Cuba tiene alma de mujer. Sobre sus pechos acuna a cada uno de sus hijos, y a quienes llegan de buena fe para nutrirse de su savia.
Como madre natural, crece día a día aferrada a sus principales sostenes. Resiliente hasta la médula. Humanista por exceso. Solidaria sin escatimar costos. Imperfecta, como todo ser humano. Eternamente fiel y apasionada.
¡Y qué manera de aferrarse a su prole desde hace más de un año, cuando solo se muestra a través de sus ojos! Detrás del nasobuco se ingenia para sortear el dolor ante cada pérdida, ante los pinchazos de quienes la agreden en todos los escenarios con ausencias, escaseces, olvidos, discriminaciones… quienes se cruzan de brazos y permiten que roce con sus rodillas la tierra; quienes no piensan en el bien común y solo en el maldito «Yo» que tanto daño hace.
Mucho tiempo ha estado firme con la máxima de educar a sus vástagos en equidad e igualdad de oportunidades. Lo ha logrado, en su mayoría. Otras, pocas, no ha podido, y sufre. Son heridas que se abren cada vez que algunos de los que arrulló desde sus nacimientos, toman caminos distantes de sus esencias.
Pero, como madre, les abre los brazos sin mirar de reojo. Habla. Escucha. Reconoce, porque ama, y con garras y dientes defiende a los suyos, dondequiera que estén.
También cuando se le mira de frente deja escapar el orgullo por tantas victorias en un contexto angosto y maltrecho. Se refugia en cada sonrisa, en cada resultado satisfactorio, en los éxitos y el ingenio ante los recursos finitos; en lo bueno del ayer, del hoy y de lo que vendrá.
Una vida intensa e imperfecta, como la de cualquier ser humano. De ahí que, aunque camine con cuidado, ha tenido malas pisadas, traspiés imprescindibles muchas veces para sobrevivir, porque ante todo es experta en subsistir con la aspiración máxima de no dejar a nadie a la deriva.
Como madre se sobrepone, se despoja y va de frente para revertir errores, reparar y volver a abrazar. Acciones en donde siente, muchas veces, una punzada en lo más hondo por quienes ella les dio todo y hoy piden más de lo que puede entregar.
Por eso esta mujer inmensa, multiplicada en cada sitio, precisa de muchos más cuidados. Le urge mayor proactividad, y un accionar consciente y consecuente de cada una de esas personas por las que se desvela.
Ella galopa sobre sus hombros y palpita a sus ritmos. Una responsabilidad inmensa para su eternidad que no significa mantenerla invariable, sino que transpire según los tiempos, pero sin traicionarse.
Cuba es demasiada Cuba. Lo saben y lo sabemos quienes desde su interior o desde fuera nos acompañamos y pretendemos siempre lo mejor para ella, para ti, para mí, para cada persona. Eso al final ha sido y será su más legítima esencia.
Por eso, ella, la madre natural de tantos ya, y de los que vendrán, no puede estar en otro lugar que en el más sagrado de los altares.