Terminaba mi secundaria básica en la escuela Orlando Nodarse, contigua al Mausoleo de los Mártires de Artemisa. Era una secundaria de «la calle» donde estudié para poder continuar mis estudios de música. Me correspondía entonces pasar el pre en el Ipuec Batalla de Molinos del Rey.
Unas semanas antes fui citado a la sede de la UJC en la antigua Habana, en Línea y N, en el Vedado. Allí me entrevisté con un compañero nombrado Felipe Pérez Cruz (después supe que, además de cuadro de la UJC, era un importante historiador), que me pidió mi disposición para trabajar en la comisión organizadora provincial de la FEEM. Así ocurrió, y el activo fue en Batabanó, en noviembre de 1981. Atendí desde entonces la actividad productiva y a mitad de curso, el frente de Estudio-Trabajo. El presidente era Jorge Lefebre, un joven inteligente y serio, de excelentes cualidades revolucionarias. Hoy es embajador de la Revolución.
Andábamos en guagua por los 19 municipios de esa enorme provincia, que tenía en la FEEM miles de miembros. Las batallas de esos años eran el estudio, la lucha contra el fraude, el cumplimiento de los planes productivos y la emulación. Teníamos voz propia y nuestros criterios, que los teníamos y defendíamos; eran respetados casi siempre. Ese año fue el 5to. Congreso en el teatro del pedagógico Varona. Aquel hermoso congreso lo clausuró Fidel con aquella frase tremenda: «…la nueva generación cubana es más firme, más dura, más revolucionaria, más internacionalista y más inclaudicable que la propia generación que nos inspiró y nos educó…».
En onceno grado me eligieron presidente provincial, con un equipo de jóvenes admirables como secretariado. Allí estaban, el hoy urólogo Javier Rivero; Alberto, hoy coronel de las Fuerzas Armadas; Odalys Roblejo y la bella Perla, que no sé dónde están. Estaba Belkis Brito, lajera y hoy destacada doctora en Medicina. Andábamos de municipio en municipio, librando batallas a favor de los estudiantes y por la Patria. Fue un año duro, en que hubo muchas discusiones y algún que otro encontronazo con profesores que no cuidaron la nobleza propia de esa edad. El Partido y la UJC nunca tuvieron una postura paternalista. Nos sentíamos ayudados y respaldados y, cuando nos hizo falta, también cogimos nuestro «cocotazo» aleccionador.
En 12mo. grado me eligieron presidente nacional de la FEEM, con la tarea de ayudar a preparar el 6to. Congreso. Vine a estudiar al pre Antonio Guiteras del Vedado, donde también tuve magníficos compañeros: Ponce, Lázaro, Lourdes, Sandra, Odette, Liz, Félix Samsó, Lissete y muchos otros.
Pude recorrer el país varias veces, conocer las ciudades y los campos de Cuba y, sobre todo, conocí y quise a jóvenes maravillosos, que dejaron profunda huella en mí y que influyeron de manera determinante en mi formación como revolucionario. Solo a modo de ejemplo, puedo citar unos pocos que ahora vienen a mi mente: María Elena Soto en Cienfuegos, Rogelio Polanco (nuestro embajador en Venezuela) en Holguín, Alfredito y Sandra Ayala en Santiago, Fidelito (hoy director de Cubana de Aviación) en Camagüey, Elia Rosa en Pinar del Río, Sergito Vigoa en San Antonio de los Baños, Niurkita Duménigo (que cantaba a dos voces) en la Isla, Enith Alerm en la capital. En el secretariado nacional, Daniel Daniel, Oscarito Cruz Cicilio, Aliuska, Daybis, Paula, Thais y Niurka.
Preparamos el 6to. Congreso en 1984, año en que todo el pueblo vivía una gran efervescencia porque la amenaza militar yanqui era real. Cada colectivo (alrededor de 600) tenía al menos un delegado y nos propusimos que cada plantel de la FEEM llevara su propia bandera y su consigna. Pueden imaginarse el colorido del plenario.
En el proceso previo del Congreso se había estado planteando con mucha fuerza que se permitiera a los miembros de la organización menores de 16 años, incorporase a la defensa de la Patria. Recuerdo que en la asamblea municipal de Jagüey Grande, una joven llamada Bexi hizo una intervención profunda y sentida sobre el tema. Luego la repitió en el Congreso, durante una Sesión Miliciana en que todos los delegados nos pusimos el uniforme de la milicia.
Allí presentamos el primer número de la nueva revista de la FEEM y aprobamos que se llamara Nosotros. La dirigía el destacado periodista Jorge Oliver y en ella colaboraban Carlos Castro, Péglez y otros periodistas.
Llegó el momento de la clausura y con ella, Fidel. Venía orgulloso de sus muchachos y con un papel en la mano. Era la carta de Raúl en la que daba la aprobación de las FAR para que los jóvenes menores de 16 años se entrenaran como combatientes y tomaran las armas, si era necesario. La alegría era inmensa. Estábamos en la escuela pedagógica Salvador Allende.
Fidel terminó por tomar de la multitud una consigna que se convirtió, dicha por él, en bandera de la juventud cubana: «Que lo sepan los nacidos y los que están por nacer: nacimos para vencer y no para ser vencidos». Fidel estaba cálido y asombrado del patriotismo de aquella multitud adolescente y cubanísima, como no queriendo reconocer que aquellos, nosotros, no éramos más que sus hijos, los hijos que sus ideas y su Revolución habían forjado.