Era solo una adolescente cuando aquellas imágenes de La casa de los espíritus me estremecieron. Nunca más las borré. Las anclé bien adentro en mi ser. El filme recreaba cómo durante el golpe de Estado en Chile, el 11 de septiembre de 1973, los asaltantes destilaban en sus rostros y voces una gran carga de odio, rabia, ensañamiento, rencor, desprecio, roña…
Sin inmutarse arrasaban con su pueblo, con los jóvenes que intentaban hacerles frente y proteger la sociedad democrática que estaban construyendo bajo la guía de Salvador Allende, su legítimo presidente.
Este domingo, pasadas las dos de la tarde, esa niña que fui volvió a estremecerse al descubrir similar vileza en los gestos y frases de quienes perturbaron la paz de mi calle, casi en el centro de la ciudad agramontina. Ya no eran imágenes dormidas, sino hechos cercanos, a un chasquido de los dedos. Poco faltó para llegar al empujón, para que las palabras soeces se convirtieran en actos y alguien se atreviera, feroz, a agredir a su presa.
Ya no eran extras de una película, sino un grupúsculo de contrarrevolucionarios que revelaban su odio hacia quienes damos la cara y criticamos lo mal hecho, sí, pero desde adentro, sin apoyar que otros vengan con sus vanas promesas porque sabemos dónde terminan esos inhumanos golpes.
Los miré primero con asombro y luego con horror, pues supe que aquellos desafiantes individuos estaban ahí, listos según sus palabras, para «acabar» con los comunistas, los revolucionarios, los fidelistas… ¡Como si no fuéramos miles y millones, y ellos apenas un puñado disperso!
Como en mi recuerdo fílmico, el pueblo enfrentó la bravata traída hasta nuestras puertas con firme verbo encendido, usando la historia como arma e invocando a los héroes y heroínas para acallar tanta vulgaridad innecesaria.
Ponzoñosas actitudes, ofensas nunca antes experimentadas y expresiones obscenas eran los argumentos de los apátridas. Me dieron asco. Una chusma lidera a los autotitulados «libertadores» de Cuba. ¿Y así se venden como mejor opción para «salvarnos»?
No quiero ese horror para mi Patria. No quiero y no habrá otra Cuba que la que defendimos este domingo en la llanura de Agramonte, como en todos los puntos donde se atrevieron a abrir sus sucias bocotas, cerradas con impotencia cuando sintieron la moral de Fidel entre la gente enardecida.
Como en toda gran contienda, nuestra suerte está echada. Arrollador, el pueblo camagüeyano superó su estupor, controló su rabia y sopesando el riesgo de sumarse a un juego tan sucio en un momento de peligro sanitario, decidió demostrar de quiénes son las calles, hoy y siempre.
Escogieron las casas en las que montarían el show, pero no contaron con que el vecindario saldría a responder como uno solo. Vinieron a amedrentar comunistas y respondió el pueblo indignado, sin importar cargos o títulos.
«¡Tierra y pisón para los gusanos!», ripostaron mis vecinos desde las aceras, acomodándose el nasobuco. «¡Ustedes no nos representan! Si quieren diálogo, aquí hay palabras para responder, pero no se atrevan a darle a uno de nosotros», patentizaron su rechazo, y la docena de envalentonados se fue desinflando, desplazándose, hasta quedar uno o dos rabiosos que terminaron tragándose sus amenazas.