Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un catalejo... y un microscopio

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Con su Catalejo, Buena Fe sigue incitando a Cuba a mirarse por dentro, al costo de la sinceridad. A depender menos de los lentes «graduados» y preconcebidos en su «telescopio», para asomarse al mundo, me sugiere la metafórica canción.

El triunfalismo y la apología se empozaron durante años en la política y la propaganda internas, las proyecciones gubernamentales e institucionales, y los medios de comunicación. Una visión dulce que no ayudaba a la Revolución a revisarse desde las bases sociales hasta arriba. El crítico esencial era el propio Fidel.

Al mismo tiempo, el envés ha sido un visor fijo que, en su estereotipia para analizar las realidades del capitalismo, especialmente de Estados Unidos, no distinguía y separaba los enconos y antagonismos lógicos con los poderosos enemigos de la Revolución, de la visión acerca de otros aspectos loables y positivos de esa y otras sociedades similares.

Ya en 1983, Carlos Rafael Rodríguez, un brillante exponente de la vanguardia política e intelectual de la Revolución Cubana, sondeaba el asunto en una aguda entrevista que le hiciera el escritor Reynaldo González para la revista El Caimán Barbudo: «Somos maniqueos, nos falta la matización. No solo hay “amigos” y “enemigos”. Ni todo lo que hacen los amigos es encomiable ni cualquier cosa que se haga en el país donde gobiernan los enemigos es vituperable». Y censuraba que periodistas cubanos, de visita en la República Federal de Alemania, solo vieran allí prostitución, drogas y decadencia, y no distinguieran niños rubicundos que tomaban el sol en los parques.

Al final, es el esquema de «todo es bueno dentro y malo afuera». Y siendo justos, hay que decir que esa visión a la defensiva, en guardia siempre, respondía a realidades impredecibles de un país asediado, bloqueado y perseguido como pocos en la historia por la nación más poderosa. Un país que siempre estuvo en el visor y en los apetitos de Estados Unidos, sufrió sus agresiones, y las ha pagado con sangre y dolor. Una nación que estuvo a punto de desaparecer por su hidalguía y desarrolló un síndrome de plaza sitiada. Una sociedad que vivió de trinchera en trinchera, sin saber cómo despertaría. Y si despertaría.

Si se revisa nuestra historia, se descubre que este país siempre fue para Estados Unidos una extravagante obsesión, a la cual supeditó todos sus mecanismos políticos y coercitivos. Y una rara gravitación han tenido sobre la Isla, incluso después del triunfo de la Revolución en 1959, los vaivenes de la política norteamericana. Ello ha generado un síndrome de reacción dependiente o encadenamiento en la vida del país. Buena parte de las medidas que radicalizaron el proceso cubano eran en respuesta a la creciente hostilidad del poderoso.

Y desde que en 2014 se inició el acercamiento entre los dos países, a partir de que Obama reconociera que no sirvió la carta del enfrentamiento abierto, algunos incautos fueron rehenes, una vez más, de la visión «washingtoncentrista». Pensaron que el gesto loable y la victoria eran del despacho oval de la Casa Blanca, y no de la resistencia y dignidad del pueblo cubano durante tantos años.

La estrategia siempre ha sido la desarticulación de la Revolución, ya con la política de las cañoneras y los misiles, o con el retorno por Obama a la zanahoria y el terciopelo: ya sin «plaza sitiada», pero con plaza ansiada para revertir desde adentro. El neoanexionismo disfrazado.

Hay que estar alertas, pero no ser rehenes de sus reglas del juego. No cifrar la esperanza en su voluntad. Mientras más pendientes estemos mirando hacia el Norte, sin revisarnos y depurarnos cada día, menos distinguiremos y resolveremos nuestros propios problemas.

El método puede cambiar, pero la estrategia siempre será disociarnos, disgregarnos y ocuparnos el tiempo y la oportunidad para eliminar nuestras propias incapacidades dentro del proyecto socialista. Con bloqueo o sin bloqueo, Cuba debe resolver los problemas estructurales y funcionales de su economía y de la sociedad, para que el socialismo próspero y sostenible no termine en consigna.

Incluso, si algún día cayera el bloqueo, el desafío será mayor, porque nos quitarían argumentos. Ya hay que dinamitar nuestros «bloqueos» domésticos para hacer avanzar los cambios, y acercarnos a la Cuba soñada sin abandonar lo que nos ha traído hasta aquí, pero dejando atrás muchos lastres y obstáculos internos que se interponen.

Con buena Fe, habrá que seguir enfocando el «catalejo» para saber en qué mundo nos movemos; pero necesitaremos, cada vez más, un «microscopio» para, no solo distinguir «el meñique del pie», sino hasta las células malignas que pueden minar el cuerpo de la nación.

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