Nunca como en este instante el enfrentamiento a la pandemia, luego del blindaje de la vacunación, depende de asumir cada cual una actitud responsable para atajar el posible contagio, sin olvidar ni siquiera un segundo que el bicho sigue ahí.
Las políticas y estrategias para acorralar al virus y sus nuevas variantes han evolucionado en el mundo hacia el enfoque de que hay que aprender a convivir con esa amenaza, con la perspicacia por delante.
Ahora, a nivel internacional, la decisión de gobiernos y especialistas de salud apuesta por reducir la parálisis de los servicios, incluida la educación y la economía, y apretar el acelerador en proteger a los más vulnerables, más que en aplicar restricciones para frenar la transmisión.
En este contexto, nuestras vacunas han hecho posible que Cuba asuma de modo muy particular y en positivo los embates de la pandemia, pero el arma de mayor alcance sigue siendo la responsabilidad, como ha expresado nuestro Presidente.
En nuestra geografía, tres indicadores muy elocuentes retratan como ha sido el comportamiento de la COVID-19, tan diferente al resto del mundo: la tasa de recuperación es de más del 97,5 por ciento y la letalidad acumulada es de 0,82 (0,14 en las últimas semanas), cifras por debajo de las de otros países, como también la tasa registrada de fallecidos por millón de habitantes es significativamente inferior a la media de Europa o las Américas.
Acá, junto al enfrentamiento sin tregua a la desbocada Ómicron y sus congéneres, se ha ampliado el ritmo rutinario de la vida e incentivado la reanimación en todos los ámbitos de la convivencia social, pero manteniendo una serie de protocolos esenciales para contrarrestar el efecto de esa última variante del virus, que tampoco resulta tan mansa.
Hay ciudadanos preocupados por la apertura (lo cual no resulta un pecado), y otros la vemos necesaria porque el país requiere oxigenarse, revivir su corazón productivo en todos los espacios como única manera de ir, paulatinamente, menguando la escasez y la desvalorización del salario.
Ha llegado la hora, quizá, de ese reto impostergable de no concederle todas las libertades a la pandemia, sino de erguirse y aprender a convivir con el fenómeno. ¿Cómo? Actuando más con responsabilidad que con descuidos y espantando el temor, porque con este no se llega a ninguna parte.
En la desbocada Ómicron está puesta la mira por un posible final de la pandemia. Especialistas de la Organización Mundial de la Salud consideran que cuando su ola disminuya habrá una protección general, por las vacunas o porque las personas serán inmunes debido a la infección.
Vaticinio que recibimos con los pies bien puestos sobre la tierra. Mientras llega ese día —¡ojalá que fuera mañana!—, la única verdad verdadera la sabemos de memoria: responsabilidad, no poner uno el bobo porque se nos puede ir hasta la vida.