A propósito del bicentenario del poeta y dramaturgo matancero José Jacinto Milanés, las editoriales cubanas preparan un grupo de títulos para este 2014
A propósito del bicentenario del poeta y dramaturgo matancero José Jacinto Milanés en este 2014, las editoriales cubanas preparan un grupo de títulos, entre los que destacan Milanés, las cuerdas de oro, biografía escrita por Urbano Martínez Carmenate; El alba y la tarde, antología poética a cargo del investigador Cristhian Frías, y la colección de ensayos Milanés: encuentro y fuga, sobre la obra del poeta, del estudioso de nuestra poesía colonial Salvador Arias, los cuales llegarán por vía de Ediciones Matanzas.
Asimismo, Letras Cubanas sacará a la luz otros dos libros con la firma de Urbano Martínez Carmenate, Álbum…, que agrupa diversos escritos sobre la vida y la obra del bardo, y Milanés disperso, que recoge casi toda la creación no publicada en los dos tomos de las Obras Completas de 1963.
Estos cinco volúmenes, acompañados de un número de la revista Matanzas también dedicado al poeta, estarán disponibles para los lectores a finales de este año. A continuación reproducimos un texto del ya desaparecido Cintio Vitier que forma parte del dossier que propondrá la mencionada publicación periódica, bajo el título El obseso*:
Juan Ramón decía que el Niágara era un poema espantoso. Esto da risa, porque uno piensa cómo debió retumbar el torrente de palabras (eso sí: palabras vivas) en el oído hiperestésico de Juan Ramón. Lo cierto es que, después del horrísimo trueno de Zequeira, las retumbancias de Heredia y «la voz pavorosa en funeral lamento» de la Avellaneda, se apetece disfrutar de la calma y sencillez de la naturaleza: salir al campo, no al romántico paisaje de las grandes meditaciones, sino al campo lindo y tranquilo que, contrastado con la ciudad de provincia y como fondo de ella, cobra su mayor precio.
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Ninguna «grandeza» en el autor de La Madrugada. Su campo es el de las breves temporadas y las excursiones familiares o líricas. Las dos familias emparentadas de su madre y su prima Isabel formaban un ámbito cariñoso dentro del cual disfrutó el poeta de horas muy gratas, encantadoramente evocadas por Lola María.
Varias veces en estos apuntes hemos tenido que referirnos a Matanzas: con relación a la locura de Zequeira, a los años juveniles tan diversos de Heredia y de Plácido, a la finca El Molino donde padeció Manzano. En la primera mitad del siglo xix Matanzas fue el centro poético de la isla, no solo porque en ella residieron los mejores poetas, sino porque, naturalmente, en ellos se expresó el aroma de las costumbres matanceras. Heredia vive esas costumbres familionas, después las evoca desde el navío del destierro, ante la silueta emblemática del Pan; la fineza de Plácido es totalmente matancera; Manzano con su Manglar y uvero nos devuelve la sombra dorada de las playas que todavía vimos en la infancia. Milanés encarna, si así puede decirse, la «matanceridad» absoluta. La fenomenología nos enseñó que las esencias no se describen: se intuyen. La «matanceridad» se intuye íntegra en los versos de Milanés.
Ahora bien, esa «matanceridad» de tan inofensivo aspecto, incluye entre sus factores frecuentes la obsesión. En general la provincia, lo que se llama significativamente «el interior» y desdeñosamente «el campo», es proclive a la neurosis, a una peculiar neurosis, más pudorosa o más reconcentrada. Gómez de la Serna nos habló de los locos de Castilla; Cervantes ya lo había hecho. De niño vi los «lelos» y los «raros» de Matanzas. Samuel Feijóo me enseñó uno inolvidable, de Cienfuegos, que lo único que hacía era sentarse en un banco a mirar el mar. En muchos de los versos de Milanés, especialmente en El beso, detrás del tono idílico se siente una idea fija, una obsesión: la obsesión de la pureza, que es, desde luego, la obsesión de la impureza. No podemos saber el papel que, en su creciente desequilibro psíquico jugó el trauma producido por el fracaso de sus amores con Isa, catorce años más joven que él y de familia más pudiente. Solo nos está permitido detectar en sus versos una constante obsesiva, neurótica, ligada al escrúpulo y a la culpa hiperbolizados, que alcanza en El mendigo, su más profunda formulación. Se trata de un mendigo a la puerta de un baile. El poeta, arrastrado por el torbellino sensual, entra sin hacerle caso, aparentemente; pero su imagen se le graba para obsesionarlo y reaparecer inexorable, vengativa, en el lado de sombra.
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Heredia contemplando el Niágara es una imagen romántica de gran formato; Milanés de codos en el puente, título de su poema emblemático, es una imagen más modesta y de mayor misterio para mí. Ese puente es el puente nocturno del San Juan, donde también estuve yo, y sigo estando muchas veces, mirando, oliendo y oyendo lo oscuro. En De mi provincia (1945) escribí un poema (Uno y otro) que es una versión distinta y secreta de ese poema de Milanés. En Extrañeza de estar hay también unos sonetos (Sellada vigilia) que fueron hechos a la magnética sombra del obseso de Matanzas.
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Pero así como Heredia no pudo nada contra su primera imagen revolucionaria, las obsesiones de Milanés —que lo llevaron también a escribir los versos moralizantes más aburridos de nuestra literatura— son incapaces de empañar el cristal de sus captaciones prístinas de nuestra naturaleza. El Milanés matinal, ingenuo, límpido, será siempre el más fuerte. Cuando decimos Zequeira, lo que viene volando es la piña que más de un siglo después, en su gloria neoclásico barroca, pintó Amelia Peláez. Heredia es el Niágara —la catarata que poéticamente nos anexamos, en el único imperialismo respetable—, pero es también ese verso mágico de raíz latina, trofeo de nuestras más libres trasmutaciones culturales: «las húmedas reliquias de su nave». ¿Por qué brillan esas sílabas con tan misterioso brillo, querido abate Brémond? La poesía pura en otro sentido, la poesía de lo puro, de lo virginal e idílico, es el regalo invencible del obsedido Milanés, el sello de su candor provinciano y paradisíaco.
*Publicado por Cintio Vitier en Poetas cubanos del siglo XIX.