Ha muerto otro Martí, dijo sin titubeos un hombre mientras se enteraba de la desaparición física de nuestro Fidel. Yo estaba muy cerca de él y observé cómo apenas podía mover los pedales de su bicitaxi, cuando la noticia lo tomó por sorpresa, al igual que a los cubanos y amigos del mundo. Su rostro, gestos y mirada eran inconfundibles, estaba aturdido. Salía a recorrer las calles de su Lisa natal, a ver cómo amanecía, y su expresión era la más exacta para describir la de muchas otras personas.
No hay dudas: moría un hijo predilecto del Apóstol. Y ese papel de guía eterno, de ejemplo de conducta y de alineamiento con los pobres de la Tierra frente a toda acción de injusticia, de preocupación por el decoro y la dignidad, fueron sentimientos de Martí abrazados por Fidel. No solo le bastó con asumirlos, el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana se encargó de multiplicar esos valores una y otra vez en distintas generaciones de cubanos e, incluso, en los hombres de otras latitudes.
En su reflexión La Revolución Bolivariana y Las Antillas, del 7 de febrero de 2010, el propio Fidel recordaba: «En mi época de niño me enviaron para una ciudad, en el primer colegio adonde me llevaron interno leía con asombro sobre el Diluvio Universal y el Arca de Noé, más adelante centré mi interés en Martí. A él le debo en realidad mis sentimientos patrióticos y el concepto profundo de que Patria es Humanidad. La audacia, la belleza, el valor y la ética de su pensamiento me ayudaron a convertirme en lo que creo que soy: un revolucionario».
No resulta difícil encontrar la presencia de nuestro Héroe Nacional en el pensamiento y el accionar de Fidel. La lealtad absoluta y vigorosa del eterno joven rebelde a la ideas del Apóstol la percibimos cuando vemos su total comprensión de que en la unidad está la fuerza, su capacidad de convertir los reveses en victorias, su convicción profunda de que trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras, su visión universal, su antimperialismo, su sensibilidad.
«Traigo en el corazón las doctrinas del Maestro», expresó Fidel en su alegato de autodefensa durante el juicio por los sucesos del 26 de julio de 1953. La frase no fue vana, sino profunda convicción, como patentiza el programa creador expuesto en La historia me absolverá, una verdadera guía de incuestionable impronta martiana para alcanzar la República soñada desde el siglo XIX y que hoy seguimos edificando.
La cúspide del pensamiento martiano en Fidel se plasma en la Constitución de la República de Cuba cuando en esta se plantea: «Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre». Entonces, no podemos olvidar que Martí rescató en la lucha por la independencia la espiritualidad y Fidel hizo exactamente lo mismo.
«Cuando parecía morir en el año de su centenario, cuando parecía que su memoria se extinguiría para siempre», Fidel se apoderó de toda la luz que le ofrecía el Sol del Maestro e iluminó el porvenir del pueblo cubano y del mundo. Por ello, el hombre del bicitaxi aseguró que había muerto otro Martí.
Así que cuando este domingo las cenizas de Fidel sean depositadas en el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, donde también descansa nuestro José Martí, será esta otra forma de espigarse el legado del Maestro; habrá una nueva y poderosa razón para seguir considerando a Fidel como un altar de Cuba, pues ese fidelísimo retoño martiano, como el Maestro, marcha a conquistar la inmortalidad.