Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Pionera soy de corazón

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Si algo he extrañado en la magnífica serie Calendario cada domingo, es un mayor reflejo de la vida pioneril en esa secundaria, donde una maestra como Amalia en el rol de guía de escuela sería un puntal fabuloso para la organización.

Ese capítulo en el que varios chicos desdeñan subir al Yunque y se burlan de la muchacha que sí fue porque se perdió en el monte, me dejó un triste sabor. A esa edad, ¿cómo es que no anhelan la libertad de la naturaleza, o darse un chapuzón en el mar, un río, una cascada… escenarios muy superiores a una lujosa piscina para celebrar el fin de una etapa crucial?

Cuando eso pasa —y sí pasa, como otros males que refleja la serie—, es que desperdiciaron años de pioneros exploradores en encuentros formales, en lugar de aprehender habilidades valiosas para el resto de sus días. Y pasa también porque sus turnos de reflexión y otras actividades extracurriculares no lograron reforzar el dominio de la geografía, la historia, la cívica y los idiomas como marcos imprescindibles para decisiones que pronto enfrentarán en la adultez.

Donde la Organización de Pioneros José Martí (OPJM) está viva y es sistemática en su labor; donde crea, reclama, se expresa resueltamente y representa la voz de los nuevos tiempos, se puede hablar de una mejor formación sicológica, ética y cultural de los educandos y el claustro, un vínculo que trasciende las confrontaciones generacionales y diversifica intereses y capacidades, además de promover el sentido de pertenencia a un colectivo cuyos matices serán valiosos en su futura vida social y laboral.

Me hubiera gustado ver un debate en el aula sobre la mala actitud de algunos protagonistas y sus familiares; escucharles crecer al enfrentar las consecuencias de sus arranques en el criterio de sus pares, constatar su aprendizaje en el seno de una organización con ramificaciones más allá de la escuela, cuya vocación es tejer la red de oportunidades que necesita el relevo, cada vez más expuesto a un mundo despiadado e irreal.

Por mi privilegiada labor de periodista, me consta que en muchas escuelas de todo el país sí se mantiene la llama pioneril, cuyo espíritu no envejece porque sus propósitos se renuevan con acciones variadas, chispeantes… cuando van más allá del mural, el matutino informativo, el cotidiano gesto de anudarse una pañoleta o colocar un sellito sobre el uniforme.

¡Cuántas Amalia y Carlos hay detrás de esos logros! Cuando asumen su función con responsabilidad y frescura, cuando amplifican su entusiasmo hacia todo el personal y la familia, cuando logran que los chicos abran su corazón para encontrarse a sí mismos y tomar las riendas de su crecimiento, estos guías de grupo, de escuela, de municipio, están formando la hornada de líderes que necesitaremos a la vuelta de unas décadas.

No es utopía: me atrevo a decir que la inmensa mayoría de los que dirigen hoy en cualquier esfera del país tiene un recuerdo hermoso de su etapa pioneril: un paseo excitante, una intensa competencia de exploradores, una semana compartiendo horarios entre las clases y las maravillas de la naturaleza.

Pero también atesoran un trabajo productivo en la comunidad o el campo, una visita a lugares donde la sangre se vertió para que florecieran sus sonrisas, un debate doloroso sobre faltas o indisciplinas que afectaron al grupo…

Pionera soy, de corazón, como canté durante nueve años con el alma henchida de auténtico placer, porque como pionera di mis primeros pasos fuera del hogar, descubrí oficios valiosos en los círculos de interés, rompí la timidez para declamar y me enamoré de héroes y mártires en sus gloriosas circunstancias.

Como pionera, y luego como guía en un par de escuelas donde antes fui estudiante, acampé con mi tropa cargada de ilusión, fui al monte y a ciudades desconocidas, compartí aventuras, vencí miedos, resolví acertijos a la luz de una fogata y exploré la naturaleza (también la mía en formación), para confirmar que puedo ser feliz por mí, no por títulos u objetos de un valor asignado socialmente que me rodean y uso, pero no me dominan ni esclavizan.

En el calendario de la OPJM, 61 años son apenas un soplo de energía. La nueva Cuba necesita que sus pioneros se sacudan el uniforme de viejas trabas, oprobiosos prejuicios, apáticas tareas… Que defiendan lo que les importa y demuestren que la aclamada autonomía de niños, niñas y adolescentes es virtud real para bien de la sociedad y no mero derecho reflejado en centenares de documentos.

Ser «pionero» es abrir nuevas brechas para que el futuro se materialice, y la OPJM tiene con quién, y con qué lograrlo.

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