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Capitalismo-socialismo, ¿vientos de fronda?

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

Soplan vientos de fronda, podría afirmarse, al trazar un paralelo entre las famosas revueltas contra la monarquía  en la Francia regentada por Ana de Austria, tras la muerte del célebre cardenal Richeliu, con la rebelión de las teorías de cambio que se esparcen en este mundo pandémico.

Las hipótesis transformistas van de unos extremos a otros. De un lado las que anuncian un planeta apocalíptico, sometido a una cruenta crisis total, mientras por el otro prefiguran un capitalismo rehabilitado de sus mañas y marañas.

Para algunos teóricos el coronavirus tendrá para ese sistema el mismo efecto alterador que la peste negra para el feudalismo. Esa es la apuesta del periodista e intelectual británico Paul Mason, quien sostuvo para BBC Mundo que el final de un modo de producción de un sistema económico es, con frecuencia, una mezcla de sus debilidades internas, combinado con lo que a menudo se llama shocks extremos o exógenos.

Este analista cree que la COVID-19, como la peste medieval, provocó dos interrupciones al capitalismo como modelo, una económica y otra ideológica. Al combinarse, ofrecen la sensación masiva de que el sistema no está protegiendo y, en consecuencia, requiere ser removido.

Aunque por otras razones y bajo otros argumentos, lo mismo piensa el renombrado sociólogo norteamericano Jeremy Rifkin, asesor mundial de corporaciones y Gobiernos y entusiasta radical del cambio del sistema basado en el petróleo y en otros combustibles fósiles.

Rifkin alerta sobre dos factores que condujeron al drama humanitario actual: el movimiento de personas y especies alentado por el cambio climático y el acercamiento de la vida animal y la humana resultado de la emergencia climática, con lo cual los virus de ambas especies se mueven juntos.

Esa es la razón por la que afirma que ya nada volverá a ser normal después de esta pandemia, que ve como una campanada de alarma planetaria, que enmudecerá solo si se reconstruyen las infraestructuras para vivir de modo diferente.

La lista de reparadores capitalistas es más larga. A esta se integra especialmente Mariana Mazzucato, profesora de Economía de la Innovación y el Valor Público de la University College London. La académica, una de las más influyentes y valoradas economistas actuales, está empeñada en enderezar los desafueros de la economía global. Tanto lo predica que merece la fama de querer «salvar al capitalismo de sí mismo».

La también directora fundadora del Instituto para la Innovación y Propósito Público opina que la crisis pandémica es una oportunidad para «hacer un capitalismo diferente». Asume que el sistema puede renfocarse hacia un futuro innovador y sostenible que funcione para todos.

Para lograrlo propone dos curas cardinales: desmontar el mito del Estado burocrático, que simplemente inyecta lentitud, para que estos favorezcan las inversiones y los procesos innovativos, así como demostrar que en la economía el valor no es solo el precio.

Hasta figuras como el papa Francisco se ven atraídas por sus estimaciones, al punto de que opina que ayudan a pensar el futuro. Mazzucato apunta que no podemos volver a la normalidad, porque lo normal es lo que nos metió no solo en este caos, sino también en las crisis financiera y climática.

En teoría, habría que admitir que los exámenes anteriores son, además de valiosos, valerosos —si apreciamos los virus sistémicos mortales en su contra—, el problema mayúsculo es que no pasan de ser profundas e ilustradas conclusiones, para las cuales no existe proyecto nacional o internacional alguno que los aterrice a una realidad tan comprometida.

En el tozudo mundo real los líderes principales del capitalismo parecen menos alarmados por la suerte humana que por la de sus ambiciones. Lo que se verifica y reproduce —con la misma virulencia de las cifras de contagiados y fallecidos—, es la esencia egoísta, maltusiana, depredadora del sistema.

La urgencia de cambio impuesta al capitalismo tras la aparición de la Revolución de Octubre —shocks extremos de por medio— y que contribuyó al surgimiento del nombrado Estado de bienestar, no parece ahora la seña dominante.

En ello los socialismos sobrevivientes a la caída del llamado modelo «real» llevan una ventaja, pese a pesados y costosos fardos de ortodoxia, dogmatismo e inmovilidad: Comenzaron a reformarse mucho antes de que se expandiera la cepa coronavírica. Los más exitosos frente a esta última y a su crisis total acompañante son precisamente los que más avanzaron en esa renovación.

Contrario a lo ocurrido con el esclavismo, el feudalismo y el capitalismo, los socialismos realmente existentes —adelantados a su tiempo a juzgar por la teoría de Marx— buscan solidificar la viabilidad de su plataforma humanista, sometidos a la maldad y el acoso continuos del capitalismo dominante, como puede verificarse en la Estrategia económico-social cubana para el impulso de la economía y el enfrentamiento a la crisis mundial provocada por la COVID-19.

Cada capítulo de esa estrategia deberá ser como la fronda, las hondas o tirachinas que, como las de los rebeldes franceses, descarguemos contra todo lo que entorpezca la voluntad revolucionaria de cambio del socialismo cubano.

 

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