El gozo que abraza la cotidianidad en cualquier pedazo de la geografía se destapa desde que llegan los hombres de cascos blancos, instalan los andamios e irrumpe el rugir de los equipos revelando que algo nuevo va a surgir.
No hay dudas de que para cualquier habitante de una ciudad, un poblado o una pequeña comunidad ver prosperar su patria chica le desboca la complacencia, porque desanima esa imagen de instalaciones carcomidas y tambaleantes.
Aun hoy, a pesar de lo construido y salvaguardado, el retrato del patrimonio edificado está agrietado, aquí y allá, un hecho que se suele achacar a la escasez de recursos materiales y financieros.
Más allá de esa valoración, resulta una verdad verdadera la falta de oportunidad de los mantenimientos y las reparaciones. ¿Cuántas edificaciones se han dejado destruir irremediablemente? Basta solo una mirada ahora mismo al entorno donde vivimos o un poquito más allá.
Las construcciones para ampliar la infraestructura industrial, de servicios de todo tipo y viviendas devienen expresión genuina de que nos movemos, que camina el desarrollo.
Bajo la impaciencia por tratar de realizar la mayor cantidad posible de obras surgieron los maratones constructivos, amparados en los deseos de terminarlas con prontitud sin contar en realidad con el tiempo imprescindible y tampoco con los recursos materiales necesarios.
Nada pernicioso tendría el querer edificar velozmente si no fuera porque, una y otra vez, se incurre en el dislate de olvidar la imposibilidad de estirar las 24 horas del día y desconocer a sabiendas que los lapsos para ejecutar una obra, de acuerdo con su magnitud y complejidad, se pueden calcular con exactitud de relojería, al igual que cada uno de los materiales que se emplearán.
Los maratones suelen desencadenarse, en especial por el sano interés de celebrar fechas históricas con un cúmulo de realizaciones que generan, a la vez, tributo de gratitud al hecho festejado.
Esa circunstancia, por sí sola, deviene muy propicia para solicitar recursos materiales y financieros que, por lo general, aparecen. En definitiva se trata de incrementar el bienestar de la sociedad, y esa oportunidad cualquier territorio cubano la trata de exprimir al máximo para vestir de largo a su terruño. Nadie quiere irse en blanco en ocasión tan memorable.
En verdad miles de obras se consumaron bajo ese estímulo a pesar de que el correcorre por concluir lo planificado contrarreloj también dejó una estela de sinsabores, más allá de los reiterativos incumplimientos.
¿Quién no ha visto las reveladoras chapucerías, el deterioro apresurado de lo hecho por la inadecuada calidad y deslices de mayor envergadura, precisados a corregir con posterioridad a la fecha de terminación de la instalación?
Obvio que esas huellas resultan la génesis de un dañino proceder que implica un gasto adicional de recursos materiales, salarios y avituallamiento de comestibles y un mar de cuestionamientos, con razón, de la tribuna de la calle.
El mismo correcorre encaja el descontrol, sustento del ineficiente bregar, y pérdidas materiales nada desdeñables en las que se ceban los malhechores, siempre a la caza de la presa fácil.
Cualquiera podría pensar que a estas alturas esa práctica debía ser agua pasada. Pero no... Todavía, por determinadas fechas o acontecimientos, se desencadena un maratón constructivo que termina en el rescate de instalaciones, pero que se empañan con otras anunciadas como terminadas sin lograrse.
Estas carreras de cemento, cabilla y ladrillo resurgen, frecuentemente, por toda nuestra geografía con esa pertinencia del insaciable e imbatible marabú.
¿Por qué no planifican las obras con el tiempo suficiente si conocen la fecha del acontecimiento que van a enaltecer?
Cuando se indaga suelen esgrimir que autorizan casi siempre los recursos con poco tiempo de antelación al advenimiento de la fecha. Si así fuera, qué impide armar un cronograma con todas las de la ley para evitar el correcorre, aunque la obra quede terminada en un tiempo posterior.
Lo que sí está claro, clarísimo, es el desentono que deja esa otra cara del maratón, solo útil a medias, que aporta progresos, pero a expensas de patinazos innecesarios y costosos. Así de lógico, así de sencillo.