Diez días han pasado desde que el más grande de todos se fue hacia la luz. Y el dolor sigue intacto. Ese dolor compartido que nos hizo salir a las calles y acompañarlo hasta Santa Ifigenia, dando muestras al mundo de una gratitud y espiritualidad conmovedoras.
Miro los rostros de niños, niñas, jóvenes, ancianos, y encuentro en ellos con más claridad que nunca la respuesta a por qué Fidel decía que lo primero que teníamos que salvar era la cultura y que salvando la cultura salvábamos la Revolución; por qué insistió tantas veces en que leyéramos, llevó la enseñanza (mediante la Campaña de Alfabetización) hasta el último rincón del país, lanzó a las calles millares de libros a precios asequibles, empezando por El Quijote (tras la creación de la imprenta revolucionaria), y masificó la cultura.
Que hoy estemos unidos en un solo abrazo y seamos un pueblo solidario y comprometido con los destinos de la patria, que defiende su identidad por encima de todo, su historia, y es capaz de construir una cultura alternativa al capitalismo, se lo debemos a Fidel: visionario de todos los tiempos. A ese Fidel que apoyó a Alicia y Fernando Alonso en la creación del Ballet Nacional de Cuba, impulsó el nacimiento del Instituto del Arte e Industria Cinematográficos, la Unión Nacional de Artistas de Cuba, el Sistema de Enseñanza Artística, y todo cuanto se ha logrado en materia cultural.
A ese Fidel que hizo suyas las palabras de Martí «trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras» y en un encuentro con los intelectuales, hace 55 años, estableció las bases de lo que luego sería la política cultural de este país, una política que todavía hoy tiene vigencia y sirve de brújula a la Revolución.
A ese Fidel que se preocupó siempre por apuntalar la conciencia patriótica, antimperialista y antineocolonial de nuestro pueblo, y creó las Ferias del Libro, formó maestros y potenció el desarrollo de la ciencia. Al Fidel que defendía la concepción de una cultura general integral como un derecho de cada ser humano y la necesidad de recibir una formación ética y humanista.
Si hoy el mundo entero dice «¡Qué clase de pueblo!», se lo debemos también a él, porque los valores no nacen de la nada, sino de la solidez de un proceso social y político que cree en el mejoramiento humano, respeta el legado de sus héroes y defiende, por encima de todo, su cultura como «escudo y espada de la nación».
Si su partida marca el inicio de una nueva etapa en la que todos somos Fidel, es porque él es la inspiración: «el estado de gracia irresistible y deslumbrante, que solo niegan quienes no han tenido la gloria de vivirlo», como escribió su amigo Gabriel García Márquez; porque él nos dio calidad de vida y fomentó los valores espirituales que hoy sostienen a esta nación.
Que siga entonces el enemigo soñando con «una nueva Cuba». Somos un pueblo culto, gracias a Fidel, y un pueblo culto, por duros que sean los tiempos, no se deja confundir.