No todos los días un investigador tiene la posibilidad directa de comprobar en el terreno el alcance de su trabajo, más cuando su objetivo final es mejorar la calidad de vida de personas con cáncer.
Dentro del laboratorio, en una nave de desarrollo, en una oficina, delante de una computadora... se comprende bien la importancia de la labor, la vitalidad de cada paso, pero no se palpan los resultados. En la sala de oncocirugía del capitalino Hospital Pediátrico William Soler sí se puede.
Hasta allí, donde fotos de dibujos animados infantiles colgadas en las paredes intentan devolver las sonrisas que la afección insiste en borrar de sus rostros, llegan pequeños de todo el país para aliviar o sanar sus dolencias, a través de diferentes tratamientos en los que se emplean, entre otros productos, varios de la Biotecnología cubana.
Por eso, fue este el lugar escogido por un grupo de jóvenes científicos de las filiales habanera, espirituana y camagüeyana del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB). Llegaron hasta allí despojados de batas blancas, guantes y sofisticadas palabras. Irrumpieron en cada habitación llevando libros, golosinas, cuentos y abrazos a quienes pasan sus días entre consultas y medicamentos, a quienes se benefician del producto final de su trabajo.
La mayoría de los pacientes no supera los seis años de vida. Son muy pequeños para comprender la responsabilidad que descansa en quienes durante toda una tarde iluminaron de felicidad sus rostros, pero lo suficientemente grandes como para agradecer de las más diversas maneras la visita.
Nathaly Martínez Morales, con solo un año de vida, se recupera de un tumor renal recientemente operado y bosquejó una sonrisa a los visitantes. Apenas se comunica con palabras, pero bastó el asomo de esta expresión en sus labios y el brillo de sus ojos para enternecer a todos.
Fieles reflejos del alma, sus ojos se encargaron de hablar por ella. No hacía falta más.