Todavía cerca de su mano, en la muñeca, se puede ver la marca rosácea que le quedó después de aquellas curas dolorosas. Durante un mes aprendió a no tocarse la venda, a pesar de sus inquietos casi dos años, y si le preguntaban hacía un puchero y decía «Yaya, yaya grande».
Indagar sobre la quemadura «accidental» de la niña fue también doloroso. «Eso le pasa a cualquiera», repetía su madre, y ante la incredulidad reflejada en mi rostro por no entender por qué la plancha estaba al alcance de la criatura, la versión de la historia cambiaba.
No importa ahora saber si la plancha aún estaba caliente después de usarse, si estaba conectada en el momento en el que la pequeña se quemó su bracito o si «ella misma la enchufó». Lo preocupante es que estaba en el piso, lo cual demuestra el olvido o la falta de noción del peligro de su madre. Lo más peligroso, incluso, no fue eso, sino que la frase «Eso le pasa a cualquiera» aún se repite cuando se habla del suceso, y ello me hace pensar que, bajo ese pretexto, cualquier otro evento de este tipo puede suceder.
Los accidentes, en la mayoría de los casos, no son tan accidentales, sobre todo cuando se trata de aquellos que se originan en el entorno doméstico. No son tan imprevisibles ni azarosos, pues siguiendo conductas apropiadas somos capaces de evitarlos.
La literatura especializada y los médicos aconsejan extremar los cuidados cuando se tiene un bebé en el hogar, y no solo a partir de que cumpla siete u ocho meses, momento en el que por lo general comienzan a gatear y a explorar lo que les rodea.
Desde mucho antes, desde que el recién nacido llega a la casa, se debe prever que la cuna esté desprovista de almohadas, telas, muñecos y cualquier otro tipo de objeto que pueda provocar, en un momento determinado, un lamentable incidente. La separación de los barrotes debe garantizar que su cabeza no quepa, así como la altura de la baranda debe vigilarse a partir de que el movimiento en la cuna se incremente o ya el bebé intente pararse.
Los padres deben evitar acomodarlo en su cama con ellos para dormir, pues son frecuentes los casos de muerte en menores de un año que quedan asfixiados por la compresión de los cuerpos de sus progenitores.
Son comunes las caídas, incluso cuando el agotamiento de la madre le impide sostener al bebé mientras lacta, y cuando ya son más osados, mientras gatean o aprenden a caminar, no pocos se introducen en sus narices cuerpos extraños como frijoles o botones, ingieren de manera accidental medicamentos y productos para la limpieza como cloro, salfumán o detergente o se hieren con tijeras y cuchillos.
Cuando cualquiera de estos «accidentes» ocurre, ¿la culpa fue del bebé? Intranquilo, curioso, atrevido, majadero, tremendo... son algunos de los adjetivos que propinan los padres u otros miembros de la familia para justificar el suceso. La pregunta es: ¿acaso no fueron capaces de garantizarle un ambiente seguro al pequeño en la casa? ¿Será que no comprenden que la seguridad de su hijo o hija y la no ocurrencia de incidentes funestos dependen de su responsabilidad y toma de conciencia?
Los especialistas aconsejan comprobar la temperatura de la leche antes de suministrarle el biberón, así como del agua antes de bañarlo, colocar alfombras antideslizantes en la bañadera, evitar que objetos cortantes y punzantes, así como productos de limpieza, medicamentos u otras sustancias nocivas estén a su alcance, y situar protectores o esparadrapos en las esquinas de los muebles y los tomacorrientes para evitar lesiones.
No es recomendable adornar las mesas con grandes manteles que puedan ser halados por una de sus puntas por los pequeños, quienes luego pueden sufrir las consecuencias de la caída sobre ellos de un jarrón, un búcaro o cualquier otro adorno que por lo general se ubica en las mesas, encima del mantel. Tampoco se deben dejar colgados los cables de los equipos, pues también pueden ser atraídos hacia sí desde abajo; las salidas a balcones y patios deben estar limitadas con algún medio de protección y los cubos con agua y cisternas bien tapados.
Las precauciones nunca son exageradas y deben tenerse en cuenta en el hogar, donde pasamos la mayor parte del tiempo y también en los lugares institucionales o por cuenta propia donde permanecen los pequeños bajo el cuidado de otros adultos.
Las lesiones no intencionales resultado de «accidentes» perfectamente evitables constituyen una epidemia de este tiempo. Cuando un niño o una niña se hirió, se quemó, casi se asfixia o se ahoga, se electrocutó, ingirió algo indebido... cuando le pasó algo que podía haberse impedido si las precauciones y la vigilancia hubieran sido las adecuadas, entonces no podemos escuchar que «eso le pasa a cualquiera».
Un incidente de este tipo, que en algunos casos puede llegar incluso a la muerte del menor, solo puede suceder si alguien, y no cualquiera, dejó de pensar en su función principal. Cuando ese alguien, y no cualquiera, fue incapaz de prever el peligro que representa para su hijo o hija un entorno no seguro. No a cualquiera le pasa lo que cualquiera, con sentido común, trata de prevenir e impedir.