El evento científico Hepatología y trasplante hepático 2017 tuvo lugar en La Habana durante los días 5 y 6 de este mes. Ya es usual ver en tales jornadas a expertos de Cuba y de otros países intercambiar experiencias también en temas como la cirrosis hepática, las hepatitis virales y el carcinoma hepatocelular —un tipo de tumor maligno que afecta el hígado y que llega a ser la tercera causa de muerte por cáncer en el mundo.
Esta vez llamó la atención la asistencia de un importante número de profesionales norteamericanos. Entre ellos se encontraba el doctor Mitchell L. Shiffman, del Instituto del Hígado de Virginia, Estados Unidos.
Él ofreció una conferencia acerca de la problemática del hepatocarcinoma en su nación y en el orbe y, en cierto momento, dijo cómo en el país norteño se vaticina un marcado incremento de esa afección. Entre las causas de este adverso augurio está la hepatitis B.
Al hablar de hepatitis B, el doctor Shiffman tuvo que hacer un alto en su intervención y elogiar a Cuba, luego de haber escuchado previamente a la doctora Verena Muzio, del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología: estaba sorprendido, e incluso llegó a lamentar que su país no haya podido eliminar la hepatitis B.
Habituados a una vida libre de ser diezmados por ese flagelo, muchos cubanos —a diferencia del citado profesor norteamericano— no alcanzan a valorar en su verdadera dimensión hazañas como vivir en un país libre de una enfermedad terrible. ¿Y de qué modo se ha alcanzado este éxito que maravilla a otros?
Hace 25 años se estableció en Cuba el Programa de control de las hepatitis, donde las estrategias versaban principalmente en torno a la vacunación gratuita y universal contra el virus de la hepatitis B.
Es bueno recordar que la hepatitis B es un virus que en la contemporaneidad llega a afectar a un tercio de la población mundial. Según estimados de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cerca de 240 millones de personas están infectadas por el virus; de estas, cada año mueren más de medio millón como consecuencia de complicaciones como la cirrosis y el cáncer hepático.
Así es el panorama planetario a pesar de que existe una vacuna efectiva contra el virus (aprobada en Estados Unidos) desde 1981. Un lustro más tarde otras dos vacunas fueron aprobadas a nivel mundial.
En aquellos tiempos, a pesar de la disponibilidad de los fármacos, sus altos precios —cerca de 60 dólares por dosis— los hacían casi inaccesibles a los cubanos. Así fue que se le impuso un reto a la ciencia cubana: obtener una vacuna propia contra el flagelo.
Liderados por científicos del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, se pudo lograr la vacuna Heber biovac HB, utilizada ampliamente en Cuba desde 1992. Ese mismo año la OMS había establecido una nueva meta para 1997: la vacunación contra la hepatitis B a todos los recién nacidos del mundo.
Para muchas naciones aún sigue siendo una meta imposible de alcanzar. Cuba, por su parte, se adelantó en cinco años con el cumplimiento de ese objetivo.
Hoy nuestra Isla ostenta que todos los cubanos menores de 36 años están protegidos contra la hepatitis B. Ello se ha logrado después de tener inmunizados con la vacuna cubana a casi la totalidad de los recién nacidos; de haber aplicado más de 13 millones de dosis; de haber vacunado a más del 30 por ciento de la población cubana y a las personas con alto riesgo de ser infectadas.
Son datos que nunca dejarán de inspirar asombro, el mismo que estremeció al profesor Shiffman. En quienes fuimos testigos de su conferencia, difícilmente haya dudas sobre sus deseos de haber podido protagonizar igual hazaña en su país.