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Retoños de corazones

El volumen Retoños de almendro, selección del escritor para niños y jóvenes Eldys Baratute, lejos de toda retórica, es un libro de concurrencias, porque hace confluir en sus páginas a voces que no se escuchan, pero se descubren entre líneas

Autor:

Rodolfo Zamora Rielo

Existen libros que nunca deberían dejar de leerse. Otros nos acompañan siempre, cual cómplices de aciertos y deslices, para mostrarnos con sorna que en todo momento tuvieron dentro de sí las experiencias aparentemente menos visibles. Sin embargo, los hay que pasan por nuestros ojos tan solo una vez y se esconden en la memoria de nuestra circunstancia para volver, en cualquier momento, y traernos a aquel que ya pensábamos que los años habían dejado muy atrás. Y vuelven en diversas formas, desempolvando vivencias y sensaciones, como un amigo que regresa rejuvenecido, pero con ese brillo que un día nos deslumbró para no apagarse jamás.

Creí que no tendría esa suerte hasta que tuve ante mí el volumen Retoños de almendro, selección del escritor para niños y jóvenes Eldys Baratute, con que el sello Ediciones La Luz, perteneciente a la filial holguinera de la Asociación Hermano Saíz, celebra sus 15 años de existencia. Al abrir sus páginas se desató un torrente de añoranzas que me transportó a aquellos años en los que, con una pañoleta azul, asistía a la pequeña biblioteca escolar, donde nos narraban maravillosas historias que después encontraríamos desperdigadas entre esos anaqueles, semejantes a laberintos infectados de aventuras y peligros de utilería. Libros de coloridas ilustraciones, desde las cuales percibíamos los gestos, los sentimientos, los retos de aquellos personajes que colonizaban después nuestras noches y marcaron, de alguna manera, nuestras acciones del futuro.

Realmente no había comprendido bien la valía de los libros en la infancia. Los 35 cuentos que devoré ahora en una sola tarde despertaron en mí de nuevo, aunque con matices de duendes, el valor que siempre quise tener frente al riesgo, la ternura para tratar a las niñas, la fantasía al observar la naturaleza, la dignidad para asumir las equivocaciones, la tolerancia y la entrega que merece el prójimo, la solidaridad con los más débiles, el privilegio de mirar y ver, el vuelco de sentir nacer nuevos retoños del corazón tras cada lección de honradez y coraje.

El tino con que el compilador reunió los trabajos me hizo entender también la importancia de pensar en los lectores cuando se gesta un libro para ser útil y no para alimentar vanidades. La certeza de escoger la mejor ilustración —que no siempre es la más parecida a la realidad— que aprisione nuestra atención y eduque nuestra sensibilidad visual. Además de contar con la bendición de Nersys Felipe y la invocación a Dora Alonso, dos de las voces más prestigiosas de la literatura infanto-juvenil no solo en la Isla, sino también a escala universal, la adecuada edición y la excelencia del diseño convierten este libro en un conjuro mágico; de esos que llegan de improviso y se instalan a nuestro alrededor, como lluvia de estrellas o polvo de hadas, para elevarnos sobre el contrapeso de nuestra cotidianidad y mostrarnos, una vez más, el mundo desde arriba, sin buscar explicaciones, sin otra lógica que el fruto de nuestra ensoñación.

La lírica de las narraciones, si bien no siempre completamente equiparada, permiten vislumbrar la cristalización de una escuela cubana de literatura infanto-juvenil, reconocida ya globalmente, de la que la reciente inclusión del narrador y editor Enrique Pérez Díaz en el jurado del prestigioso Premio Andersen es apenas el atisbo de la profundidad y ascendencia que ha sabido labrarse a lo largo de los años. Ahora más que nunca la literatura no puede perder su capacidad de asombrar a los niños y los jóvenes, pues son las edades esenciales para formar los valores que acompañarán a esas personas toda la vida, en las situaciones más complicadas, y que nacen como ilusiones, como quimeras a conquistar algún día, aún lejano, pero acercándose.

Estos nuevos retoños me hicieron recordar también a un frondoso almendro, comúnmente llamado Herminio, que desde sus Oros viejos y Nuestro Martí cinceló el camino de muchos de nosotros, que todavía no podemos evitar mirar con ternura las cubiertas de sus libros y vernos pasando cada página para asombrarnos en la última, haciendo un callado juramento con nuestro futuro de no traicionar jamás los principios que nos inculcaba entre mitos y sacrificios. Seguidores son, más que deudores, todos y cada uno de estos escritores, entre los que resaltan Teresa Cárdenas, Yanira Marimón, Arnaldo Muñoz Viquillón, Maylén Domínguez, Susana Haug y otros, que han asumido el difícil arte de esculpir caracteres y aderezar almas.

Retoños de almendro, lejos de toda retórica, es un libro de concurrencias, porque hace confluir en sus páginas a voces que no se escuchan, pero se descubren entre líneas. Además de Dora, Nersys y Herminio, aquí está escribiendo Martí, Edmundo de Amicis, los hermanos Grimm, Perrault, Swift, Defoe, Stevenson, Kipling y Verne, Twain y Collodi, Carrol, Barrie y Saint-Exupéry. También se escucha a Teresita y a Liuba, al Guiñol y al Teatro de las Estaciones, a Tía Tata Cuentacuentos, a las narradoras orales de la Sala Juvenil de la Biblioteca Nacional, a Haydée, a Rafaela, a tantos y a todos los que dejaron, aun sin saberlo, una huella imborrable en esos niños, hoy adultos, que no los olvidan.

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