepucio (circuncisión).
Este último caso responde a costumbres ancestrales (sobre todo entre árabes y hebreos), a modas juveniles (se considera más estético y cómodo) o a una decisión médica para resolver problemas anatómicos como la fimosis o anillo prepucial, anomalía que impide la salida del glande y la higienización de su zona posterior, lo que en el argot popular llamamos caballero oculto.
Cuando se circuncida el pene puede o no quitarse el frenillo, pero aunque quede dejará de cumplir una de sus funciones, que es facilitar el movimiento de la capucha para cubrir y destapar el glande durante la erección o en caso de peligro.
Gracias a su alto grado de inervación y por ende su sensibilidad al tacto y a los cambios de temperatura, el frenillo y la mucosa posterior en forma de triángulo (delta frenular) son una zona erógena por excelencia, «descubierta» por sus dueños desde temprana infancia y manejada con exquisitez en las prácticas eróticas refinadas, como las que promueve el Tantra sexual.
Acariciar esa área es básico además para estimular el reflejo eyaculatorio, recurso empleado en reproducción asistida para obtener semen en donantes difíciles, como esos hombres con daños físicos en la médula, que no logran erectar o sentir placer.
No hay tantas variedades de frenillo como de himen, pero cada quien debe aprender a tratar el suyo como único, sin comparaciones o temores. Según largo y resistencia se habla de frenillo breve cuando es difícil retirar el prepucio totalmente y además duele la tirantez al manipularlo.
El riesgo de ruptura es mayor en estos casos, pero también los frenillos largos pueden romperse si se tira de ellos con mucha fuerza y rapidez o se les somete a un peso excesivo (por ejemplo el de la pareja). En definitiva es tejido cutáneo (de piel), y cuando la presión es superior a su resistencia terminan cediendo, lo cual provoca sangrado y un dolor agudo, como el de un latigazo o una aguja sorpresiva.
No siempre hay que ir al médico de inmediato, pero si el dolor persiste, el sangramiento no para, aparecen síntomas de infección o se desarrolla hipersensibilidad y la cicatriz se vuelve fibrosa, lo más cuerdo es superar prejuicios, empaquetar el pudor y buscar ayuda especializada lo antes posible.
En algunos casos la estructura es tan corta que es preferible cortar el frenillo antes de empezar la vida sexual activa, pero no en casa, con tirones o cuchillitas, sino en un ambiente aséptico y en manos de profesionales.
¿Y si no se rompe?, preguntaba hace poco una asistente a las peñas de Sexo Sentido. No pasa nada: el frenillo es natural y puede comportarse flexible aun en situaciones muy demandantes. Lo ideal es tratarlo con ternura y aprovechar sus reacciones para innovar en las caricias más allá del coito vaginal o anal, combinando la rudeza de la mano exaltada con la sutileza de los besos, la lengua o la respiración intencional sobre la zona.
Resista o no resista los primeros embates, la higiene escrupulosa de la zona debe ser una prioridad, porque en esta suele acumularse el esmegma, mezcla de sudor, células muertas y restos de orina y eyaculación... pero también reservorio de bacterias, hongos y otros agentes que transmiten infecciones y fijan un olor desagradable, aspectos que repelen potenciales parejas mucho más que la apariencia o tirantez del aclamado miembro.