Una vez más, alea jacta est. La suerte está echada para Cuba en el cruce de 2019 a 2020, en medio de la persecución más feroz que haya desatado la obsesa guerra del imperio estadounidense contra este pueblo.
Nos tiraron a matar y estamos vivos, resumió el Presidente Díaz-Canel con una frase popular, nada parlamentaria, que recuerda el sino de resurrección victoriosa de Fidel ante todos los peligros y conjuras. A coraje puro seguimos cabalgando, aunque ladren.
Si 2019 fue duro por las arremetidas casi semanales de la administración Trump, en 2020 no deben variar las «vaguadas» geopolíticas de la Casa Blanca que ensombrecen el estrecho de la Florida. Recordar que es un año electoral en los Estados Unidos, y el vocinglero multimillonario buscará votos congraciándose con la diestra más que siniestra de los rangers que mueven las influencias y los hilos ocultos del show político en esa nación.
Con bloqueo o sin bloqueo, pero siempre pensando más en «con» que en «sin», Cuba tiene una sabia cátedra en eso de sobrevivir durante seis décadas a todas las acechanzas imperiales, y al fin de la historia que pretendieron venderle como pescado en tarima.
A fuer de realistas, el 2020 será un año duro para la economía cubana, con tantas vueltas de tuerca que pretenden llevarse la rosca. El cerco sigue estrechándose, y no solo son el combustible, los cruceros que ya no pueden desembarcar, ni la persecución de la más mínima traza de negocio. Es una cruzada abierta contra este país.
La salvación de Cuba, ciertamente, es estar viva, en el más profundo sentido de la palabra. Y el antídoto es la fuerza revolucionaria y la sabiduría de su pueblo, la unidad nacional que no es falsa unanimidad, si no defensa de lo esencial desde la diversidad. Sentir y pensar como país sin dejar de sentir y pensar cada quien desde su esquina. Hace falta trabajar más el consenso, la consulta popular como estilo para las grandes decisiones, el fortalecimiento de la participación y el empoderamiento de las bases de la sociedad en tareas de control y gobernanza, tan frenadas por las madejas burocratizantes.
Pero esa salvación a la que se apuesta una vez más, tiene que pasar por los hechos contantes y sonantes. Por dejar atrás los lastres que debilitan nuestros empeños, y profundizar aún más los cambios de nuestro modelo. La justicia social necesita la eficiencia y la eficacia económicas como pedestal. Esa es aún una gran deuda del socialismo cubano.
Este 2020 nos acercará al momento del tan ansiado ordenamiento, que incluye la unificación monetaria y cambiaria, y la reforma general de salarios, un proceso saneador y justiciero, que traerá complejos desafíos y realidades. Habrá que hilar muy fino en un conjunto de transformaciones sistémicas de nuestra economía, que aún esperan por su consagración, como el despegue de la empresa estatal socialista, sin amarras ni ataduras de las fuerzas productivas. Urge un jalón de lo cualitativo, lo intensivo por encima de lo extensivo, la creación de nuevos valores agregados activando todas las potencialidades dormidas a lo interno, todos los emprendimientos en las diversas formas de gestión y propiedad, si apostamos por la prosperidad sostenible.
Ya nuestra sociedad no volverá a ser tan homogénea. Y precisamente para sortear el peligro de que crezcan las disparidades de esas pirámides a enderezar, tenemos que probarlo y hacerlo todo para engrosar las riquezas que garanticen nuestras conquistas sociales, y puedan derramarse sobre los sectores más desvalidos.
Cuando se otea más allá del Malecón en este mundo, y se percibe tanto desajuste y caos, uno siente orgullo de vivir en paz y seguridad, aunque haya tantas ineficacias y limitaciones endógenas. Pero esas conquistas alcanzadas, y bien probadas por el cubano, requieren de una dinámica económica que las sostengan en el tiempo.
Este es mi mensaje de amor y esperanza para el 2020, afincado en lo mucho que hay que potenciar y desterrar a lo interno. Haya bloqueo o no, el futuro de Cuba anda esperando aquí adentro, en nuestras manos.