Este viernes 2 de agosto de 2019 expira el Tratado de control de armas Estados Unidos-Rusia que había sido firmado el 8 de diciembre de 1987 entre el entonces presidente de los EE. UU., Ronald Reagan, y el secretario general del Partido Comunista de la URSS, Mijaíl Gorbachov.
Conocido como INF, por sus siglas en inglés, el acuerdo prohibió los misiles balísticos y de crucero nucleares o convencionales, denominados euromisiles, cuyo rango operativo de alcance estuviera entre 500 y 5 500 kilómetros (alcance medio y corto), instalados en bases militares del viejo continente.
De manera que estamos a expensas de una nueva carrera nuclear, y ha sido Donald Trump quien dio el paso hacia el precipicio, aduciendo que Moscú había roto el acuerdo INF al desarrollar un armamento que violaba los 5 500 km del límite. Rusia negó tal acusación —no demostrada— y, finalmente, respondió de igual manera. Tras seis meses de espera, el acuerdo se ha quebrado.
Agosto será también un mes de prueba para un nuevo misil estadounidense, que al decir de expertos parece inaugurar esa nueva carrera con armas de medio alcance, y está claro que cuentan con el capital para este fin, con una partida millonaria en el recién aprobado presupuesto del Pentágono para el año fiscal 2020. Trump, el campeón de los tuits, aplaudió jubilosamente que al Departamento de Defensa —mejor se le podría decir Departamento de Guerra— se le asignaran 738 000 millones de dólares.
Pero no son solo Washington y Moscú los protagonistas; a solo horas de abrirse lo que puede ser la caja de Pandora, el secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, Jens Stoltenberg, declaró: «Tomaremos las medidas pertinentes para garantizar una defensa y una disuasión seguras en ausencia de este tratado» y responderían «de modo coordinado y sopesado, y tomará medidas relativas a la defensa con medios convencionales, antiaéreos y antimisiles».
Por tanto, se amplía la amenaza contra Rusia. Sin embargo, el presidente Vladimir Putin ha declarado que no piensan involucrarse en una carrera armamentista. Ciertamente, semejante política obstaculizaría la intención rusa de fortalecer su economía, probablemente el blanco fundamental de la Casa Blanca cuando apuntó a romper este tratado.
Por demás, esta película belicista tiene secuela, pues el asesor de seguridad nacional de EE. UU., el halcón John Bolton, tiene propósitos mayores y está listo para asesinar también el nuevo Start (el original Strategic Arms Reduction Treaty, Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, que databa del 31 de julio de 1991, aunque entró en vigor en diciembre de 1994, consistió en autolimitar el número de misiles nucleares que poseía cada superpotencia, pero perdió su vigencia el 5 de noviembre de 2009).
Barack Obama promovió el nuevo Start, pero este expira en 2021, y parece que Bolton quiere eliminarlo antes de que concluya el mandato de su jefe Donald Trump, por si acaso…
Bolton, además de ser un impulsor de guerras y conflictos, es un redomado antiacuerdos del control de armas. Está más que probado que su pretensión, y la de la ultraderecha que representa, es hacer un mundo cada vez menos seguro, pero ganancioso para la industria de la muerte.
Hasta quizá, en su rapaz visión del resto del planeta, considere que las guerras infinitas del imperio sean la nueva versión del programa de «higiene racial», la política de limpieza étnica que con Hitler impuso campos de concentración donde asesinaron a millones de gitanos, judíos, comunistas, homosexuales y discapacitados…
Una cosa es cierta, aun con sobresaltos de vez en cuando, los tratados han proveído a la Tierra de estabilidad durante décadas y restringieron en algo los arsenales nucleares, sin que la más terrible de las armas de exterminio probadas se remplazaran por nuevos artefactos.
Este viernes, sin embargo, nos enfrentamos a un colapso de la sensatez, y la irracionalidad toma la palabra. ¡Cuidado este verbo se transforme en acción!