Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Cómplices de silencios? No

Autor:

Santiago Jerez Mustelier

Micromachismos; violencia simbólica, física, sicológica, sexual, económica, patrimonial; vejación, maltrato infantil, homofobia, prostitución masculina, bullying o acoso escolar, persistencia de conductas heterosexistas e ideologías patriarcales y violencia ejercida de las mujeres hacia los hombres… estuvieron entre los flagelos que durante 11 martes abordó la segunda temporada del dramatizado televisivo Rompiendo el Silencio, transmitido por un canal de alta audiencia en un horario de poca concurrencia de público.

Para quienes disfrutamos la primera entrega de la serie en 2016, ahora nos encontramos con una producción superior, de mayor madurez, amplitud y profundidad en el tratamiento y desarrollo de los temas. De más investigación, asesoría y rigor en las representaciones de los distintos tipos de violencia que, contrario a lo que se cree, afloran y continúan latentes en diversos contextos de nuestra sociedad. Aunque sus realizadores han insistido en que las historias contadas en la serie provienen de la ficción, cada capítulo en pantalla nos puso frente a una realidad no tan lejana para muchos.

A fin de cuentas, que un hombre abuse y fantasee sexualmente con su hermana; que una madre abandone a sus hijos para ir a «lucharles la comida»; que un adolescente tenga que soportar cuestionamientos, golpes, burlas y risitas de persecución; que un esposo como modo de control y descrédito obligue a su cónyuge a practicar parafilias no deseadas que la lleven al intento del suicidio; que una mujer aguante abusos de su exmarido porque no tiene otro lugar adonde ir; o que un padre se vea imposibilitado de ver a su hijo porque él mismo eligió no seguir viviendo a la sombra de su verdadera orientación sexual, pueden ser testimonios y con los que, tristemente, algunos tengan que cargar en la vida real y cotidiana.

Rompiendo… nos interpeló como espectadores, nos impuso revisarnos, buscar en nosotros rezagos de machismo y conductas patriarcales, nos mostró las claves para identificar dónde está la violencia y cómo huir de esta encarándola; fue un producto comunicativo que nos puso a pensar, nos fue útil, nos convidó infaliblemente a concebirnos como mejores seres sociales, a desintoxicarnos y a generar entornos libres de violencia.

Les aplaudo a los realizadores de esta temporada el tino de abordar el maltrato infantil en varios capítulos, pues nuestros niños no pocas veces son depositarios —directos o indirectos— de violencia y salen afectados cuando en sus hogares la madre tiene que virar el rostro para que no les vean el moretón cuando le den un beso. Es justo en ellos en quienes se debe influir, a quienes se debe educar para que crezcan desatados de todo lastre nocivo y fomenten relaciones de respeto a la sexualidad, la diversidad, los derechos humanos y derechos sexuales, la igualdad y equidad de género.

En los últimos años se ha debatido con fuerza sobre la violencia de género como una problemática social recurrente, por lo que audiovisuales como este tributan a una mejor comprensión del fenómeno y a mostrar que en estas cuestiones no sirve «hacer mutis o pensar que todo está bajo control»; lo que preserva la vida es reconocerse víctima o victimario y buscar ayuda especializada.

Si una idea gravitó en cada una de sus historias de Rompiendo… fue precisamente la de no ser cómplices de la violencia, de no callar, de no perder la voz en el eco de silencios permisivos o lacerantes. Hace falta otras series así, y hace falta mucho más: que cada producto comunicativo que se presente en los medios se mire, desde su concepción, con lentes de género. ¿Acaso cada obra artística no tiene un compromiso social edificante? Hay muchos silencios que romper todavía.

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