Desde que la Revolución Cubana comenzó a emitir sus primeros balbuceos, el Gobierno de Estados Unidos ha pretendido aniquilarla por asfixia. Tan abominable propósito le quita el sueño y obsesiona a cuanto presidente de ese país llega a la Casa Blanca. Sin embargo, nuestro proyecto social continúa inconmovible. El secreto de la proeza radica en la monolítica unidad de un pueblo resuelto a luchar por sus conquistas.
Una de las áreas preferidas por «Yanquilandia» para intentar colapsarnos es la salud. Recordemos que en los albores de 1959 existían en Cuba unos 6 000 médicos, la mitad de los cuales abandonó el territorio nacional poco tiempo después, encantada por los cantos de sirena del poderoso vecino del Norte. Solo hicieron oídos sordos quienes vieron colmados sus sueños de justicia social con el triunfo de los barbudos.
Este asedio le ha costado a esta isla rebelde más de 2 500 millones de dólares en casi 60 años solo en el terreno de la salud. ¿Qué hubiéramos logrado si el prepotente Goliat del Norte no se empeñara en hostigar por el mundo el ejemplo del perseverante David? ¿Cuántos males hubiéramos podido aliviar si, con un mínimo de decencia, desistiera de vetarnos contratos para acceder a tecnologías o de obstruirnos la adquisición de medicamentos? ¿De qué respeto a los derechos humanos habla entonces el inquilino de la Oficina Oval?
Según la revista Juventud Técnica, durante 2018 la empresa Medicuba, entidad importadora y exportadora de productos médicos del Ministerio de Salud Pública, solicitó a más de 30 compañías de Estados Unidos comprarles insumos para sus programas especializados. Solo dos le respondieron, ambas excusándose por no poder venderle ni siquiera un ámpula, porque así lo establecían las regulaciones del bloqueo.
Ni ante casos de alta sensibilidad la tozudez imperial cede. Así, Cuba no ha podido comprar Temozolamida, fármaco usado en la quimioterapia para el tratamiento a tumores cerebrales malignos. «Por tanto, el Instituto Nacional de Oncología y Radiobiología recurrió a tratamientos alternativos en pacientes menores de 15 años de edad y diagnosticados con tumor del Sistema Nervioso Central», dice la publicación.
Los laboratorios farmacéuticos de Estados Unidos, situados a un tiro de piedra de nuestras costas, se negaron también a suministrarnos Óxido nítrico, producto con el que se tratan afecciones vinculadas con la crisis de hipertensión pulmonar aguda, un mal que representa entre el ocho y el diez por ciento de las intervenciones quirúrgicas realizadas a niños en el cardiocentro habanero William Soler. «Por su propensión a explotar, este químico no debe transportarse desde distancias largas, y no pudo adquirirse en otro mercado», precisa el informe.
Regulaciones del bloqueo, de carácter extraterritorial, codificadas en la Ley Helms-Burton, y violatorias del Derecho Internacional, prohíben incluso a compañías de otras naciones, subsidiarias de empresas estadounidenses, comercializar con Cuba insumos médicos y medicamentos. Tamaña hostilidad obliga a las autoridades de salud cubanas a buscar opciones capaces de mitigar en lo posible el drama.
Hoy, a pesar de esos obstáculos, nuestro país exhibe en el terreno de la salud pública índices que superan con creces a los de un buen número de naciones desarrolladas. Entre ellos figuran la expectativa de vida, superior a los 78 años de edad, y el índice de mortalidad infantil, un parámetro donde la Isla computa durante los últimos 11 años menos de cinco niños fallecidos por cada mil nacidos vivos. ¡Una hazaña!
En la actualidad, Cuba tiene alrededor de 100 000 médicos en activo, con un promedio de nueve galenos por cada millar de habitantes. Cada año nuestras Facultades de Ciencias Médicas gradúan a cientos, no solo para cubrir nuestras necesidades, sino, además, para ayudar a otras naciones. Los resultados de nuestra biotecnología —con vacunas ciento por ciento cubanas— causan admiración en el mundo, y el programa del Médico de la Familia no pierde vitalidad, a pesar de las dificultades.
La unidad, los principios y el trabajo son el antídoto contra el resentimiento y la impotencia imperiales. Durante más de seis décadas han apelado a las más mezquinas artimañas, pero ninguna les ha funcionado. Las respuestas siempre han sido oportunas y acertadas. Y todas por encima del bloqueo.