«Menos mal que existen los que no tienen nada que perder», decía Silvio en su canción homenaje Todo el mundo tiene su Moncada, dedicada a la histórica Generación del Centenario. Mientras escuchaba su letra hace apenas unos días no pude evitar traer su esencia poética al presente, ni dejar de pensar en las formas en que hoy nuestro pueblo se reinventa o revoluciona para cumplir cada quien, cual mejor discípulo martiano, su parte del deber.
Ninguno de nosotros, cubanos nacidos bajo un sistema de igualdad y solidaridad, pondría en tela de juicio ese elemental valor: ser revolucionarios. Sin chovinismos se puede afirmar que esas letras de Silvio trascienden una época y el contexto actual, algo que reconocería varios meses atrás el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, durante un diálogo con dirigentes de las organizaciones juveniles del país.
Este difícil año 2020 que casi concluye impuso sin dudas barreras muy altas a la humanidad y, por ende, también a nuestro pequeño Archipiélago. La llegada en marzo a territorio nacional del nuevo coronavirus Sars-CoV-2 trajo una ruptura estrepitosa de la vida económica y social, pero a la vez abrió espacios para escribir nuevamente gloriosas páginas de amor y solidaridad.
Al referirse a este período durante la última sesión del Parlamento el mandatario cubano afirmó: «Era rendirse o saltar por encima de nuestras fuerzas. Y saltamos». Los cubanos orgullosamente supimos rebasar esas barricadas férreas que interpuso la pandemia y aún superamos otras tantas, contra todo pronóstico, en el ámbito de la soberanía cien-tífica y en las nuevas etapas por la que transita indistintamente cada provincia.
Sin embargo, para alcanzar estos resultados de hoy sería necesario actuar acorde con los principios humanistas que rigen los destinos de nuestro país. Fue entonces, a partir del llamado perentorio que realizara la máxima dirección del país a finales del propio mes de marzo, cuando comenzaron a jugar un rol trascendental casi todos los sectores sociales durante la contienda sanitaria. Dentro de ellos, por supuesto, se encontraba como un componente indisoluble el espíritu juvenil en pleno.
Esta generación en particular supo poco a poco crecerse cuando el temor más acechaba e impuso un sello de amor en los trabajos productivos, en el enfrentamiento directo al virus y durante las acciones de prevención y limpieza. Es válido reconocer la postura mayoritariamente voluntaria de miles de muchachos que llegaron con su crucial aporte hasta los centros de aislamiento e, incluso, permanecieron por un tiempo prolongado en la llamada zona roja.
Y es que esta actitud tiene un fundamento histórico, basado en la conciencia solidaria y desinteresada tras el ejemplo de generaciones de cubanos. Fue en estos meses cuando el deseo rompió el escepticismo, cuando lo popular se hizo pequeño y lo verdaderamente grande era ser parte de estas batallas cotidianas. Esa ha sido también la suerte de todos los que, de una forma u otra, hemos enfrentado con decisión esta pandemia.
Quizá por saberlo un acto natural no nos damos cuenta aún que volvimos a levantarnos ante lo adverso y seguimos andando. Ahí están nuestros científicos como ejemplo de esa consagración y modestia. Son ellos los responsables de que hoy soñemos con un futuro soberanamente libre de la injusta mercantilización de un fármaco contra la Covid-19 y de que sintamos ese sano orgullo que marca lo inmenso.
Lo cierto es que todos tuvimos la oportunidad de crecer o aportar desde una perspectiva social y humanista a la normalización progresiva del país. De cierta manera esta también ha sido una etapa para demostrar de qué estamos hechos y hacia dónde vamos espiritualmente los cubanos.
Quizá por eso aquella poesía hecha música en la voz de Silvio gane tanta vigencia hoy. Así hemos actuado siempre ante las adversidades, sin «nada que perder» y sin «medir qué palabra echar» cuando el deber apremia. El futuro podrá ser complejo, pero quién duda que seguiremos saltando, como vencedores de cada obstáculo que imponga el tiempo, como en estos meses de pandemia.