De momento, me imagino entrando a cualquier tienda recaudadora de divisas con una rudimentaria jaba de yarey —o hasta con un saco de yute— a cuestas.
No lo digo por gastar una broma, sino por subrayar algo sumamente serio: ese dichoso «no hay jabitas» que sigue hiriendo con crudeza el servicio de muchos de los expendios inaugurados ayer con refulgencias y crecidos hoy con numerosas tachas.
He pensado, entonces, que ante esa carencia, la alternativa pudiera ser enganchar...
La bofetada es, por estas latitudes, una de las formas acostumbradas para dirimir una querella. A diferencia de otros escenarios, donde una frase basta para poner en su sitio al adversario; o de otras épocas, en las que un guantazo en el rostro limpiaba el camino hacia el campo del honor, el temperamento criollo le ha reservado un lugar a este, digamos, «método rápido para la resolución de conflictos» (aunque a veces, lamentablemente, suele traer segundas partes).
No es fortuita la frase que preside la celebración de la década de Acuse de Recibo. Si algo ha oxigenado a esta columna en ese período, ha sido buscar la verdad de la vida y las cosas sin distinciones ni parcialidades. Esta ventana desde la cual uno se asoma a la palpitante realidad del país, con sus luces y sombras, tiene un anchuroso espacio donde caben todos: los quejosos y molestos, esos que casi siempre invocan la propia virtud de la Revolución para reclamar sus derechos; los inquietos...
Qué es lo que hay que cambiar, me ha preguntado un lector al enviarme su inconformidad por mi nota del viernes pasado. Debo reconocerle la expresión franca y, sobre todo, respetuosa. Se quedó sin entender, dice. Pero de los ocho mensajes electrónicos que entraron en mi bandeja, siete acusaban haber comprendido perfectamente; incluso, uno me mostraba su inquietud porque, alegaba, yo estaba jugando con «gasolina y fósforos».
Desde luego, quien escribe para el público, del público debe...
La sociedad norteamericana enarbola el valor de las armas como signo de seguridad individual y prepotencia colectiva. Más de 200 millones de ellas están en manos de los ciudadanos. Jugosos contratos van a las arcas de la industria militar para mantener un poderío que permita a Washington sojuzgar al resto de las naciones. Todo se quiere resolver a base de pistolas y cañones humeantes.
Adoraba reventar los caballos a pleno galope. Le gustaba repartir latigazos, y también atropellar a las personas con su coche a toda carrera. Así era el cochero Balaga. En su novela La guerra y la paz, León Tolstoi lo describe como un personaje de cuidado, compañero de juergas del príncipe Anatol Kuraguin y su amigo de camorra, el oficial Fiodor Dolojov. «Sirviéndolos —escribe Tolstoi— (Balaga) había reventado más caballos que dinero le habían dado».
Los que el lunes marcharon por la independencia en Pristina, la capital kosovar, enarbolaron banderas de Estados Unidos. Foto: AP
Suponga usted que un vecino, después de cercenarle un trozo del patio, le trae a casa un pedazo de cake, como premio de consolación. Con seguridad, el individuo tendría que volverse por donde vino, con el rostro maquillado de merengue y el plato por sombrero.
The Washignton Post debería haber circulado este lunes con el irónico recuerdo de ciertas palabras de George W. Bush, quien a finales de agosto presentó a Dana Perino como la nueva portavoz de la Casa Blanca; una mujer, dijo, «capaz de hacer frente a todas las preguntas». A ella le bastaron pocas semanas para demostrar que el Presidente, para variar, se equivocó.
El diario conservador se atiene a citar la confesión de la misma Secretaria de Prensa, quien en un programa de radio recono...
Desde este suelo Carlos Manuel de Céspedes inició las luchas de los cubanos por su independencia. Con sangre de muchos de nuestros hijos, nos libramos de amos coloniales e imperiales, pero el combate continúa buscando toda la justicia y la libertad posibles. Una Revolución es una fuerza liberadora en constante generación, que aspira a preparar a hombres y mujeres para encarar el mundo gracias a su cultura, su eticidad y la capacidad de pensar por sí mismos y transformar su sociedad.
Caries en los renglones: así llamaba Pablo Neruda a las erratas. Y en Wall Street, sitio tan distante de la poesía como cercano a las utilidades, acostumbran calificarlas como «el síndrome del dedazo», por aquello de que la equivocación en una tecla en medio del furor ganancioso, puede desatar insólitas especulaciones bursátiles.
Las erratas me recuerdan la bendita imperfección del ser humano. Qué aburrido sería todo sin traspiés. Pero cuando les quitamos el pie de encima, se las...