Recuerdo hace años, en los 90 del pasado siglo, cuando ese profeta que tantas cosas predijo pronunció unas palabras que debieron haber caído como un balde de agua fría para el establishment norteamericano: «este mundo es ingobernable». Las grandes potencias celebraban a todo volumen la caída de la URSS y alguien proclamaba «el fin de la historia». Han pasado casi 30 años y ningún país puede asumir el título de gendarme de nuestro planeta.
Desde esa preclaridad y agudeza analítica que nos transmitió Fidel observamos cómo se está moviendo el mundo por estos días. Los insultos y las directas e indirectas pululan, como si las relaciones internacionales fuesen un escenario circense y no un amplio espectro de sistemas políticos, crisis y tragedias. Qué poca seriedad transmiten esas cumbres y encuentros de alto nivel, donde no saben qué hacer el uno con el otro, o la una con el otro, o todos contra uno, donde el show mediático se traduce solo en tuits ofensivos y no en aclaraciones necesarias para resolver las diferencias.
Y es que no se puede dirigir en este mundo como si los países fuesen empresas y los humanos simples empleados. El arte de hacer política ha sido diseñado desde hace miles de años, cuando los consejos de ancianos, y léase bien, consejos, no individualidades, decidían los destinos de sus pueblos. La sapiencia que brinda la experiencia en las lides de la política diaria no puede ser suplantada por ataques de rabia o piruetas, y mucho menos con demostraciones de machismo al dar un apretón de mano, pues puede provocar que el «saludado» aferre con su pulgar y deje una marca visible en el que trata de lucirse.
Estamos viviendo unos días previsibles hace dos años. Alguien que pretenda ser líder lo primero que debe hacer es no considerarse un elegido por los dioses, y tampoco pensar que su palabra es la ley. Mucho menos rodearse de personas que solo han mostrado a lo largo de los años un afán de protagonismo, que enmascaran en un supernacionalismo y cuyo rasgo fundamental es el desprecio por los otros en el mundo.
La inconsistencia en los argumentos y la amenaza constante son «atributos» de jefecillos de pequeñas tribus urbanas, no de estadistas. Incluso en los manuales sobre la mafia, vemos a distinguidos jefes con maneras diferentes y que escuchan con atención antes de tomar decisiones. Por lo tanto, al no hacer caso de lo que ya está escrito, cometen disparates a cada hora. Lo peor de todo es que, detrás de cada error, sufren los seres humanos. Familias separadas por decisiones tomadas al azar en raids de los cuerpos de inmigración, que ya comienzan a cobrar víctimas a través del suicidio de quienes no pueden soportar alejarse de sus seres queridos.
La constante alusión a los efectos negativos de la migración ha estimulado a las hordas ultranacionalistas de Estados Unidos que estuvieron un poco contenidas desde el Acta de Derechos Civiles de los años 60, pero que siempre se han mostrado listas a salir al ataque al primer aldabonazo de sus líderes. La prensa narra eventos en los cuales alguien ofende a otros por el simple hecho de hablar en español, o de guardias que detienen a dos ciudadanas por estar conversando en ese idioma.
El mundo no es un cártel de empresas ni un juego de póker. Andar por la vida ofendiendo solo puede deparar el desprecio unánime. Pero hay que alertar que es muy peligroso. La historia tiene innumerables ejemplos de ese tipo. Solo basta con leer lo que ocurrió en Alemania en 1934, un año después de la victoria electoral del nazismo, cuando se desató la furia contra todo lo que no fuera ario.
Uno de los basamentos filosóficos fundacionales de esa ideología lo constituye el libro La ciencia del poder, del sociólogo angloirlandés Benjamin Kidd. En ese manual de terror ideológico, Kidd escribe:
«Nuestra civilización ha sido dada a luz como resultado de un proceso de fuerza sin paralelos en la historia de la raza. Por épocas incontables el combativo macho europeo se ha desbordado a través de Europa en sucesivas olas de avance y conquista, venciendo, exterminando, aplastando, dominando, tomando posesión. Los más aptos, que han sobrevivido esas sucesivas olas de conquista, son los más aptos por el derecho de la fuerza y en virtud de un proceso de selección militar, probablemente el más largo en la historia, el más duro, probablemente el más relevante al que la raza ha sido sometida… ese hombre ha introducido el espíritu de la guerra en todas las instituciones… y la creencia de que la fuerza es el principio último del mundo… por la fuerza ha conquistado el mundo y por la fuerza lo controla…».
A buen entendedor… (Tomado de Cubadebate)