Un anhelo nos acecha en medio de tanta podredumbre moral y crisis humanística en el mundo que nos ha tocado vivir; en la época de la desidia y el yugo colonial, de la urgencia (para salvar la gran familia humana) de encontrar los caminos de la liberación definitiva de nuestros pueblos sometidos a la dominación. ¿De qué dominación hablamos?, de aquella que impone con total furia el gigante de las siete leguas. Y el anhelo presente, encuentra respuesta en José Martí, en su pensamiento y acción revolucionaria, guía para la lucha y programa político de la inmensa revolución «nuestroamericana».
Con meridiana claridad nos presenta el Apóstol de la independencia cubana una serie de premisas en la concreción práctica de ese anhelo: la unidad como elemento articulador esencial para la consecución de los objetivos de la lucha por una América Latina mejor, de igualdad y justicia social; la alerta siempre precisa de los peligros que nos cercan; la capacidad de previsión como pivote de la buena política, de la cultura de hacer política; y por supuesto, desde el acomodamiento de las fuerzas, el equilibrio como constante martiana: el valor del pensamiento, del ejercicio del pensar. El pensamiento político latinoamericano ha de encontrar en ese caudal infinito pero al mismo tiempo actual, de la historia de América Latina, sus luchas, próceres y líderes fundamentales, pensadores de la liberación; las raíces, para, en el contexto actual, seguir conformando el marco teórico de la Revolución.
«Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea», comenzaba así Martí su cenital ensayo Nuestra América; y no son pocos los que todavía, con absoluta vanidad, se sirven de ella so pena de poner en riesgo su independencia y soberanía. Nuestra América clama hoy por ese viejo y necesario deseo de los padres de la independencia, de los próceres y pensadores de la libertad, líderes de la revolución «nuestroamericana»: la segunda independencia. Es un ideal vivo, base del pensamiento crítico que forma o nutre el marco teórico de la lucha revolucionaria, integracionista, de liberación de los pueblos.
La primera independencia quedó inconclusa y aspectos de vital importancia como la integración, la justicia e igualdad social e identidad común (desde la salvación de la memoria que impide olvidar la historia), introducen los fundamentos de la actual lucha. Ello, con la asunción del poder político, en auge progresista hace poco más de una década en la región, de gobiernos de izquierda, esperanzadora y continuadora del ideal bolivariano y martiano; se complementa con la urgencia de alcanzar una liberación cultural frente a las venenosas garras del imperialismo.
Fue un desvelo martiano el peligro que representaba para América la política expansionista del imperialismo. José Martí comprendió la esencia de esa política y alertó a los pueblos del Sur desde su estancia reveladora en Nueva York. Devienen sus escenas norteamericanas obligada lectura para entender por qué, a la altura del siglo XXI, sigue siendo el imperio una real amenaza a la seguridad, armonía y equilibrio de nuestros pueblos. La visión martiana fue a la esencia, como él mismo aludiera, vio con ojos judiciales el intríngulis del convite que Estados Unidos preparaba para la «América española»; desenmascaraba Martí la opción dominadora de la nación del norte en su propia raíz; era por eso que nos estaba convocando a declarar la segunda independencia.
El ideal latinoamericanista que defendemos lleva en su esencia un carácter antimperialista y de profundo apego al sentido de lo nuestro, a lo que nace de sí, a la historia que nos distingue. Ha de ser el tronco que abracemos, en consonancia con Martí, el de nuestras repúblicas. La radicalidad del pensamiento martiano y su carácter revolucionario van de la mano, se conectan necesariamente en la trágica historia de las naciones latinoamericanas y con un método auténtico nos devela el misterio de aquellas, lo explica, lo corporifica adaptándolo a su tiempo y nos brinda las herramientas para entenderlo nosotros. El ensayo Nuestra América contiene ideas que son medulares para la lucha que llevamos a cabo por la unidad latinoamericana.
Un sistema opuesto a los intereses y hábitos de los opresores hacía falta en América. Esta se iba salvando de todos sus peligros que a lo interno la hicieron errar. Ciertamente el problema de la independencia no se hallaba en el cambio de forma, esta era clara (república versus colonia) sino en el cambio de espíritu. Nos enuncia Martí cuan necesario era la asunción de una estrategia cultural de descolonización, que rompiera las ataduras dominadoras de antaño y oxigenara la nueva política.
José Martí nos muestra, ahí está el programa de Nuestra América, las premisas o claves de esta batalla por la unidad y la necesaria integración: el valor de la historia, de nuestra historia de más de 200 años de lucha por la verdadera independencia; la defensa de la identidad nacional de nuestros pueblos, el respeto a la diversidad de las naciones latinoamericanas —«unir para vencer» como presupuesto frente al «divide y vencerás»—; la batalla de pensamiento para defender y preservar nuestra cultura, su salvación ante los intentos cada vez más intencionados de apropiación por parte de quienes utilizan la cultura como medio de opresión y dominación; así como el carácter antimperialista de nuestra proyección latinoamericanista.