Tenía apenas 34 años. Fue asesinado por un delincuente que lo sabía incorruptible. El compositor Alejandro García Caturla es un imprescindible de nuestra historia cultural. Para mantener a los suyos, tuvo que ejercer una profesión utilitaria. Abogado, entró en la carrera judicial. Ejerció este segundo oficio con plena responsabilidad, como un deber ciudadano al que no escatimó tiempo. No se sometió a las presiones de los poderosos, que truncaron el desarrollo de un talento y vitalidad excepcionales.
Evoco hoy su figura con motivo de una carta recientemente publicada en Granma, que refiere las circunstancias del cierre y del estado de abandono de la Casa Museo de Alejandro García Caturla en Remedios. Es también un modo de homenajear indirectamente a Alejo Carpentier, nacido un 26 de diciembre de 1904. El narrador cubano fue un crítico e historiador de la música, animador de la vida musical en Cuba y en Venezuela, y partícipe esencial del movimiento renovador iniciado en nuestro país a la vuelta de los 20 del pasado siglo. De ese intenso batallar surgió su vínculo fraternal con Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla. Para este último escribió el texto del ballet Manita en el suelo.
El proceso de transformación cultural que comenzó a hacerse visible a partir de la Protesta de los Trece y del programa del Grupo Minorista, integraba, en un mismo propósito, arte y sociedad. El país transitaba de la corrupción del Gobierno de Zayas a la dictadura de Machado. Arrastraba un proyecto emancipador incumplido en lo político, lo económico, lo social y lo cultural. La asimilación crítica de los lenguajes artísticos conducía a la búsqueda de fórmulas expresivas que favorecieran el autorreconocimiento de lo que más tarde llamaríamos identidad cultural. La investigación se centraba en la historia y en las fuentes nutricias de una cultura popular de raigambre diversa, europea y africana, entremezclada en el imaginario, las celebraciones, el modo de bailar y de hacer música.
Incorporar los ritmos de origen afro a la música de concierto implicaba descubrir soluciones para problemas técnicos y artísticos hasta entonces inexplorados. Exigía indagar en el entorno de fuentes vivientes marginadas y, sobre todo, vencer prejuicios arraigados en la sociedad. En el breve espacio de tiempo que le dejó la vida, Caturla realizó una obra creativa, presente todavía en nuestro repertorio musical y tuvo energías para participar en empeños fundadores en el campo de las ideas. No se limitó al batallar polémico en La Habana. De regreso a Remedios, aglutinó en la vecina Caibarién a intérpretes que ofrecieron conciertos con un repertorio de avanzada. Era en la práctica social concreta, otro modo de fundar.
Beneficiosa para el necesario crecimiento económico, la rápida expansión de la industria turística tiene costos previsibles. Se han implementado medidas para paliar sus efectos depredadores del medio ambiente en lo que concierne a la protección de costas, fauna y flora. Puede tener consecuencias aun mayores en el delicadísimo tejido social, tanto en el plano de los valores como en el complejo entramado que sustenta nuestra identidad cultural. A través de los turoperadores, el negocio se inscribe en una visión estereotipada de nuestra realidad. Así, Cuba es una isla tropical provista de bellezas naturales que se expresa en un seudofolclore primario y homogeneizante. Es el modo usual de fabricar un producto comercial que, a la larga, se refleja en pérdida de la conciencia de lo que somos.
Las célebres parrandas remedianas atraen a visitantes de otros países. Constituyen ante todo, una reafirmación identitaria. Cultura y tradición operan como fuerzas cohesionadas de la comunidad y de todos aquellos nacidos en ella. En circunstancias como estas, se manifiesta el amor a lo que nuestros mayores llamaron terruño o patria chica. El acontecimiento tiene un carácter espectacular y participativo.
En el apego al terruño hay un componente de orgullo cimentado en la contribución del lugar de origen a la historia y a la cultura de la nación. La obra de Alejandro García Caturla, ampliamente reconocida en el país, merece en su natal Remedios un rincón para preservar su memoria, un espacio para permitir el conocimiento y la devoción debida a los escolares.
La globalización coloca en primer plano el debate acerca de nación e identidad. La extrema derecha reivindica un nacionalismo excluyente, preñado de xenofobia y alentado por los efectos de las crisis económicas y el crecimiento del número de emigrantes expulsados de su tierra por la miseria y las guerras. En otro extremo del espectro, para los países coloniales, la idea de nación se asocia a interdependencia y soberanía. La conciencia de nuestra identidad se revela en los grandes acontecimientos de la historia. Alienta también en la zona más íntima del ser con el registro de las pequeñas cosas que nutren nuestra memoria como extensión de la metáfora que identifica el fuego del hogar, con el sitio donde también se está, con las sensaciones que emanan del calor del terruño. Por eso, en Remedios se reconoce una ciudad ya cargada de años con sacudidas que originaron el nacimiento de otras, con tradiciones abiertas al encuentro de las generaciones, con la vecindad costera de Caibarién, la sombra de Longina y los paisajes de Romañach, todo ello presidido por la figura mayor de Alejandro García Caturla. El ámbito del patrimonio no puede concebirse como muestra arqueológica destinada al respetuoso aburrimiento. Tiene que entrar en la cotidianeidad viviente de todo, abrirse al intercambio con una contemporaneidad que lo redescubra como puntal y asidero.
La construcción apresurada y chapucera de un hotel arremetió contra la techumbre de la casa de Caturla. Ahí están, arrumbados, los testimonios de su existencia. Aprendamos a ser responsables de nuestros actos y asumamos, como corresponde, el rescate de lo dañado.