Muchos adolescentes «románticos» y hasta adultos se meten en apuros sin pensarlo dos veces para ganar el premio afectuoso de la muchacha que les interesa, lo cual demuestra un alto grado de irresponsabilidad y de desprecio por la vida propia y ajena
La más peligrosa de todas
las debilidades
es el temor de parecer débil.
Bossuet
Según la matemática de las aventuras, una cara linda más un acto de heroísmo es igual a sexo. Esa fórmula ha sido explotada hasta la saciedad en la literatura desde los albores de la civilización humana, y más recientemente en el cine, las series televisivas, los videojuegos y las redes sociales que «crecen» en Internet.
Por eso muchos adolescentes «románticos» se meten en apuros sin pensarlo dos veces para ganar el premio afectuoso de la muchacha que les interesa, situación muy bien manejada en filmes como Tres metros sobre el cielo, que recomendamos para debatir en familia.
En esa decisión tiene mucho que ver la inmadurez del cerebro antes de los 30 años, aunque algunos adultos incurren también en conductas temerarias, por desesperación o porque ya han probado su efectividad para ligar potenciales parejas, lo cual demuestra un alto grado de irresponsabilidad y de desprecio por la vida propia y ajena.
Más allá de los elementos socioculturales que influyen en este fenómeno, hay que reconocer el peso de la respuesta fisiológica natural ante el peligro, especialmente el incremento en sangre de la adrenalina, hormona que ayuda al cuerpo a reaccionar con rapidez para sobrevivir en cualquier circunstancia.
Ese neurotransmisor es tan versátil, que también interviene en la predisposición para el intercambio erótico y promueve a corto y mediano plazo la síntesis de otras sustancias asociadas al alivio y el placer, como la serotonina, la dopamina y la oxitocina.
Tal contradictorio baño químico es almacenado por el cerebro con una intensidad particular, cuyo recuerdo puede ser agradable si el desenlace del susto resultó positivo, sensación que depende sobre todo de la persona que nos acompañaba en la difícil prueba.
El vínculo emocional que nace de una heroicidad (voluntaria o involuntaria) se estudia desde el siglo XX por su alta incidencia en la vida de miles de personas que cada año comparten situaciones extraordinarias, ya sean guerras, incendios o grandes accidentes, pero también deportes extremos y hechos delictivos intencionales.
«Enamorarse» del bombero que salvó a tu mascota o del pasajero que te protegió al volcarse el ómnibus parece natural y hasta práctico. La gratitud predispone a prolongar el contacto, y esa situación muchas veces es tolerada o incentivada por el «héroe», ya que estimula su ego altruista.
Pero no debemos confundir admiración con amor, pues la capacidad de reaccionar bien en un momento de peligro no garantiza la toma de buenas decisiones ante dilemas cotidianos, esos que suelen ser más numerosos y acuciantes en cualquier pareja.
Si hablamos de cómo el peligro puede llevar al sexo, es justo comentar también ciertas circunstancias en que ocurre al revés.
Varios sitios digitales tienen un inventario de momentos embarazosos o fatales asociados a la práctica erótica: desde personas que llegan a un hospital con objetos extraños en sus orificios «pudendos», hasta estadísticas de muertes por asfixia y casos de invalidez al intentar ciertas posiciones atribuidas al Kamasutra.
A veces el arma mortal es la boca: besos que rompen un tímpano, irritación vaginal producida por sexo oral con picante o alcohol, chupetones que derivan en coágulos y accidentes cerebrovasculares y hasta mordidas inesperadas que trucidan genitales.
En otros casos el peligro lo genera el entorno: infecciones graves por hacer el amor en cuevas pobladas de murciélagos, noches en prisión por intentar el coito en lugares públicos, violaciones en lugares desolados, elevadores detenidos a propósito, que luego no reinician su marcha en horas...
Tampoco faltan historias de accidentes de tránsito en los que la pareja fue encontrada en posiciones comprometedoras o murió envenenada por monóxido de carbono, y hasta caídas de motos o ciclos que provocaron fracturas de pene, el que estaba obviamente erecto.
También resultan muy peligrosos ciertos objetos cuya finalidad supuesta es aumentar la libido o el placer: piercings que se enganchan en el ano, la boca o la vagina; bolsas y cintos de asfixia que no abren a tiempo (casi un millar de personas mueren por esta causa en Estados Unidos anualmente), robos en casa mientras su dueño está atado a la cama.
Y no podemos terminar esta reseña sin alertar sobre una práctica «inofensiva» que a la larga se convierte en peligrosa bomba de tiempo emocional y social. ¿Has pensado qué destino tendrán esas fotos o videos «calientes» que te dejas tomar por amistades o parejas ocasionales? Tal vez hoy no te importen, pero ¿cómo reaccionarás cuando tu futura familia, tus colegas de empleo o tus clientes potenciales tengan acceso a ellos?