El padre que desatendió a sus hijos durante 21 años y ahora regresa pidiendo ser perdonado. Aquel que no desea tener descendencia, pero al saber de la existencia de una hija derrocha ternura y sentido de la responsabilidad. El otro que, después de 12 años, se entera que no es el padre biológico de un adolescente y por ello rechaza verlo y atenderlo. El que aparece después de siete años a reconquistar a la madre de su hijo, sin interesarle mucho crear vínculos con el infante. El de la familia perfecta, que por razones laborales siempre llega tarde y no comparte tiempo de calidad con sus niños y, sin embargo, es el más dolido por el abandono de su padre, que recién apareció…
¡Cuánta diversidad en la polémica ha generado la telenovela cubana que actualmente se transmite por el canal Cubavisión! De las paternidades se habla en Los hijos de Pandora, cuyo guion pertenece a Ariel Amador Calzado y su dirección estuvo a cargo de Ernesto Fiallo.
La visualidad le ha otorgado no pocos matices a estas historias, concebidas para el espacio radial y con el saldo positivo de provocarles a los televidentes la necesidad de opinar sobre ellas, en las redes sociales incluso.
Cada una de estas tramas las encontramos en la vida real, y estoy segura de que existen otras, quizá más complejas. Juzgamos frente a la pantalla a Máximo, a Raydel, a Reynaldo, a Augusto… y sus actitudes nos provocan suposiciones, elucubraciones, contundentes sentencias.
De por sí, esa es —reitero— una ganancia de la telenovela, y es lo que me interesa abordar ahora, no la calidad de sus actuaciones, la fotografía o la dirección de arte. Es que, sencillamente, me ha impresionado todo lo que genera en juicios de valor, cuando sabemos que, además, la novela ha coexistido con el proceso previo a la aprobación del Código de las Familias.
Reconocer las diversidades existentes en la cotidianidad es la esencia de esa norma legal, y de alguna manera este producto audiovisual puso sobre la mesa un poco de todo eso. Justamente el asunto de las paternidades, tan sensible y controvertido. Confieso que me ha gustado esa confluencia de historias, porque ciertamente ser padre va más allá del aporte genético, y demanda mucha responsabilidad en cuanto al afecto y las obligaciones.
¿Que no existen madres que abandonan a sus hijos o los desatienden? Claro que existen, respondo a quien pretenda ser incisivo y atacar a quienes «siempre son las buenas de la película». Pero esta telenovela se centra en ustedes, los hombres, y sus conflictos cuando se convierten en padres. De las madres puede hacerse otra novela, les digo, aunque en esta esa realidad no se ha dejado a un lado.
Ahí está la abuela imprescindible, que ha sido madre a la vez; la que ocultó su embarazo y, ante la angustia de su hija, salió a buscar al padre; aquella que quiso por la fuerza dejar de ser amante y ejercer su maternidad «como debía ser», y al final ha sido madre soltera; la actual jefa de un centro científico, que ha sabido valerse sola en la vida por su hijo; la esposa ideal que se ocupa de todo; la que exigió descendencia cuando no la secundaban en el deseo y la más vilipendiada ahora, la que ocultó durante 12 años la verdadera paternidad de su hijo.
¿Quiere juzgar? ¿Desea usted esgrimir acusaciones y sentenciar? Hágalo. Es solo una telenovela. Pero antes mire a su lado y busque en su familia la perfección. Porque la vida es todo eso y mucho más de lo que se ve en pantalla. Y por eso, espero que cada cual reflexione desde el rol parental que ejerce, o piensa ejercer próximamente.
No crea usted que por ser padrastro la paternidad le es ajena. Tampoco imagine que lo adorarán quienes solo lo ven como un desconocido. No espere cuidados de quienes no los recibieron de usted. No rechace el amor de aquel que lo ve como paradigma. No sienta que por ser homosexual el «bichito» de la paternidad no le picará. No piense que amar a una mujer basta, si ignora que ella es también madre.
Y usted, no tome la maternidad como garantía del amor que anhela de un hombre. No espere que las responsabilidades se compartan de igual manera si no existe, primero, el afecto. No les niegue a sus hijos la oportunidad de conocer y forjarse un criterio sobre su padre. No crea que se nace sabiendo cómo ser padres, o que ni siquiera sus hijos podrán juzgarla algún día. No piense que maternidad es llevar una vida en su vientre nueve meses y nada más. No limite su sueño maternal por ser homosexual o soltera.
Después de tener claro lo anterior, valoremos todos que tener hijos no es cosa poco seria. Ese nuevo ser que llega al mundo no pidió ser concebido, y siempre espera lo mejor.
Responsables somos del amor que le ofrecemos, de los cuidados y atenciones prodigadas, del plato que se le pone en la mesa y de la sonrisa que se le arranca al regalarle alegrías. Del alivio de su fiebre si enferma y del primer aplauso que quiere escuchar cuando triunfa. Del apoyo que necesita siempre y de los valores que le inculquemos.
Se disfruta la maternidad y la paternidad completa, aunque no existan lazos sanguíneos. Pero, eso sí: siembre, cultive un mejor ser humano. La cosecha vendrá después.