EL globo en sus diversos matices, benévola palabra acuñada para revelar el tupe, se desprendió de un término más comprometedor que huele a rejas llamado estafa.
En esencia sus génesis poseen ciertas diferencias, aunque ambos vocablos reflejan acciones fraudulentas, encaminadas en un caso a robar con guantes de seda y en el otro a adulterar la realidad hasta para fomentar la confusión y las dudas sobre la verdad verdadera.
Entre esa amplia gama de globeros se distinguen los dedicados a falsear cifras y resultados con el fin de obtener una prebenda o tratar de salvar el puesto y evitar que lo tiren para la tonga.
El estafador y el otro compinche son, por lo general, gente ingeniosa, bien cultivada, de gran oficio, acogidos a esas prácticas en que la audacia y perspicacia van al unísono. En definitiva, devienen gajos del mismo árbol.
La gran diferencia estriba en que el que mete mentiras, ¡mira que han metido!, arriesga pero sin exponer el pellejo a la reja. ¿Alguien conocerá alguno condenado o multado?
Él siempre tiene a mano una excusa que lo salva o atenúa el posible trastazo. Si lo ¿descubren? apela inocentón con un disculpen, no me explico cómo en vez de escribir un millón de quintales producidos puse casi dos. Acepto este tontísimo error —desvalorizada la inmoralidad— Ahora el otro de que haya dado por cumplido en fecha el plan de siembra era lógico, porque se concretaría en los próximos días. Es, casi una costumbre, expresión filosa para recordar que tampoco se hagan los bobos.
Hecho el brevísimo paralelismo, entre los dos felones, aterrizo.
En recientes análisis sobre la situación de la economía con la participación de autoridades gubernamentales nacionales y provinciales, indirectamente, el maligno término afloró con precisiones que, sin mencionarlo, alertan de que si bien hay que leer y analizar los informes, resulta muy trascendente mantener el seguimiento sistemático sobre lo que se hace en el lugar donde los planes económicos cuajan.
En honor a la verdad hay quienes no miran ni para los lados, ni escudriñan a su alrededor y luego los sorprende el problema que tenían delante de las narices.
El mejor antídoto contra el mal de engañar, obviamente, resulta el control, pero asumido este no solo a través de los informes, sino chequeando en el campo, por ejemplo, cómo se realizan las siembras y el posterior seguimiento a su desarrollo. Esa moraleja deviene un mazazo.
Más allá de las estructuras de las unidades productoras, las primeras que deben ejercer a rajatabla la fiscalización, las autoridades del municipio, base económica territorial que goza de autonomía y personalidad jurídica propias a todos los efectos legales, tienen que conocer y controlar cada una de las dependencias que aseguran su bienestar económico.
Aplicando ese refrán de que vista hace fe se actualizará in situ de cómo se van plasmando las cifras de los planes en la realidad, ¡real! Incluso podrá alertar o descubrir de inmediato las deficiencias. Y nunca se enterará por un documento que la cosecha fue de regular a mala. O descubrirá después cómo le pasaron gato por liebre.
Cuando hay un control adecuado esa desfachatez que irrespeta a un universo amplio de personas y lacera la credibilidad Institucional se desinfla antes de levantar vuelo.