Ahora que se habla de diversidad de actores económicos y descentralización de los territorios, sobre todo en los municipios, sería bueno apoyar (sin «burocratismos») el programa anunciado en las últimas sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular para restaurar una institución omnipresente en la vida cotidiana del país; pero también muy olvidada. Nos referimos a las bodegas.
En la pasada reunión del Parlamento, la ministra de Comercio Interior, Betsy Díaz Velázquez, informaba que, dentro de las transformaciones del sector, se encontraba la paulatina rehabilitación de los más de 12 000 establecimientos de ese tipo existentes en Cuba; de los cuales 1 418 habían sido remozados hasta el momento del informe.
En verdad, si miramos bien, esos recintos han permanecido en medio de muchos avatares. Sobre su gestión se ha tejido todo tipo de historias: algunas tremebundas (por sus pillerías o bandidajes a mayor escala) y otras no tan mencionadas, aunque dignas de elogio por la solidaridad anónima de sus empleados con los vecinos más necesitados.
La bodega, sin dudas, es un elemento consustancial en la vida nacional. No obstante, también se pudiera afirmar que ella no ha sido valorada en toda su importancia y potencialidades e, incluso, ha sufrido los olvidos más injustos.
Basta mirarla bien: repasar los mostradores eternizados, las piezas con más años que nuestros abuelos y hasta su propio espacio físico para comprobar sin mucho esfuerzo que el tiempo ha pasado y, sin embargo, el futuro (con sus posibles aires de adelanto y renovación) pocas veces ha tocado sus puertas.
Una muestra de sus contratiempos estaría en ciertas disposiciones mediante las cuales se limita la contratación de custodios al no existir presupuestos para el salario, como le explicaron trabajadores de esos inmuebles a Juventud Rebelde. No obstante, si ocurre un robo, el administrador o administradora son destituidos aun cuando hubieran tomado las medidas de protección. Así ocurrió, fatalmente, en al menos un establecimiento de la ciudad de Ciego de Ávila durante los últimos días de 2021.
Otro ejemplo de sus tribulaciones y falta de actualización la podemos ver por las mañanas en el expendio de los productos lácteos. ¿Habrá necesidad real de soportar el «desayuno» de esas colas (que muchas veces ya no son colas sino verdaderas piñatas), marcadas por el «lo tomas o lo dejas»?
¿Por qué las bodegas no cuentan hoy con un sistema de refrigeración práctico, como lo tuvo en otros tiempos, el cual permita recoger la bolsita de leche o yogur con toda tranquilidad a la hora que se pueda y no a la que se fije?
Los lectores de este comentario podrían aportar otras consideraciones; pero seguro que la mayoría coincidirá con el atraso en la infraestructura y la tecnología comercial en las bodegas cubanas.
En algunos lugares el conflicto ha llegado al punto del derrumbe de esos inmuebles junto con la lentitud insultante de su reparación; unido a las improvisaciones que dejan a un lado los valores patrimoniales de sus construcciones, verdaderos exponentes de la arquitectura vernácula en Cuba.
Esa atención necesaria (en algunos lugares con carácter de urgencia) no sería solo por la cantidad de servicios que desde ellas se podrían brindar. Su necesidad también estaría en reconocer a esas mujeres y hombres que en los momentos más difíciles (huracanes y pandemias) o en días feriados han estado allí sin mucho margen al jolgorio: al pie del mostrador, con las huellas visibles del cansancio en sus cuerpos, para que la ciudadanía más humilde reciba lo que le toca. No olvidemos esa parte de la realidad; porque desde una sencilla bodega también se puede construir un país.