Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Desafío más allá de una esquina

Autor:

Osviel Castro Medel

Lo ocurrido aquella jornada del 16 de abril, en el corazón de la capital cubana, fue más que una proclamación nacida en el fragor de la furia colectiva o en la tristeza por dar sepultura a cubanos buenos, bombardeados a mansalva con el apoyo de una potencia extranjera. Fue zanja, hito, inicio y ruptura.

El peso de la fecha, con todos sus significados (positivos o no), nos ha acompañado estos últimos 62 años, en los que no ha faltado el debate sobre si fue un acto precipitado por la hostilidad del conocido vecino del Norte o si resultó un hecho que hubiera ocurrido de cualquier modo, fruto de una imparable radicalización.

En realidad, Cuba empezó a tejer desde entonces un camino tremendo, que le puso apellido a la Revolución iniciada en 1959, como signo de independencia nacional y soberanía. Esa ruta nació, incluso, con un reto singular, esbozado por Fidel desde la histórica esquina de 23 y 12: convertirse en un proceso totalmente contrario a «la explotación del hombre por el hombre».

Como si fuera poco, el líder exponía un desafío mayor: el de construir una Revolución socialista y democrática, «de los humildes, con los humildes y para los humildes», por la que habría que dar hasta la vida.

Si bien es cierto que hoy estamos en una época muy diferente a aquella del preludio de la invasión mercenaria, también resulta una verdad como roca que necesitamos analizar hasta qué punto los sueños y proyectos de entonces se han cumplido, se han torcido o vulnerado.

Sería un yerro demasiado grave, diría que mortal, renunciar a la aspiración de 1961, que se entronca con el deseo martiano de echar la suerte al lado de los pobres de la tierra o con la propia idea del Apóstol de construir una República con una base genuinamente popular.

Peor aún sería justificar yerros o distorsiones, o creer a ciegas que vamos «por el camino correcto», como a veces se repite, olvidando la contundente advertencia del propio Fidel en el Aula Magna de la Universidad de La Habana (17 de noviembre de 2005), vinculada a la ignorancia sobre la edificación de la nueva sociedad. «Entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo», subrayó a la sazón.

La nación ha llegado hasta aquí salvada del anexionismo, algo que representa una conquista nada despreciable, pero eso no debería llevarnos a la conformidad, uno de los males que tanto nos golpea a menudo. El socialismo cubano, a 62 años de su proclamación, no puede ser participación escasa o a medias, control popular inexistente, esquematismo y estancamiento.

El socialismo «no puede ser un guiño permanente a la pobreza» porque «necesita buscar el progreso aun contra guerras económicas externas», como señalé en estas páginas, a raíz de las inéditas protestas callejeras del 11 de julio de 2021. El socialismo tampoco ha de ser consigna vacía, burocratismo y globo, peloteo y traba, apariencia y éxodo geométrico.

Específicamente el nuestro necesita ser originalidad, creatividad, confrontación revolucionaria, debate constante, crítica y autocrítica, sensibilidad, democracia y libertad. Por cierto, de estos últimos dos conceptos se han apropiado varios adversarios de Cuba y en algún momento hasta han ejercido presión.

Tiene que ser construcción propia y colectiva, realizaciones y hechos concretos, historia en presente, Martí en la cabecera de la nación, el concepto de Revolución sin abstracciones. Ha de ser verdad, sobre todas las cosas. Esa misma verdad con la que Fidel nos alumbró desde una célebre esquina habanera; la verdad con la que nos sacudió en 2005, cuando nos alertó que, si no lo cuidamos, podíamos derrumbar el socialismo con nuestras propias manos.

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