Justo ahora, cuando prácticamente todo el flujo informativo mundial alude a la pandemia, se deslizó un trabajo periodístico sobre el aplazamiento de la presentación de una «novela» en Miami, si como tal puede tomarse el engendro literario destinado a «reciclar» la imagen de Fulgencio Batista, cuyos años influyendo en la política del país o ejerciendo el poder dictatorial constituyeron, al decir del periodista Mario Kuchilán, los más ignominiosos de la república mediatizada.
La escritora del texto de marras, en sus declaraciones a la prensa foránea, llegó a plantear que Batista merecía ser incluido en el grupo de excelsas figuras de la historia de Cuba, y se explayó en una relatoría de cómo recolectó datos en entrevistas a familiares y personas cercanas al dictador. En sus palabras resulta evidente su devoción por el sargento taquígrafo, devenido coronel de la noche a la mañana, que de valiente no tenía un pelo y sí mucho de oportunista y lamebotas.
Ni siquiera en las filas contrarrevolucionarias hay muchas personas que defiendan al sátrapa. Incluso entre los bandidos que asolaron en el Escambray y otras zonas rurales en los años 60 del pasado siglo, y entre los mercenarios de Playa Girón, los acólitos de Batista eran acogidos con recelo —solo como un mal necesario— por la extensa lista de crímenes que lastraba su imagen y el rechazo que generaron en la población cubana factores catalizadores del triunfo de la Revolución, junto al prestigio moral y combativo del Ejército Rebelde y el Movimiento 26 de Julio.
Nunca se sabrá a ciencia cierta cuánto dilapidó el tirano del presupuesto patrio, pero está claro que acumuló muchos millones de pesos para lograr insertarse en la burguesía de la época, uno de sus propósitos desde que merodeaba por los cuarteles, ansioso por convertirse en soldado y ascender en la escala social.
Robó más que nadie en la neocolonia (¡y mira que hubo ladrones!). Tanto que sus maletas partieron repletas de billetes en la huida, en las primeras horas del año 1959, rumbo a República Dominicana, donde su compadre Rafael Leónidas Trujillo le esperaba para cobrarle en grande.
El presidente norteamericano John F. Kennedy, quien buscó acercarse a Cuba antes de que un turbio atentado le costara la vida (después de autorizar la agresión militar de abril de 1961), reconoció los desmanes del protegido del Norte, cuya subordinación rebasó cualquier límite, pues abrió mucho más las puertas al capital norteamericano y para congraciarse con los embajadores estadounidenses acató las órdenes de Washington con pasmosa marcialidad.
Batista se dijo aliado de Estados Unidos contra Hitler y las potencias del Eje, mas tuvo fama de ardoroso fascista tras bambalinas. Es improbable que no estuviera al tanto del abastecimiento logístico que, según se rumoraba, recibían los submarinos alemanes de la Segunda Guerra Mundial en algunos puntos de las costas cubanas. Esos mismos que luego torpedeaban a embarcaciones criollas, dejando una estela mortífera en sus tripulaciones.
Son célebres las relaciones profundas de «El Hombre» (como le llamaban sus «guatacas», aclara Kuchilán) con la mafia norteña, a la que le proporcionó todo tipo de licencias para organizar el juego, el narcotráfico, la prostitución y cuanto negocio sucio se pudiera fomentar en la Isla. No por gusto la saga de El Padrino, en uno de los pasajes de su filmografía, recrea una «reunión cumbre» del hampa en La Habana.
A los neobatistianos les gusta resaltar cifras económicas y contextos de la Isla en la década de los 50 del pasado siglo, enfatizando en las tasas de autos o televisores por cantidad de habitantes, el glamur de la nocturnidad habanera y los índices de escolaridad y mortalidad infantil, que contrastan con los de naciones muy empobrecidas de América Latina. En el colmo de la desfachatez, incluso se atreven a adjudicarle a Batista rasgos de demócrata y antigansteril (como si no hubieran existido Masferrer y sus Tigres).
Sin embargo, jamás acuden a las memorias de miles de familias campesinas famélicas, no hablan de los desalojos de la Guardia Rural (creada a imagen y semejanza de los cowboys vecinos), de los asesinatos y desapariciones por toda la geografía cubana, el abandono en instituciones educacionales y de salud, el subdesarrollo industrial, el racismo y otras tantas consecuencias de las fechorías batistianas. Pueden redactar mil novelas reivindicándolo, infinitas… pero El Hombre fue, es y será ignominia pura.