Casi dos semanas después, llegó a Cuba el polvo del Sahara. A punto de cumplirse los 15 días de iniciada la recuperación en la mayor parte del país, la nube apareció, después de atravesar 4 000 kilómetros sobre el mar, y bañó el cielo con los destellos dorados del desierto. Era una visión un tanto irreal, que nos movía entre el asombro y la belleza, al ver cómo aquel brillo envolvía todo lo que aparecía en el horizonte.
Mirarlo era también un impulso demasiado fuerte para no olvidar a Orán, dibujada por Albert Camus en su novela La peste. Como en la Cuba de 2020, aquella ciudad argelina vivía una epidemia en la que dos médicos, los doctores Rieux y Castel, hacían un esfuerzo sobrehumano por salvar la vida de las personas, acosadas por la peste bubónica.
Al igual que los personajes de Camus, la Cuba de hoy debe pensar su papel en situaciones límites. En verdad, buena parte de las preguntas que ambos doctores se hacían durante los paseos de atardecer frente al Mediterráneo, tuvieron su concreción en esta isla, excluida con total tranquilidad del listado de países que han manejado con éxito la pandemia.
Cuando pasen los años y se revise la BBC en digital o la revista Time, sus listados de las 12 naciones victoriosas ante la COVID-19, el nombre de Cuba no aparecerá en sus páginas; y los lectores de archivos no sabrán por ellos cómo un pequeño país, en medio de sus carencias, hizo valer el principal bálsamo contra la pandemia, el mismo sobre el que meditaban Rieux y Castel: el de la solidaridad, el de no abandonar al más necesitado y rechazar la «brillante» fórmula del sálvese quien pueda.
Bajo un pedazo del cielo del Sahara ha transcurrido la nueva normalidad del país; donde ciertas interrogantes se mantienen. Ya el antes y el después cobran vida en estas horas. La nueva realidad está naciendo, pero la otra todavía late. Ante esa verdad, ante las explicaciones de que las cuentas deben llevarse a punta de lápiz porque la recuperación tiene desafíos muy grandes, vale la pena preguntarse: ¿la realidad pos-COVID-19 ayudará a poner, finalmente, a la economía en el trono que merece?
También hay algo nuevo: lo que se anhelaba. La realidad que comienza a devolver abrazos de nuestros seres queridos. Si antes debían mostrar el saludo con el roce de los puños, ya los padres publican en las redes sociales el beso de sus hijos. ¿Cuál de esas dos imágenes prevalecerá? ¿Serán fotos de un momento, de unas horas si acaso, o las definitivas para los próximos años? ¿La indisciplina social podrá más que la cordura ante el peligro? ¿Primará el egoísmo del irresponsable frente la solidaridad que emana de la sensatez?
Esas eran, en parte, las preguntas que Rieux y Castel se hacían, ya no frente a la playa, sino al caminar las calles de Orán, cuando la peste se diluía a golpes de cuarentena, medicinas e incertidumbres. Un momento en que las pasiones se desataban, y justo cuando la muerte parecía marcharse, un loco empezó a disparar por doquier.
La escena, en sí misma, es una especie de analogía de estos tiempos. El coronavirus está hoy en retirada en nuestro país; pero también se encuentra listo para dar un salto de muerte y devolvernos en horas a la realidad anterior. ¿Seguiremos el ejemplo de los doctores en La peste, o el de aquel infeliz que perdió contacto con la realidad esperanzadora?
Más que preguntas hacia el futuro, son una incitación para actuar, y posiblemente esa acción sea una de las encomiendas más grandes que nos deja la nueva normalidad, bajo el cielo azul de Cuba con brillos del Sahara.
Y, a fin de cuentas, más que responderlas, vale la pena convertir sus contenidos en la más tangible y duradera de nuestras realidades. La que alimentará el futuro, es cierto, pero, sobre todo, el presente que nos toca vivir.