El fraude, del latín fraudis, en lo individual no es solo un daño hacia la persona, sino también una mentira a la nación. Estas conclusiones «obvio resulta» —como en ocasiones se lee en los documentos de litigio ante los tribunales—, pero no resultan tan obvias cuando tocamos el día a día, y notamos, como otra carta de sus barajas, las ramificaciones silenciosas y traicioneras que puede tener lo fraudulento.
La persona que comulga con esa acción —prima hermana de la mentira y que puede llegar a niveles adictivos—, comienza a vivir en un espejismo de éxito, en una burbuja que al reventar invierte los términos y convierte al tramposo «exitoso» en una víctima de sus propias acciones; solo que ahora lanzado al fondo por el escarnio de la sociedad. Sencillamente, ese individuo dejó de ser creíble y todos sus actos serán puestos en duda.
En la historia del periodismo es célebre la manipulación de Janet Cooke, reportera norteamericana que a inicios de la década de los 80 presentó a sus editores del Washington Post el reportaje de Jimmy, un niño negro iniciado en el consumo de las drogas por su propia familia.
El impacto de la historia fue tan grande, que la periodista se alzó con el Premio Pulitzer; sin embargo, ante las llamadas insistentes de los lectores por conocer el paradero del pequeño —entre los cuales se encontraban las más altas autoridades de la capital norteamericana—, Janet Cooke se vio obligada a reconocer que todo era una falsedad: el niño y sus familiares eran un invento de su imaginación, apoyada en la realidad de las drogas y que el motivo de la mentira era ascender dentro del periódico.
El Pulitzer, considerado quizá el premio de periodismo más prestigioso del mundo, fue devuelto de inmediato acompañado de una carta, en la cual de su puño y letra y en pocas palabras la periodista reconocía el fraude. No obstante, lo peor fue el perjuicio sufrido por la misma autora de los hechos, porque al retiro del galardón le siguieron el ostracismo y la persecución constante de un episodio que, en una especie de maldición gitana, es hoy motivo de estudio en las escuelas de comunicación.
Como reconoció un amigo recientemente, la vida de esa mujer nunca volvió a ser igual y aunque algunas aguas retornaron a su nivel, durante años vivió con el temor de llegar a un lugar, incluso el más inocuo, donde pudieran reconocerla y recordar el escándalo. Téngase así la anécdota como ejemplo de hasta qué punto el fraude puede ser dañino. Sin embargo, como decíamos al principio, esta acción tiene ramificaciones más silenciosas y que permiten su enmascaramiento.
Porque nos pudiéramos preguntar, ya en los planos de la enseñanza: ¿qué diferencia existe, señoras y señores, compañeras y compañeros, entre el «chivito» oculto en el cinto, el SMS subrepticio, la prueba o la nota vendida con los regalitos intencionados al profesor (intencionadamente aceptados por demás) o los privilegios —los pasamanos— otorgados a partir de las lisonjas o porque «fulanito es el hijo de siclanito, tú sabes» (y ahí viene la esquina de la boquita, estirada en un gesto de complicidad).
Con sus primos hermanos, esa última modalidad de embuste tiene en común la falsedad, pero entre sus singularidades exhibe la hipocresía y las complicidades. A fin de cuentas el «chivito» se practica en solitario; pero la aplicación de la segunda variante no puede existir sin que existan al menos dos personas aguantándole la patica a la vaca, al punto de que en determinados momentos no lo piensan mucho para menospreciar, llevar a los extremos e, incluso, apartar a quienes no tienen padrino o sencillamente quieren lograr sus resultados en la vida en base a un esfuerzo honesto.
Los productos del fraude en estas variantes los vemos andar por ahí en su paso de puntillitas, mentón erguido, sintiéndose dueños del mundo a partir de un reconocimiento que no merecen. Como han tenido éxito a través del fraude, llegan a sentirse omnipotentes. Sin embargo, muchachitas y muchachitos, tembitas y tembones, tengan presente algo y no lo olviden nunca cuando vayan a doblar por algunas de las esquinas de la vida: recuerden a Janet Cooke.