Mi mamá está sobre la cama y llora. No entiende lo que ha pasado. Quiere levantarse pero está convaleciente. Quiere salir a la calle pero está de reposo absoluto. Tiene ganas de hablar con la gente que conoce, necesita que alguien le explique. Siente dolor y no es por su pie operado. Me cuenta una y otra vez la historia de cuando conoció a Fidel en una visita casual a su centro de trabajo. De que él se tomó una fotografía con las mujeres de allí y que a la semana envió copias para todas. De que a ella no le gusta mucho la política pero quería a Fidel. Quiere ver su foto pero está lejos de su casa, aquí conmigo, y no la tiene. Le enciendo el televisor y se conforma un poco con estar en sintonía con toda Cuba y el mundo. Ella es muy emotiva. Llora a cada rato. Le brillan los ojos demasiado cada vez que escucha una historia.
Yo todavía no sé bien qué sentir. Ando rara y confundida. Como si solo cuando lo repiten por la televisión pudiera convertirse en algo de verdad. No se lo digo a nadie. No pronuncio la frase ni la pronunciaré. Eso creo. Un amigo lejano me envía un mensaje. Quiere saber cómo estamos aquí. Yo me pregunto cómo está él allá. Debe ser extraño. Tengo ganas de hablar con quienes lo han idolatrado a mi lado.
Algunas personas me llaman y converso. Solo una palabra revolotea en cada charla. Tremendo, dice la gente como si ese adjetivo resumiera todo lo que ocurre hoy, lo que ocurrirá mañana, lo que sentiremos, pensaremos y haremos por estos días, por estos meses, por estos años. Claro que todos somos mortales. Pero algunos lo parecen menos que otros. Claro que todos nos iremos algún día, pero los hay a quienes no imaginamos partiendo. Claro que hay familiares más cercanos que cualquier estadista, pero hay líderes que están dentro de la vida propia aunque nunca se haya intercambiado ni una palabra con ellos.
No puedo sentir lo mismo que mi mamá. No puedo pensar como quienes cuentan más años. Mi generación, la que nació con el 90, tiene a Fidel como ese hombre tremendo del que se dice de todo, del que se cuenta de todo, del que se siente de todo. Y nosotros hemos ido armándonos una imagen de entre lo que recordamos, lo que estudiamos y lo que vivieron los cercanos a nuestro entorno. Andamos en un camino a medias entre la leyenda y la realidad, salpicado con los leves momentos en los que lo vimos cerca. Y en este mundo nuevo en el que todo se sabe desde cualquier latitud, hasta nos llega la rabia enferma de quienes no le han querido bien y no saben vivir con eso.
Más allá de las subjetividades y realidades que pueda intentar legar cualquiera a esta generación, están los hechos, que nunca mienten. Los que conocemos, los que vivimos cada día, los que nos han formado, los que nos hicieron quienes somos. Y después de todo eso, está el sentido común, la capacidad de admirar la coherencia, y Cuba andando rumbo a un futuro, pero viene construido con las mismas esperanzas locas de quienes lo dan todo por amor. Eso es lo que nos hace admirar, entender y defender frente a quien sea, que Fidel es grande, es único, es un elegido y se lanzó a hacer lo que pocos de quienes lo señalan desde lejos han intentado jamás.
Cualquiera puede saber de su estirpe. Nadie se aventuró a hacer heroicidades cuando el mundo se pintaba eternamente liso. Nadie se burló de los imposibles como él; nadie escribió la historia de los sin historia; nadie dijo, si no la primera palabra, al menos la definitiva. Por eso todo el que cuestione a los líderes, lo primero que debe hacer es cuestionarse si lo hubiese hecho mejor. Y, si se respondiera positivamente, pues se impondría entonces contestarse por qué no lo hizo. Eso pienso siempre ante quienes hablan por hablar, yo que no tengo tantos cuentos para contar como mi mamá y los suyos.
Ella llora otra vez. Porque este 25 Fidel partió a otro viaje, pero sin contarnos de su plan. Ya no es el mismo joven con el que había que tener el corazón bien puesto para poder seguirlo. Esta vez se llevó consigo toda una leyenda que empezó a construirse mucho antes de aquel noviembre y que no acaba nunca. Le hubiésemos seguido de nuevo, aunque él no quiso contarnos. Seguro tiene otros planes dentro de su expedición interminable. ¿Por qué ha partido ahora, Comandante?, le diríamos intentando aprender de su manía de saber y preguntar. Él callaría y seguiría andando, haciendo, enseñando con los actos, con su método infalible de conducir hacia el triunfo mostrando cómo se hace. Entonces nos daríamos cuenta de que esta es otra travesía de las suyas. Y le seguiríamos. Porque escogió otra vez un 25 de noviembre. Es una buena fecha para salir, llegar, entrar y triunfar. Para reemprender su viaje infinito y que desde esta Cuba que soñó nosotros continuemos andando.