Desde 1901, una bombilla funciona sin apagarse en Estados Unidos. Su larga vida útil es una prueba de que pueden existir equipos que duren «para siempre», pero las leyes del mercado lo impiden
La primera vez que escuché el término «obsolescencia programada» me pareció una idea algo disparatada. Cómo imaginar que el mismo hombre que años atrás había creado refrigeradores Frigidaire, lavadoras Aurika, batidoras Eta y otros muchos equipos electrodomésticos y marcas que duraban más de 30 años, podría apostar ahora por productos de vida efímera, planificada desde su propia creación.
Surgida en la década de los 20 del pasado siglo, producto de la Revolución Industrial, la obsolescencia programada u obsolescencia planificada constituye la programación del fin de la vida útil de un producto o servicio, de modo que —tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante durante la fase de diseño— este se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible.
Otro tipo de obsolescencia impuesta por el mercado, y que es imposible dejar de mencionar, viene de la mano de la moda y es la denominada percibida, pues deja obsoleto a un bien de consumo, simplemente porque ha dejado de ser «lo último».
En este caso, una vez más la inducción al consumismo, que promueve el capitalismo, ocupa un lugar primordial, manipulándose de esta manera a la clientela para que compre nuevos productos de forma acelerada y sin necesidades reales.
Comprar, tirar y volver a comprar es la fórmula que pretenden imponer las empresas, lo que evidentemente es igual a mayor cantidad de ventas y, por supuesto, de ganancias.
Vista de esa forma, la realidad no parece tan mala —claro, si usted es el propietario de la empresa—, pues si los equipos duraran eternamente, las puertas de la quiebra siempre estarían abiertas.
Ahora, ¿esos propietarios se habrán detenido a pensar qué repercusión tiene el fenómeno de la obsolescencia programada en los individuos? ¿Imaginan qué siente una persona —de bajo nivel adquisitivo— que luego de cinco años ahorrando para comprar una lavadora que le haga menos duro el trabajo solo pueda disfrutar de sus servicios durante cuatro años?
El objetivo de la llamada «obsolescencia programada» fue (y es) el lucro económico inmediato, obviando de todo el proceso al individuo y sus necesidades, el medio ambiente, la contaminación y, sobre todo, la irracional explotación de los recursos naturales.
Si se quieren alcanzar niveles de desarrollo humano sostenibles en el tiempo, es imprescindible vislumbrar una cultura ética que nos permita salir de la prehistoria —como afirmara Carlos Marx—, lo que es vital para nosotros y las futuras generaciones si no queremos asistir al fin de la historia, y no precisamente respondiendo a determinado presupuesto ideológico, como planteara el politólogo norteamericano Francis Fukuyama, sino indicando el fin de la especie humana.
Luchar contra el mercado no es cosa fácil, pues este cuenta para su resguardo con un grupo de oligarcas cuya máxima es el signo del dinero.
Un caso notable ocurrió en 2011 en España, cuando el ingeniero Benito Muros y otros colegas fabricaron una bombilla con garantía de 25 años, es decir, sin esa fecha de «muerte programada» que comparten, por pura cuestión de lucro, los aparatos electrónicos.
Benito Muros, tras más de nueve años de investigación, junto a un grupo de ingenieros internacionales, ha desarrollado la tecnología y la fórmula para fabricar una línea de iluminación aplicada a la tecnología Led que tiene una duración «de por vida». El hallazgo supone un nuevo concepto de modelo empresarial basado en la no obsolescencia programada.
Según los creadores del sistema de iluminación, este tiene un carácter ecológico, pues no contiene elementos perjudiciales para la salud y reduce hasta un 70 por ciento las emisiones de CO2 a la atmósfera por las centrales eléctricas, además de constituir el primer sistema de iluminación reparable del mundo. Se trata de la aplicación palpable del llamado «Residuo cero», una filosofía que intenta cobrar fuerza en el orbe.
Sin embargo, esta invención ha costado a Benito Muros no solo la amenaza a su vida si sigue adelante con la comercialización del equipo, sino también a las de sus hijos.
«Las distribuidoras nos dicen que viven de las que se funden, y los grandes almacenes nos proponen duplicar su precio, a lo que nos hemos negado. Hemos tenido ofertas millonarias para no sacarla al mercado y amenazas de muerte, que están en manos de la policía», comenta Benito en entrevista publicada en varios sitios web.
Ante el absurdo de esta historia debo confesar que me cuesta imaginar el futuro deparado al ingeniero Adolphe Chaillet, de la compañía Shelby Electrics, si viviese en esta época, pues fue quien diseñó una bombilla que luego de 111 años aún continúa encendida en un parque de bomberos en Livermore-Pleasanton, California, Estados Unidos.
Creada a fines de 1890, fue puesta en explotación a partir de 1901 y cambiada de lugar varias veces, hasta llegar a la estación de bomberos donde se encuentra desde 1976, irradiando luz de forma ininterrumpida las 24 horas del día. Ni siquiera los cortes de electricidad han podido impedir su trabajo, ya que está conectada a un generador electrógeno.
Esta bombilla ha sido declarada por el Libro Guiness de los Récords como la más antigua conocida que aún funciona, y es posible verla mediante Internet, en la dirección www.centennialbulb.org/photos.htm, gracias a una cámara web.
Realmente parece que cuando se inventó la bombilla, los grandes fabricantes se dieron cuenta de que, si ofrecían un producto que durara años, el negocio no sería rentable, ya que la gente no seguiría necesitándolo.
Así que decidieron crear un filamento luminiscente que, al cabo de cierto tiempo, se rompiera. De este modo el consumidor seguiría comprando bombillas toda su vida, aunque evidentemente la bombilla de Livermore se fabricó antes de esta decisión.
Todo empezó con un viaje de Benito Muros en el año 1999 a Estados Unidos, cuando tuvo la oportunidad de ver la bombilla del parque de bomberos de Livermore, lo que generó en él un sentimiento de indignación, al pensar que nos toman el pelo de forma permanente y premeditada, para someternos a un modelo económico basado en el consumo por el consumo.
Si en aquella época, con la tecnología existente, ya se podía fabricar una bombilla que durara cien años ¿por qué ahora no?, se preguntó el ingeniero, quien se dedicó a partir de entonces a investigar por qué ahora los aparatos electrónicos cada vez duran menos.
Amén de las amenazas enviadas al investigador por sacar al mercado su bombilla, este ha mantenido su postura de luchar contra la obsolescencia, y para ello ha fundado la Asociación Sin Obsolescencia Programada (SOP), un movimiento ciudadano o plataforma social que pretende acabar con este fenómeno, creando un nuevo sistema en el que los productos estén diseñados y hechos para durar siempre, y que no nos obligue a gastar innecesariamente, siendo a la vez más respetuosos con nuestro planeta.
Según el español, SOP tiene tres objetivos: difundir qué es la obsolescencia programada y cómo nos afecta; tratar de poner en el mercado más productos sin obsolescencia programada con el fin de forzar la competencia, y el tercero —al que voy a dedicar el resto de mi vida, plantea— es luchar por aunar todos los movimientos sociales para tratar de cambiar este modelo económico.
Aunque se ha iniciado en Europa a través de España, los planes del movimiento son extenderse hacia el continente sudamericano, a países como Brasil, Chile, Colombia, México y Perú, así como a Estados Unidos (Florida y California).
Una vez más es apreciable cómo el consumo es el corazón del sistema predominante en que vive el mundo. La gente necesita comprar cosas porque sencillamente se les induce, haciéndoles creer que las necesitan y que si no compran no son dueños de nada y por consiguiente, no valen mucho.
Nos hemos convertido mayoritariamente en un mundo de consumidores, donde obsolescencia programada y percibida, unidas a la publicidad, nos invitan a consumir más y más productos de los que en realidad el ciudadano necesita, pero estos son los pilares de la economía actual. ¿Cómo desmontar entonces la locura del usar y tirar?
*Profesora de la Universidad de Ciencias Informáticas