Cuando el escritor estadounidense Jim Rohn (1930-2009) dijo: «El éxito es simplemente la aplicación diaria de la disciplina», enviaba un mensaje definitivo al mundo sobre las bondades del rigor, la obediencia y el método para lograr objetivos concretos.
Desafortunadamente, parece que no llegó a todos, o no todos comprendieron su significado en la Isla de la Juventud, un territorio con poco más de
83 000 habitantes que, por las cifras de casos positivos que exhibe hoy, me atrevo a pronosticar que llegaremos a la inmunidad de rebaño antes de que el último residente reciba el esquema completo de vacunación.
No exagero, la predicción tiene sus argumentos. En primer lugar —y es un dato preocupante—, solo en seis semanas se registran más de 1 000 casos en la llamada tercera ola, iniciada a finales de noviembre del 2021, para un total desde el inicio de la pandemia de 1 927 personas con COVID-19. Solo 11 son importados, el resto es contagio autóctono.
Muchos alegan que la causa principal de la expansión del virus fue la apertura de los viajes desde y hacia el Municipio Especial, y puede que tengan razón en parte, sobre todo cuando se le aplicaba el test rápido solo al diez por ciento de los viajeros, mientras el 90 por ciento seguía tranquilo a casa, y ahí se abría una brecha en el control, que tampoco tenía un seguimiento adecuado en la comunidad.
Desde principios de diciembre se decidió controlar al ciento por ciento de los viajeros, pero parece que ya el SARS-CoV-2 había penetrado las líneas de contención y hacía suyos los escenarios comunitarios con altas concentraciones de personas. De ahí que las cifras empezaran a crecer exponencialmente y generaran preocupación en las autoridades y temor en las familias pineras.
No obstante, aun cuando el Gobierno local y el sistema de Salud Pública adoptaron medidas, todavía quedan reservas, como eliminar el exceso de reuniones, actos, eventos…, mejorar el expendio de alimentos en áreas de acceso masivo; lograr desconcentración de las ofertas (léase ferias).
En ese sentido, soy de los que piensan que en estos momentos de alta transmisión autóctona local, es imprescindible incrementar el teletrabajo y priorizar las actividades económicas relacionadas con la producción de alimentos, y otras cuyos procesos no puedan detenerse por razones de humanismo y hasta de seguridad nacional, porque con los nuevos protocolos para el enfrentamiento a la COVID-19, los enfermos estarán bajo la mirada profesional de los facultativos, pero en casa con sus familias.
Y es ahí donde el peligro se hace más fuerte: aunque dicen que nadie escarmienta por cabeza ajena, ahora tendrán que hacerlo por cabeza propia, y es importante, pertinente y necesario que sean los primeros controladores de esa responsabilidad y disciplina de la que hablaba Rohn, para tener el éxito que nos urge como nación, pues lo que está pasando en la Isla de la Juventud, bien puede repetirse en otros territorios.
Para eso, y para elevar la percepción de riesgo, no solo es vital establecer diseños de bioseguridad, higiene y distanciamiento físico, sino también velar por que se cumplan con el mayor rigor que exige la ley. La disciplina debe imponerse cuando la opción de concientizar a las personas no es efectiva.