Es muy raro ver a un adolescente o joven en la realidad en que vivimos, leer un libro impreso o hasta digital, por el simple deseo de hacerlo, recrearse, aprender; y más difícil aún, que tenga hábito de lectura. Y no es que no existan lectores jóvenes o que se haya olvidado la lectura, simplemente esta no es preeminente en el mundo actual, pese a ingentes esfuerzos por promoverla con iniciativas muy válidas de instituciones y promotores culturales a lo largo y ancho del país. La lectura no está en la preferencia de los jóvenes, al menos en buena parte de ellos; esto se debe, en importante medida, a la gobernanza audiovisual que hoy existe.
No es secreto ni ha de cubrirse con un velo que el consumo audiovisual de propuestas televisivas, cinematográficas u otras de similar rango prevalece en el gusto y preferencia de los jóvenes, y no solo de ellos. De hecho, se ha generado una incultura audiovisual propia de la crisis humanística, de valores, ideales, que afecta al mundo y hace sucumbir en el empobrecimiento espiritual a millones de personas que viven bajo los efectos nocivos de la industria del entretenimiento, la enajenación y desideologización que representa el capitalismo.
No se puede negar lo que es un hecho a la luz del siglo XXI, más que libros hay videos, más que el disfrute de excelentes aventuras y novelas —clásicos de la literatura— o la poesía liberadora de las almas, aparecen espectáculos macabros movidos por la más burda de las farsas. La condición humana se pierde cuando poco a poco se destruye el tejido espiritual que significa la resistencia a la cultura de la banalidad audiovisual, que embrutece y enclaustra el pensamiento. Dejamos de observar con ojo crítico lo que ciertamente es hegemónico hoy: la llamada industria del entretenimiento que gusta, pero esclaviza.
Y es un declarado engaño lo que allí se propone, necesario para continuar sosteniendo un modelo cultural agresivo, dañino, criminal, desprovisto del más mínimo vestigio de dignidad (la del arte y la cultura). No olvidemos que la imposición de la cultura capitalista va de la mano de la mediocridad y el antagonismo. Lo antagónico responde sencillamente a la incompatibilidad, en ese modelo que destruye, de lo que causa goce, placer y gusto con lo que libera, emancipa y eleva en una propuesta audiovisual de las descritas.
El propósito del orden cultural impuesto al mundo es penetrar en los pueblos, sobre todo en aquellos con fuerte tradición e identidad. Vemos así que es el mecanismo ideal para destruir la Revolución Cubana. ¿Cómo?, devastando nuestra cultura con cañones audiovisuales, desde el ciberespacio, con realitys shows, series, novelas, películas; toda una muestra de productos colonizadores que solo hacen posible que los valores del capitalismo se reproduzcan. Y entonces, ¿cómo enfrentar semejante guerra, si más que confrontación de pensamiento nos enfrentamos a un enemigo que no quiere que pensemos, que su propuesta es inocular el veneno de la incultura? Quiere entretener y no educar, quiere someter con fútiles armas las melladas del capitalismo.
Es imprescindible educar al pueblo en una cultura audiovisual; nos quieren dominar y el antídoto es la cultura. No en balde decía Martí que ser culto es el único modo de ser libre; he ahí la cultura como única posibilidad de garantía de la libertad. Hay que promover en las comunidades estudiantiles, laborales y residenciales lo autóctono, lo nuestro; llevar la cultura cubana sin olvidar la universal, lo mejor de ella. «Injértese en nuestras repúblicas el mundo pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas», como decía Martí, y cada joven, niño o adolescente podrá conocer los valores culturales, identitarios e históricos que tenemos.
Un sujeto crítico resulta medular en tiempos en que la crítica parece enemiga, cuando en realidad es una de nuestras mejores aliadas para la formación estética y ética de los individuos. La crítica no es hablar mal de alguien, es colocar a tiempo las dos pesas de la balanza cultural, social, política, económica. Es mostrar, con altura ética y cultural, los valores de las obras, sus antivalores también; es la sinergia entre el látigo y el cascabel para educar, transformar, crear una conciencia crítica en el ciudadano, que le permita discernir, porque tiene las condiciones para ello, entre lo que resulta positivo o negativo de lo que se está propagando en materia cultural, de lo que con dolor muchas veces se brinda, de la basura artística o podredumbre intelectual de los nuevos colonizadores.
Hay que insistir más en la enseñanza electiva de la cultura audiovisual de nuestro pueblo, sobre todo en las escuelas. Tenemos una tradición en la escuela cubana de pensamiento que no se puede perder: elegir para integrar como método lo expuesto desde el padre Varela, José de la Luz y Caballero, hasta el propio Martí. Los métodos de enseñanza tienen que continuar adecuándose al momento actual; el audiovisual se impone y hay que tomarlo para sí como herramienta de formación cultural, política e ideológica en niños, adolescentes y jóvenes.
La batalla cultural ha de distinguirse por la unidad e integración de las instituciones que promueven la cultura, de los organismos cuya misión no es otra que formar y educar en valores, de los intelectuales que tienen ante sí el reto cultural más grande: salvar junto a todo el pueblo, con su orientación clara y revolucionaria, la madre del decoro y la savia de la libertad. Esa propagación de la cultura no se nos puede quedar en intentos aislados y, muchas veces, sin la debida coherencia por falta de previsión y articulación de cada una de las fuerzas culturales existentes en Cuba.
Uno de nuestros líderes históricos y prestigioso intelectual cubano Armando Hart Dávalos ha hecho un llamado a trabajar con el pensamiento, a volver a la tradición filosófica, ética y jurídica cubana para la salvaguarda de la Revolución. Ha sido muy claro con la idea de que donde no está la cultura está el camino a la barbarie. Sus reflexiones constituyen un arsenal ideológico para enfrentar la guerra cultural desatada desde hace mucho tiempo, pero que en la actualidad cobra un alcance mayor; donde símbolos de la cultura capitalista, colonizadores, de los valores de esa cultura del tener que promueve el egoísmo y la exaltación por lo material se reproducen constantemente, y es medular denunciarlos desde posiciones revolucionarias. Claro está, promoviendo con más inteligencia y creatividad los símbolos nuestros, los de la cultura cubana, los del socialismo; salvando nuestra historia, yendo a ella con el atractivo de los códigos actuales sin renunciar a esencias y principios.
*Presidente del Movimiento Juvenil Martiano