Como serpientes que paren múltiples cabezas allí donde se les da un tajo, así parecían ser los pillos y pillas que han estado enmarañando las colas, como llamamos los cubanos a las filas que hacemos para acceder a múltiples servicios.
Allí donde más necesarios han sido el orden y la rapidez para repartir mercancías imprescindibles y deficitarias, una plaga de vividores se había convertido en la pesadilla del abuso y de la impunidad, aderezada, por demás, con la sensación de que el mal no tiene antídoto.
En estos meses de sobrada incertidumbre por la COVID-19, de crisis planetaria nacida justamente de la pandemia, y de un bloqueo imperial contra el país llevado a la máxima expresión, el descaro de algunos se ha mezclado, en las arterias de nuestro comercio, con la humana ansiedad de muchos que salimos a buscar el sustento básico. Y en esa mezcla el enemigo jurado de la Revolución ha visto una nueva brecha para su afán de destruirnos; creyó haber encontrado la bomba de tiempo que fragmentaría la armonía social y la unidad de los cubanos.
La idea martiana, sin embargo, de plan contra plan, ha vuelto a prevalecer. Y para la urdimbre de coleros, acaparadores y revendedores, por la cual la nave del orden estaba haciendo agua, la dirección del país ha puesto en marcha una operación de enfrentamiento popular que cuenta, para avanzar, con todas las fuerzas revolucionarias.
No se trata de una decisión festinada o arbitraria. Es fruto —como explicaba el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, desde el espacio televisivo de la Mesa Redonda de este 4 de agosto— de una respuesta solicitada justamente por el pueblo, y que ha sido pensada y consensuada entre muchas personas inteligentes y comprometidas con los equilibrios y la salud moral del país.
La esencia del plan ha sido definida por el Jefe de Estado: «lo que estamos planteando es no admitir la actividad económica ilícita», ha dicho desde su comparecencia, desde la cual también aclaró que no se está actuando, por ejemplo, contra el anciano, contra el ciudadano humilde que necesita hacer la cola dos o tres veces para resolver sus problemas: «Aquí vamos a actuar contra las personas que aprovechando esta situación lo hacen para especular y para participar en actividades económicas ilícitas».
Una arista de este plan —en la cual hicieron hincapié el Presidente de la República, así como el Primer Ministro, Manuel Marrero Cruz— tiene que ver con la profilaxis. Otra vez la Revolución emerge desde su espíritu inclusivo, siempre unitario, cuando los principales dirigentes hablan de ser cuidadosos, observadores, nunca excesivos; de apostar, como heredamos de nuestros grandes pedagogos, por la germinación de una buena semilla de conducta, así tengamos que emprender la siembra una y otra vez.
Díaz-Canel ha hablado de intercambiar con las personas, de alejarlas, a través de la convicción, de los peores comportamientos, «y donde no haya entendimiento, entonces se actuará con el mayor rigor posible, y con toda la legitimidad que nos da nuestra legislación». En la misma sintonía se expresó Marrero Cruz, quien hizo referencia a ideas compartidas por el General de Ejército Raúl Castro Ruz, días atrás, con quienes conforman la dirección del país.
El Primer Secretario del Comité Central del Partido expresó que en una primera intención se trata de aconsejar, de persuadir, de sumar, aunque ante la falta de respeto u otras acciones agresivas, se imponga actuar con energía, detener, conducir, y poner a disposición de los órganos judiciales cuando así corresponda.
«Al bueno —argumentaba el Primer Ministro en forma bien clara—, al que se equivocó por primera vez, aconsejarlo, sumarlo; al medio bueno, neutralizarlo; y al malo, al que no quiere entender, al que no acate, tratarlo con firmeza, como corresponde en la ley».
El plan en sí ya es profiláctico, porque ciertos avispados, cuando vean arder los muros de sus vecinos, pondrán los suyos en remojo; es decir, desaparecerán de las colas como por arte de magia. Es el mismo efecto preventivo que nace del tratamiento que nuestros medios de comunicación han estado dando al tema de las ilegalidades, donde almacenes particulares y otros atajos han puesto a meditar a muchos sobre el daño que esas prácticas ocasionan a la economía del país, o sobre cómo las autoridades pueden desmantelar redes que parecían infalibles.
Díaz-Canel denunciaba cómo la matriz de opinión enemiga, en una perversidad tremenda, trata de presentar al Estado y al Gobierno cubanos como entes de odio hacia los coleros. La manera de actuar no es odiar, no es abusar —ha dicho el mandatario—, sino dar la posibilidad de que la gente entienda su error, cambie de actuación. «No es por odio ni para molestar, sino para impedir que unos pocos molesten a los más».
En verdad algo urgente había que hacer, porque el desabastecimiento, lejos de promover comprensión, solidaridad, y un comportamiento cívico adecuado y ético, había hecho crecer como la mala hierba a una plaga de abusadores; y de paso estaba favoreciendo escenarios para la indecencia, esa ante la cual la virtud muchas veces se ha estado replegando.
Ya se han aplicado multas, y varios ciudadanos han sido procesados penalmente. Y como a lo que es, a un combate de primer orden, las Fuerzas Armadas Revolucionarias se suman para enfrentar el desorden y el desparpajo. El nuevo plan, ya en marcha, vuelve a recordarnos que la Revolución se perdería si descuidásemos, hasta en lo más pequeño, la dimensión moral de nuestra resistencia.