A Girón no la hizo famosa la invasión, sino la victoria. Que casi niños defendieran como adultos aquellas aguas del suroeste —algunos sin siquiera haber visto antes el mar— fue la razón que la dejó para siempre en la historia.
Esa misma historia, hecha poema, hizo de Nemesia una niña para toda la vida; después de tantos años, mucha gente todavía llega a su casa y busca a la hija que perdió a su madre, que vio heridos a sus hermanos y, sobre todo, que vio agujerear los lirios de sus zapaticos blancos. Llegan incluso buscando sus zapatos y están horas delante de estos, y piensan en el milagro que fue la Revolución para las manos pescadoras y carboneras de la Ciénaga.
En aquellos días de 1961, integrar las milicias era casi tan necesario como ir a la escuela.
«Y de pronto la Revolución nos dio la oportunidad, la posibilidad, como decíamos los jóvenes del barrio, “de tener un hierro en la mano para defenderla”, y nos lanzamos de voluntarios», recordaría el periodista y escritor Eduardo Heras León, con motivo del aniversario 50 de tales sucesos.
Hay quien dice que el cubano les perdió el miedo a los cocodrilos en aquellos tensos días de abril, que aprendió a prepararse sin llamar la atención, a poner a su favor el terreno fangoso de casa, a acostumbrarse al lodo y a los mosquitos, y atacar el cuerpo del enemigo con una fuerza torcedora de huesos, cuando alguien intenta perturbar su tranquilidad. La Isla con forma de caimán fue solo un augurio: los combatientes se volvieron cocodrilos.
Entre lo más triste de aquellos días sobresale la actitud de los mercenarios, quienes no solo cobraban por combatir, sino que además lo hacían contra su propia gente. ¡Eran cubanos!
Y por aquellos «vendepatrias» muchos buenos cubanos fueron asesinados, porque no empuñaron a tiempo sus armas contra quienes pensaron que eran sus hermanos. Sin embargo, no por llevar los mismos símbolos y hablar el mismo idioma, y haber nacido en la misma Isla, estaban en el mismo bando. Por eso el enfrentamiento fue más doloroso.
«Coño, tienen la bandera de nosotros en los aviones, y cuando no les disparamos entonces nos disparan ellos. Le voy a tirar a cualquier cosa», fueron las palabras desgarradoras de un joven casi niño, a quien le mataron todos sus compañeros de una brigada antiaérea, recordaría Eduardo Heras León.
«Yo me quedé realmente frío por la actitud de ese muchacho, porque no se le notaba ni una gota de miedo, era un sentido de absoluta responsabilidad, y estaba allí dispuesto a combatir, a batirse con los aviones del enemigo que estaban bombardeando a diestra y siniestra».
A muchos jóvenes les pasó así. Aprendieron del amor a la Patria tras los sucesos de Girón. No importó que algunos no estuvieran en la primera línea de combate. Aprendieron a puro tiro, a bala de cañón, el desprecio a quienes venden su bandera, o peor, se enfrentan a muerte a su propia gente.
Muchos fueron los héroes de aquellos duros días de abril de 1961. Algunos quedaron anónimos, otros pasaron a la historia; pero todos son recordados siempre por familiares y amigos. Durante la invasión de mercenarios a la por ellos llamada Bahía de Cochinos, los combatientes de Girón no creyeron en lágrimas, ni en el apoyo estadounidense al enemigo, ni mucho menos en los cocodrilos.