Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Gratitudes y esperanzas

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Gracias… Aunque suene extraño, esa es la palabra que más he dicho en las últimas semanas; no tornado, escombro o apagón. A mi casa en Regla y a nuestros celulares o por Facebook, se han reportado centenares de personas de todo el país —y hasta de otros— ofreciéndose para lo que haga falta.

Muchos de esos seres de apellidos distintos reaccionaron como auténticos familiares y suspiraron de alivio al saber de nuestra suerte. Algunos temían lo peor y estuvieron rezando por este humilde hogar, construido con tanto sacrificio.

Esa es mi familia. ¿A quién importa el ADN o las anotaciones en el registro civil? Esos nexos nacieron espontáneamente, compartiendo aventuras o malos recuerdos. Hay tías y compadres que aún no conocemos, pero esperan nuestra voz en la radio cada domingo para saborear su café matutino, o llaman a casa para hacernos cómplices de sus angustias y alegrías.

En Cuba, un clan tan poco ortodoxo es menos extravagante como fenómeno que el grosero tornado que activó tantos desvelos y atenciones. Moreno, el fotorreportero de Juventud Rebelde, lleva años nombrándome familia porque doné la sangre para su operación. Con Xiomara y Alina, mis hermanas afectivas, lloré la muerte de sus padres como propios, aunque el mío esté vivo. Dennis, Carlos y Daylen me dicen mamá desde adolescentes, y sus reales progenitoras aún comparten conmigo sus pesares y glorias.

Tiene sentido entonces que se llame Familias, así en plural, el tercer capítulo de la Constitución que se ratificará en unos días. Como en cualquier parto humano, hay nervios en la sala de espera, pero las muchas dudas se superan ideando planes y alimentando ilusiones para la nueva criatura.

También, como en todo alumbramiento promisorio, nos rondan las envidias y los malos augurios. Lo curioso de esa mala fe es que no se escuda abiertamente en la herencia económica de este ser intangible o en el color de su mirada filosófica. Los turbios buitres agoreros eligieron ensañarse con el diamante de su corazón, más facetado y transparente que nunca.

Ese plural moderniza nuestra ley de leyes y viste de dignidad los más diversos proyectos identitarios, puesto que da mayor amparo a la abuela-horcón; a la madre que mueve sola ambos remos; al padre que asume roles no tradicionales; al niño recibido en otro hogar sin suspicacias, y hasta a la adolescente que no «firmó papeles» antes de traer al mundo otra esperanza.

El Proyecto de Constitución de la República me gustaba en su radical esencia, pero esta última versión me enamora muchísimo porque es más amplia en su propósito de espejar la variopinta realidad de nuestras íntimas devociones, y de paso desmenuza cada etapa de vida con sus particulares derechos y espacios de protección.

Tiene además una mirada de confianza en el futuro cuando aboga por hogares sin violencia o el interés superior del niño, y cierra resquicios a esas rancias distinciones que alguna gente se empeña en esgrimir puertas adentro de su corralito social.

En cuanto se hizo público el futuro códice, lo estudié para mi trabajo como editora, jueza y activista de Derechos Humanos. Lo interpreté para mi madre, empeñada en traducirlo a las vecinas en el lenguaje común de las vivencias. Se lo desmenucé a Karina, una colega cordubense de vacaciones en nuestra Isla. Busqué los puntos a favor para las personas con discapacidad, urgidas de ser nombradas con respeto en este trayecto de civilización que hoy invocamos.

Cada nueva lectura me aporta otro matiz, y mientras más subrayo el tercer capítulo, más mérito le concedo a su objetivo de armonizar el pentagrama de esta nación, en la que mucha gente saborea la yuca y el congrí, pero igual cabe el pan con timba, la croqueta de ave o el pelly, que pocos saben de qué va, pero es gracioso en su crujido.

En tanto obra humana, el nuevo documento es perfectible, revisable, potencialmente superable. Si mañana la vida se desborda de ese cauce, podemos invocar su propio articulado para pedir que evolucione. Lo mejor es que es nuestro, y nos toca a nosotros darle el Sí por el que espera ansioso, como un bebé que estrena el don de caminar erguido, y sonríe para que la familia siga a su alrededor, dándole ánimos.

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