Al 17 y al 25 de noviembre les separan una semana en el calendario y las juntan, simbólicamente, siglos de historia y luchas cubanas que pueden condensarse en una figura como Fidel Castro. La primera es una fecha de advertencias en este archipiélago, y la segunda de triunfo, aunque no falte quien la considere más luctuosa.
Por más que duela la muerte del líder de la Revolución, no deja de ser una victoria inmensa que lo hiciera a su tiempo, contra centenares de maleficios y designios. Hasta en su hora definitiva Fidel nos enseñó, como pueblo, a triunfar; como antes Félix Varela nos enseñó en pensar y José Martí a unirnos.
Qué hizo posible a Fidel irse invicto a su nueva dimensión de lucha tiene en parte su respuesta no solo en su naturaleza humana excepcional, también en su naturaleza política. Y los dos ámbitos, el humano y el político, nos dicen mucho en este momento, mientras inauguramos la 2da. Edición del Festival Nacional de la Prensa, tras derrotar el segundo intento de destruir el orden institucional revolucionario.
Se equivocan los que malsana, o sanamente, elevan a Fidel por encima de su pueblo. Su mérito indiscutible es el de haber estado precisamente a la altura de este; inspirarlo, amarlo y guiarlo al modo de este, al punto que, cuando había que pasar cuenta a los errores lo hacía con la franqueza y la honradez intacta del hombre humilde. Sabía, como nadie, que una Revolución no puede ser más pura, recta y firme que los seres que la hacen y las instituciones que la arman.
Por ello no tuvo reparos en reconocer que el mayor de los errores en la Revolución era el de haber creído que alguien sabía cómo se construía el socialismo, así como que nosotros podíamos provocar lo que no podría nunca el imperialismo: autodestruirlo.
Desde nuestro Festival, ubicado entre ambas fechas por una casualidad que debemos felicitar, no vemos esto último como una sentencia apocalíptica sino como una rectificación salvadora, en perfecta armonía con su concepto de Revolución: cambiar todo lo que deba ser cambiado.
Este evento se propone estimular la transformación de lo que debe ser transformado en nuestra prensa, donde se acumulan problemas que Raúl Castro, otro de los grandes inspiradores y guías, catalogó, en uno de los congresos de la Upec, como más viejos que Gutemberg, junto a otros más emergentes, asociados a la apropiación, o no, de las potencialidades que ofrecen las nuevas tecnologías.
Raúl realizó esa valoración crítica del funcionamiento de la prensa en tres congresos sucesivos del Partido y en la Primera Conferencia Nacional de esa instancia, por lo cual sería irresponsable no actuar, y hacerlo con el enfoque integrador y sistémico que requiere un fenómeno tan complejo, que decide en el destino del proyecto de justicia social e independencia nacional que representa la Revolución.
No olvidemos que mientras la importantísima columna comunicacional que constituyen los medios públicos o de las organizaciones políticas y de masas muestran dichas fisuras, se les anteponen, con fondos millonarios provenientes de Estados Unidos y de la derecha mundial, un ecosistema de medios contrarrevolucionarios y de sofisticados laboratorios de intoxicación mediática, también denunciados muy claramente por Raúl en su valoración central del 8vo. Congreso.
Estamos entonces, como sistema de prensa, ante un doble desafío: saldar las deudas sistémicas que arrastra el modelo de prensa y de comunicación pública del siglo XX así como sincronizarlo con la llamada era de la convergencia.
En cuanto a lo anterior, aunque se requieren análisis más reposados, resulta estimulante la respuesta oportuna, articulada y creativa con la que se desmontó, hasta derrotar, la operación político-comunicacional de gran envergadura orquestada por el Gobierno yanqui —aupada sin pudor por más de un centenar de sus principales voceros— y con el apoyo de sus cipayos internos para el 15 de noviembre pasado.
El hermano de causas, y no pocas veces crítico de cómo las defendemos en las redes virtuales, el especialista chileno Pedro Santander, reconocía en un artículo reciente este avance: «Pudimos observar que hay tropa digital revolucionaria, que se activó orgánica y activamente por esos días y en modo multiplataforma. Se apreció una incipiente respuesta sistémica entre mundo digital y el analógico, entre medios tradicionales, digitales y vocerías para enfrentar una batalla como la que se avecinaba. Vimos fuerza comunicacional propia, a pesar de la asimetría. Vimos intuición y asertividad operativa, vimos, en el marco de un escenario asimétrico, la importancia de apostar a variables cualitativas más que a las cuantitativas. Santander vio tanta genialidad humorística que hasta se alineó con quienes proponen nombrar el 15N como el Día nacional del meme en Cuba.
Bríos similares se hicieron notorios, igualmente, en el enfrentamiento mediático cubano a la pandemia de la Covid-19, que nos deja la tristeza de 24 colegas fallecidos. Estamos urgidos, como defendía el destacado científico Agustín Lage Dávila en artículo reciente, de formar no únicamente profesionales, sino además un nuevo tipo de organizaciones periodísticas profesionalizadas.
Esa soltura, espontaneidad, oportunidad, hondura y gracia podrían muy bien actuar como remedio —si bien no para todos— para no pocos de los problemas de nuestra prensa y sistema de comunicación, urgidos ambos de otras soluciones estructurales y renovados enfoques políticos. Eso que Raúl llamó el desarrollo, dentro de la opción martiana de Partido único, de la mayor democracia en nuestra sociedad, el fomento, como algo natural, de la discrepancia, con responsabilidad y la más estricta veracidad en ese empeño, no al estilo burgués, lleno de sensacionalismo y mentiras, sino con comprobada objetividad y sin el secretismo inútil.
El nuevo modelo de socialismo que hemos conceptualizado exige, a la par, un nuevo modelo de periodismo.
Esa es la apuesta de los más de 20 medios y 40 proyectos de todo el país que, haciendo honor al espíritu que se fomenta ahora en la nación, compiten armoniosamente por merecer los premios nacionales a la innovación de este festival. Innovar para el cambio permanente que debe ser siempre una Revolución socialista al estilo de Fidel.