Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El silencio del columnista

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

Algunas veces puede no existir angustia más grande y más persistente que la de buscar un tema sobre el cual escribir todas las semanas o todos los días para un espacio fijo.

A lo largo del tiempo, las columnas periodísticas vinieron a convertirse en una especie de remanso personal, que los cronistas tuvieron para escribir de casi todo lo que se quería y de la manera que se deseara.

Por tal razón, en muchos casos, esas secciones terminaron por verse como una de las joyas de la corona; pues todos las respetan; casi todos quieren escribir para ellas, pero no todos tienen la garra, el conocimiento y las maneras para ganarse el beneplácito de los lectores y, sobre todo, para mantenerlo con el tiempo.

Quizá ahí esté uno de los puntos más fuertes y desafiantes para ser un columnista de verdad: tener algo de qué escribir, no importa si es bajo lluvia o relámpagos. En un inicio, el asunto parece un tema de fiesta, porque de entrada tienes la oportunidad de contar o dar una opinión sobre algo con la seguridad de que te van a publicar, lo que, a su vez, implica ganarse un público por derecho propio.

Sin embargo, los más experimentados reconocen que los motivos para fiesta desaparecen cuando la columna no es para toda la redacción, sino para una persona en específico, quien se ve obligada a escribir todas las semanas o, en ciertos casos, todos los días, a veces ceñido a un tema muy puntual.

Porque, pasada la felicidad inicial, con el paso de los días aparece la pregunta inevitable: ¿de qué voy a escribir hoy?, la cual se combina con la otra llave del candado: la de no tener deseo alguno de escribir. 

Solo que ahí, justo en ese instante, aparece la angustia de los columnistas, que solo ellos la conocen bien porque la deben sufrir en silencio. Primero ella se presenta en forma de un cosquilleo intrascendente, que avanza hasta convertirse en algo que oprime el pecho y es capaz de cortar el aire en función de una idea fija: la necesidad de escribir la columna.

En varias de sus crónicas, Gabriel García Márquez confesó haber vivido esa angustia; y una de las más grandes la padeció en Panamá, mientras sostenía una larga entrevista con el general Omar Torrijos. En una mañana de descanso, a inicios de semana, García Márquez confesó que estaba echado sobre una poltrona, mirando la placidez del mar desde un farallón de leyendas, en medio de una brisa suave y bajo una tranquilidad tan grande, que no dudó en tomar la decisión más resuelta para no traicionar aquel estado de beatitud. Sencillamente, no escribir la crónica del fin de semana.

Dicho y hecho, se envolvió en la manta y dejó para después el aviso de que no esperen la columna. Solo que ahí llegó la angustia, para verse sumido en un desasosiego a medida que pasaban los días y que solo terminó cuando despachó el texto en un sobre sellado, vía correo militar.

Por eso no queda más remedio que tener una admiración callada para esas personas, que se ubican en uno de los puntos más altos de la profesión y todos los días (o casi todos) se reinventan en una columna fija, que, a lo mejor dicen lo mismo de otras veces, pero lo hacen con tanta elegancia, con nuevos detalles y con otras anécdotas, que uno termina por asumir el escrito como algo nuevo.

Esos eran los casos, por ejemplo, de Nicolás Guillén, capaz de escribir de lo humano y lo divino, o de Alejo Carpentier, quien, en una hora de trabajo, concebía una columna de 500 o 600 palabras con historias de artistas, cine, esculturas, pintura, literatura o de los simples amoladores de tijeras que pasaban delante del periódico El Nacional en la ciudad de Caracas.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.