Era tarde en la noche y una llamada confirmó la triste noticia: Edikson ya no está. Difícil imaginar lo que experimenté en ese momento cuando mi madre me llamó. Sabía que podía pasar de un momento a otro, pero nunca se está preparado para perder a un ser querido. Hacía más de un mes que el cuerpecito del pequeño —que durante más de seis años luchó por su vida en la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos (UCIP) del hospital Comandante Pinares, del municipio artemiseño de San Cristóbal— no resistía.
Sus familiares y amistades más cercanas asistieron a no pocas complicaciones que, según me contaron, no fue posible impedir, pero tampoco menguaron el ánimo de un infante que contagiaba con su alegría y fuerza a quienes lo protegían y a cuantos lo conocieron. Sí, porque Edikson fue un pequeño con ideas muy grandes, a pesar de sufrir una osteogénesis imperfecta (enfermedad conocida como los huesos de cristal) que, al asociarse con hipertensión pulmonar, requería de traqueostomía y ventilación, razones que obligaron a su permanente hospitalización.
Ahora recuerdo —después de que nos conocimos— las veces que, al enterarse de que yo estaba en casa, exigía que me llamaran por teléfono y se pasaba no pocos minutos conversando de lo que hacía o aprendía en la sala médica, de cuánto lo mimaban y le enseñaban, o las que lo visité en su hospital-casa-aula. Incluso un día en tono de regaño me dijo: «No me tomes más fotos, que estoy en clases y eso me pone nervioso».
Sí, porque la institución médica también se convirtió en una docente. Y allí lo vi mostrar orgulloso su uniforme de primaria y aprender con gusto las primeras letras, los colores, las figuras geométricas, los números; a identificar diferentes objetos, los sonidos de palabras y hasta a representarlas con pequeños papeles, como le enseñó su maestra, Amada Enríquez Hernández, pues él eligió la felicidad y los conocimientos como compañeros de vida.
También viene a mi mente el momento en que me contó que deseaba bailar en una presentación del grupo cubano Ángeles, el cual después cumplió su sueño y llegó a la UCIP para regalar a Edikson —y a otros niños como él—, alegría y mucha salud. Recuerdo también las ocasiones en que pudo salir en su sillón móvil —cimentado con amor por el electromédico Eleuterio— al teatro del hospital a celebrar su cumpleaños. Entonces daba gusto verlo sonreír con los juegos, las canciones, los payasos y travesuras que le regalaban.
En el Comandante Pinares hay un silencio estremecedor. Médicos, enfermeras, personal del pantry, la familia —en especial su mamá y abuela— siempre comprendieron que la atención a Edikson o a infantes como él es un proceso de mutuo aprendizaje. Era imposible no emocionarse al verlo jugar, divertirse, conocer, aprender y dar lecciones incomparables de vida, al igual que sus compañeros de sala Arielito o Fabián, quien hace un mes falleció.
Quizá por eso, cuando muchos lectores de este diario como Martivarela conocieron su historia escribieron: «Nuestro pequeño paciente con su actitud de amor por la vida nos da un ejemplo de serenidad, de crecimiento y de valentía. Claro, el espíritu batallador de este infante se potencializa con el apoyo de médicos, enfermeros y trabajadores de la salud que incondicionalmente le regalan su solidaridad, su ternura, su entereza y su capacidad humana y profesional. Los padres de Edikson han de estar orgullosos de su hijo. Hoy la esperanza y la gratitud dibujan en el rostro materno la mágica sonrisa que expresa confianza, respeto y felicidad».
Edikson no pudo cumplir el sueño de regresar a casa y utilizar su ventilador mecánico Carina home, costoso y de difícil adquisición, que Cuba puso a su alcance. Pero estoy seguro de que se fue feliz. Feliz y dichoso de vivir en esta Isla, pues, como él mismo me dijo, la UCIP es un sitio donde «se respira amor y habita la bondad», y allí aprendió a amar mucho a su Patria «por todo lo que hacen por mí». Eso que él vivió solo es posible en un país que nos ha enseñado cómo enfrentar los obstáculos que puede ponernos la existencia, pues la fuerza para hacerlo proviene del cariño y la sensibilidad.